‘Maelström’ (Denis Villeneuve’, 2000) es la segunda película de su director, detrás de ‘Un 32 août sur terre’ (1998), y con la que empieza a dar forma a su estilo. De hecho, y salvando las distancias, la presente podría considerarse un muy claro precedente de lo expuesto en su posterior, y laureada, ‘Incendies’ (id, 2010). Al igual que en su ópera prima, la síntesis es el principal arma de su director, creando una historia laberíntica tan de su gusto. De nuevo, el universo femenino, un hecho traumático a partir del cual se crea la trama, y una cámara incisiva en los detalles.
Menos de hora y media para una película que, de nuevo, invita al espectador a definirla en su mente. Con carácter de fábula —la película está narrada por un pez a punto de ser descuartizado por un pescadero, en un ambiente casi claustrofóbico—, ‘Maelström’ no realiza concesiones al espectador, por cuanto su construcción se aleja de lo convencional. De más difícil digestión que sus films posteriores —con la excepción de la fascinante ‘Enemy’ (id, 2013)—, si no se entra en ella en su primera media hora, ya no se hará, pero transcurrido ese tiempo, Villeneuve nos premia con la construcción de una historia de amor que habría sido imposible en un contexto convencional.
La actriz Marie-Josée Croze —la misma que cinco años más tarde protagonizó uno de los instantes más duros en la filmografía de Steven Spielberg, con ‘Munich’ (id, 2005)— ofrece todo un tour de force en la película, dando vida a una mujer exitosa a la temprana edad de 25 años, pero a la que la vida pondrá en una situación verdaderamente difícil, tras una serie de hechos encadenados a partir del atropello de un hombre que, como resultado, muere al llegar a su casa. Las coincidencias de una caprichosa vida, enlazando hechos y, que en cierto modo, recuerda a lo narrado el año anterior por Paul Thomas Anderson en el prólogo de ‘Magnolia’ (id, 1999).
Un remolino de emociones
Un aborto, un atropello, una muerte, un hijo, un accidente de avión, y un amor como posible premio, o castigo, según se mire. La ironía está en que el personaje central, Bibiane (Croze), jamás habría conocido al maravilloso hombre que parece ser Evian (Jean-Nicolas Verreault), si no hubiera atropellado, accidentalmente a su padre, y aquél no habría venido de otro país a coger sus cenizas. Nacimiento y muerte están conectados en ‘Maelström’, en la que Villeneuve no ejecuta ningún tipo de juicio sobre la supuesta falta de moralidad de Bibiane. Para ello, y mediante un sutil sentido del humor, coloca en un personaje, externo a todo —el hombre en la estación, más tarde en el bar—, la solución más justa de todas, subrayando de paso la existencia de coincidencias.
Si en el film anterior, que también navega alrededor del drama personal de una mujer, le achaqué un excesivo uso de primeros planos, aquí encuentran un mayor sentido, al querer captar el detalle. Esa ducha bajo cuya agua Bibiane se encuentra segura viendo el mundo en tres dimensiones, los planos de los compañeros del atropellado brindando al mismo tiempo que maldicen al autor del atropello, irónicamente presente con ellos, los rostros en la confesión final, o varios planos en su primer tramo, aquel en el que la película se construye poniendo a prueba la paciencia del espectador, dando pistas. Detalles, que luego alcanzan significado con otros, en el segundo tramo, en los que el dolor y la esperanza caminan de la mano, buscando entendimiento, una de las constantes en el cine de Villeneuve.
Maelström es el remolino que se forma en el archipiélago noruego —Evian y su padre son noruegos— de las islas Lofoten. El nombre, y la cantidad de historias surgidas de esa región, han servido para alimentar la cultura popular de muchas y diversas formas. Desde Poe a Arthur Clarke, pasando por Julio Verne. Un gran remolino de metafórico significado que, en este caso, alude a la tormentosa vida de su protagonista, emparejada a la del pez que narra la historia. Y sólo el amor parece poner fin a las desdichas, o enormes sentimientos de culpabilidad —capaz de hacer muchos estragos—. Con la historia del pez, Villeneuve se permite el lujo de cerrar su film como casi siempre, en el punto adecuado, con la frase adecuada, cortando de repente, para que el espectador lo continúe.
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