El recientemente desaparecido Robert Vaughn declaró que de todas las interpretaciones que había hecho su favorita era la que realizó en ‘Bullitt’ (íd., Peter Yates, 1968), uno de los míticos films protagonizados por Steve McQueen, con quien Vaughn ya había participado en la no menos mítica ‘Los siete magníficos’ (‘The Magnificent Seven’, John Sturges, 1960). El film ambientado en San Francisco se ha hecho famoso por la impresionante persecución que tiene lugar en la segunda mitad del film.
Lo interesante del asunto es que Vaughn en un principio rechazó la idea de intervenir en esta película. Cuando recibió el guion no le gustó lo más mínimo. Pensaba que el mismo no contenía una verdadera trama que seguir. McQueen le insistió varias veces y Vaughn sólo aceptó cuando la productora le hizo una oferta que no pudo rechazar: una escandalosa cantidad de dinero. Evidentemente, todo el mundo tiene un precio, y Vaughn bordó un personaje ruin y de doble moral. Un perfecto antagonista.
‘Bullitt’ es la primera película producida por Steve McQueen, que por aquel entonces estaba en la cima de una carrera que sólo palideció en el momento de su muerte a los 50 años. Se trata también de una producción del inteligente Philip D’Antoni, que pocos años después produciría ‘Contra el imperio de la droga’ (‘The French Connection’, 1971) de William Friedkin, quien siente verdadera admiración por el film de Yates; y también dirigiría ‘Los implacables, patrulla especial’ (‘The Seven-Ups’, 1973), especie de spin-off del film de Friedkin, también con Roy Scheider.
Directa y violenta
Que los dos films citados beben sobremanera del film de Yates es algo que se ve a simple vista sin necesidad de escarbar demasiado. ‘Bullitt’ vista a día de hoy parece un trabajo perfecto de orfebrería. Todos y cada uno de sus elementos funcionan al cien por cien, ofreciendo al espectador un relato duro, conciso, director, que se toma su tiempo también, y que se inscribe dentro de la nueva moda de thrillers que estaba teniendo lugar en aquella década, sin duda una de las más revolucionarias del séptimo arte desde cualquier perspectiva.
El film narra las peripecias del detective de policía Frank Bullit, que debe proteger a un importante testigo que declarará contra la organización —eufemismo de la mafia—. Dicho testigo no durará vivo mucho tiempo, y Bullitt sentirá presión política —Robert Vaughn es el encargado de enfrentarse a McQueen, con quien casi parece mantener un tour de force del que Vaughn sale victorioso— mientras trata de esclarecer el caso, que a simple vista parece muy sencillo. El doble juego de engaños que propone el guion y que juega con la identidad del sospechoso es de lo mejor del mismo.
‘Bullitt’ es un film violento. Una violencia necesaria en una época en la que empezaba darse rienda suelta a un montón de elementos que hasta ese momento no eran gráficamente explícitos. Al año siguiente Sam Pekicnpah dejaría a todo el mundo con la boca abierta por su exposición de la violencia, pero con anterioridad Yates y otros directores —Don Siegel en ‘Código del hampa’ (‘The Killers’, 1964) o John Boorman en ‘A quemarropa’ (‘Point Black, 1967)— empezaron a marcar el camino. En ese aspecto Yates no se anda con rodeos. El tiroteo del inicio en un apartamento o el clímax en el aeropuerto son buena prueba de ello.
Lección de montaje
McQueen borda un personaje que sin duda está hecho a su medida. Para definirlo se inspiró en un detective real que investigó los casos del asesino del zodíaco —pocos años después al actor se le ofrecería protagonizar ‘Harry el sucio’ (‘Dirty Harry’, Don Siegel, 1971)—. Su personaje es serio, un punto lacónico —algo que ya va en el propio McQueen—, reservado, observador y directo. Alguien que se toma muy en serio su trabajo y al que no le gustan los abusos de autoridad. ¿Sonríe el actor en algún instante?
‘Bullitt’ es endiabladamente entretenida, incluso 48 años después. Yates logra un film muy preciso que es toda una lección de montaje. El mismo, obra y gracia de Frank P. Keller, recibió un Oscar por ello. El ritmo jamás decae y el director se molesta en pararse a mostrar detalles de todo tipo. El personaje cerrando la puerta de su coche y comprobando si lo ha hecho bien. En las largas secuencias del hospital y el clímax, Yates filma a todos los personajes recorriendo las distancias manteniendo el plano. Cada secuencia está construida con mucha precisión, lo que dota al conjunto de una gran minuciosidad.
Sin duda uno de los puntos álgidos del film es la famosa persecución, que dura casi once minutos. Parte de su atractivo reside en la jugarreta que hace a sus perseguidores Bullitt. Al ponerse detrás de ellos —colosal plano del espejo retrovisor— no tienen más remedio que ponerse en evidencia y comenzar el juego del gato y el ratón. Con el actor sacando alguna que otra vez la cabeza por la ventanilla —petición de Yates, para que el público viera que era McQueen— la secuencia es toda una trepidante y violenta catarsis.
‘Bullitt’ no ha perdido ni un ápice, su influencia sigue vigente. Aún emocionan sus desencantadas imágenes finales con todos asimilando lo que ha pasado. Jacqueline Bisset pocas veces estuvo tan guapa, y Lalo Schifrin nos deja un score inolvidable de coherente sabor jazzístico.
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