‘Amor’ (‘Amour’, Michael Haneke, 2012) es para el que firma la mejor película que el director austríaco ha realizado. Y de lejos. No sólo eso, además me parece la mejor obra fílmica estrenada en mucho tiempo, aquella que alcanza la perfección, si es que tal cosa existe, de forma sencilla y nada rocambolesca.
Confieso, muchos de los lectores ya lo saben, que Haneke es alguien a quien hasta ahora no aguantaba; sus películas me incomodaban, no por su mensaje, sino por la forma en la que quería hacérnoslo llegar, provocando mi rechazo hacia su obra. Totalmente anticlásico, pensaba que el hecho de señalar al público como amante del morbo no era más que una excusa para colarnos películas que yo sinceramente no aguantaba, y no aguanto.
Así que me acerqué a ‘Amor’ con sumo cuidado, pero también con interés. El tema universal por excelencia unido al final que a todos nos espera, y que, en cierto modo, y salvando las distancias en lo que respecta a forma, parecía recordarme a aquella obra maestra de Leo McCarey ‘Dejad paso al mañana’ (‘Make Way for Tomorrow’, 1937). El final de una historia de amor de una pareja anciana, o como dice Israel Paredea en una muy personal e interesante reflexión en su crítica de la película para Dirigido por, una aproximación a un continente que envejece, Europa. Un apunte a sumar si se quiere en el disfrute de una historia terrible y desoladora que deja pensando días y días, como solo las grandes sobra de arte consiguen.
(From here to the end, Spoilers) ‘Amor’ da inicio con un equipo de bomberos entrando a la fuerza en un piso parisino en el que hay un fuerte olor de putrefacción. Cinta de embalaje en los extremos de alguna de las puertas interiores nos hacen temer lo peor, y cuando la cámara entra en una de las estancias nuestros temores se hacen realidad, el cuerpo de una anciana yace rodeado de flores en la cama y su aspecto nos indica que lleva cierto tiempo muerta. A partir de ahí un largo flashback que nos narra cómo se ha llegado a esa situación. Un largo y doloroso flashback, casi como subrayando lo doloroso que es a veces recordar. Un dolor que Haneke filma sin florituras ni efectismos innecesarios, y en el que su habitual estilo le queda como un guante a la historia.
La cámara del director sigue lentamente los últimos días de un matrimonio anciano, posándose en la mirada perdida de Anne (Emmanuelle Riva), que tras una operación queda con medio cuerpo paralizado, y la actitud resignada de Georges (Jean-Louis Trintignant) quien se desvive, nunca mejor dicho, por cuidar a su mujer, intentando retrasar el inevitable final. Una vez más en el cine de Haneke, algunas de las cosas más importantes que suceden en la película se narran en fuera de campo, esta vez con más sentido que nunca en su obra. Baste citar instantes como el del grifo de agua abierto y todo lo que rodea esa escena, o simplemente el destino que corre Georges, y que Haneke soluciona con una escena salida del fantastique, género al que han recurrido algunos cineastas hablando del amor, como caso de Henry Hathaway en ‘Sueño de amor eterno’ (‘Peter Ibbetson’, 1935).
Jean-Louis Tringtinant y Emmanuelle Riva llenan ellos solos el film, salvo un par de escenas con un alumno de piano de Anne, y la hija del matrimonio —una excelente Isabelle Huppert, como resignada hija que parece no entender el extraño comportamiento de su padre esquivo—, ‘Amor’ muestra casi todo el tiempo a la pareja protagonista, consumiendo un amor que va tornando en otra cosa —olvido, muerte—, y que los dos intérpretes se entregan desnudos al ejercicio de realismo que Haneke hace, desnudos como vinieron al mundo y prácticamente vacíos sus personajes al irse de él. Son tan siceras sus interpretaciones, tan cercanas, tan verdaderas, que uno llega a preguntarse por el futuro como seres humanos de Trintignant y Riva. Ella no cae en el histrionismo —este tipo de personajes corren ese riesgo— y su interpretación es portentosa —la única capaz de quitarle el Oscar a Jessica Chastain, la principal favorita— y es quien está recibiendo la mayor parte de los elogios por parte de crítica y público. Pero él no se queda atrás, y si me apuro hasta diría que es quien soporta todo el DOLOR de la película.
En la salud y la enfermedad, en los buenos tiempos y sobre todo en los malos. Así debe ser el amor de bueno, y también de doloroso, porque morir no es el mayor dolor que existe, es vivir siendo consciente de que todo acabará en un momento, es vivir amando y que tu pareja te escupa el agua que acabas de darle y hagas algo impensable, es no soportar más que lo que más has querido se deshaga poco a poco en el olvido y la quietud, o en un eterno lamento de queja inevitable. Y sobre toco es tomar la decisión más importante que jamás hayas tomado en toda tu vida, apretando fuerte para que pase rápido y todo lo bueno que fue, es, quede intacto, aunque luego no seas capaz de matar una paloma. Es no juzgar, y sobre todo es quedarse en una casa, antes llena de música —de vida—, ahora solitaria sin sus habitantes, pensando. Esperando tu turno.
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