‘Lo importante es amar’ (‘L'important c'est d'aimer’, 1975) es probablemente la película más prestigiosa del recientemente fallecido Andrzej Zulawski, director que, según sus propias palabras estaba únicamente interesado en contar historias con el exceso en ellas. Ese exceso es probablemente la causa por la que el director polaco tiene tantos detractores y, al mismo tiempo, tantos defensores. Para muchos Zulawski ha sido evidenciado por el paso del tiempo, para otros es atemporal, como la historia que hoy nos ocupa.
Pero si la definición “pornografía de los sentimientos’ tuviese un significado positivo —normalmente se utiliza de forma peyorativa— lo sería gracias a películas como ‘Lo importante es amar’, cuyo trascendental título es más que eso, es un subrayado, un recuerdo. Zulawski subvierte el melodrama romántico, también lo sublima, y lo hace hasta extremos impensables, y sobre todo, intencionadamente incómodos. Lo que narra esta película no nos gusta, porque saca nuestras miserias. Pero es imposible olvidar esa historia surgida a partir del cruce de miradas entre Romy Schneider y Fabio Testi.
Es en la química entre ambos intérpretes —Testi en la mejor época de su carrera, después de la inmensa ‘Revólver’ (‘Revolver’ Sergio Sollima, 1973), y Schneider, que se entrega como pocas veces a su personaje, quizá el mejor de los que ha interpretado— uno de los elementos más sobresaliente del film. Los instantes que están juntos los personajes —Servais, un fotógrafo, y Nadine, actriz en películas de poca monta— proporcionan el único momento de paz en un film que muestra la locura y el exceso de la vida.
El exceso
Zulawski se atreve con movimientos de cámara a medio camino de todos los estilos que por aquel entonces había, adelantándose a tics hoy muy de moda en directores impensables —los giros de cámara alrededor de dos personajes frente a frente es señal de identidad de un muy taquillero director—; cámara en mano para los instantes que parten de situaciones exageradas, casi surrealistas, y por supuesto muy provocativas. Zulawski si algo consigue con su película es provocar. La provocación que lleva a la reflexión, un ejercicio completamente prostituido hoy día.
Servais (Testi) está haciendo fotografías en la sesión de rodaje de una película erótica de bajo coste. Su cámara, que en realidad son nuestros ojos, se cruza con los ojos de Nadine (Schneider) en un instante de presión. La música de Georges Delerue marca el leit motiv que, desde ese preciso instante unirá a los amantes que se desean, en un lugar sólo pensado. Delerue, que también juega al exceso con su banda sonora, recuerda en ese instante a sus partituras para François Truffaut.
El juego del cine, del teatro también, servido con tendenciosa intención, al establecer un paralelismo, casi a modo de espejo, con la vida misma. La ficción que se une a la realidad, o viceversa. Servais se interesa por Nadine, que está casada con un hombre impotente, Jacques —Jacques Dutroc con un difícil personaje que navega también entre el exceso y la templanza más sorprendente—, y la ayuda desde el anonimato a conseguir un papel en una obra teatral importante, pero que termina resultando un fracaso.
La decadencia
En ese tramo Zulawski se para, quizá demasiado, a retratar las bajezas, impulsos, sueños, vicios, sobre todo vicios, anhelos y peligros de todo actor, incluido su descomunal ego. Un muy exagerado, como era habitual en él, Klaus Kinski da voz y cuerpo a un millonario caprichoso metido a actor, y que protagoniza un muy curioso momento de contrastes. Aquel que sucede en un bar, director y actores leyendo una crítica destructiva de la obra. Tras ello un hombre le roza la chaqueta al pasar, lo cual lleva a la violencia.
Una vez más vida y arte unidas al contrastar, de forma muy atrevida, las reacciones de los personajes ante las cosas que les influyen, o no. La música en ese instante es machacona, casi molesta, intencionadamente. Zulawski reflexiona sobre la ficción y sus límites, sobre el arte de interpretar, y sobre todo de fingir. El marido engañado —de nuevo Truffaut vuelve a mi mente, con sus apasionantes triángulos amorosos— hace la interpretación de su vida, y su bajada de telón no puede ser más dramática. El contexto: la decadencia humana, o tal vez la decadencia de los sentimientos.
Sentimientos que saldrán a flote, una vez más, cuando Zulaswki se haya permitido incluso el lujo de coquetear con el Film Noir en el trágico tramo final de la película. Cuando todo ha dado la vuelta, y Servais, el personaje más “normal” de la función reciba un castigo por no adaptarse a las reglas no escritas de un mundo al que realmente no pertenece. Pero el amor, que todo lo puede, que supera perversiones, excesos y violencia, regresa. En realidad es lo único que queda.
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