Con el público a ambos lados del Atlántico rendido a sus pies, Alejandro Amenábar lo habría tenido muy fácil de haber querido continuar su trayectoria por similares fueros a los que ya había recorrido durante sus tres primeros filmes. Pero si algo se intuía en lo poco que había trascendido del carácter del cineasta más allá de sus películas —Amenábar siempre ha sido un artista celoso de su intimidad— era su poca predisposición a acomodarse y dejarse encasillar por la industria en la muy favorable posición que le proporcionaban 'Tesis' (id, 1996), 'Abre los ojos' (id, 1997) y, sobre todo, 'Los otros' ('The Others', 2001).
Pero hete aquí que en su camino se cruzaron las 'Cartas desde el infierno' que Ramón Sampedro, aquél tetrapléjico que había luchado durante años por una muerte digna, publicara, curiosamente, el mismo año que arrancaba la carrera del director. Fascinado por los escritos del gallego, Amenábar comenzaba a investigar sobre la absorbente personalidad de un hombre que, sin él saberlo, iba a terminar provocando la que sería su cuarta producción. Una que estaba destinada a consagrarlo como uno de los directores más grandes y universales que ha conocido el cine español en virtud, qué duda cabe, del reconocimiento obtenido por los diversos premios que la cinta fue acaparando.
A esos 14 Goyas —de 15 nominaciones— que la convierten en la producción española que más estatuillas ha conseguido en la historia de los premios se sumarían el reconocimiento de los Globos de Oro, del Festival de Venecia, de los Premios del Cine Europeo y, por supuesto, el culmen de la industria que es el ser uno de los cuatro cineastas de nuestra tierra que ha hollado la alfombra roja hollywoodiense junto a José Luis Garci, Fernando Trueba y Pedro Almodóvar llevándose "de calle" el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. Todo un rosario de logros que, unido a su espléndida taquilla, apuntaba a que con 'Mar adentro' (id, 2004) Amenábar había tocado techo.
Remover conciencias
Ya dije ayer que no es 'Mar adentro' la que considero el mejor exponente del cine de Amenábar por cuanto dicho título se lo lleva el magnífico cuento de terror que es 'Los otros'. Ahora bien, no significa ésto que, como sí pasaba con Shyamalan, considere que a partir del filme protagonizado por Nicole Kidman la trayectoria del cineasta desciende de forma cada vez más alarmante por cuanto tanto en el presente biopic —con matices, muchos, pero biopic a fin de cuentas— como en el drama histórico que revisaremos mañana sigue habiendo muchísimo cine de un nivel asombroso.
Es más, creo digno de aplauso que el cineasta decidiera dar un giro tan radical a su trayectoria y dejara atrás el suspense para abordar un drama tan intenso como el que nos ofrece esta historia llamada a remover conciencias que es 'Mar adentro'. Porque si algo queda claro tras el visionado de la cinta es que la clara intención de Amenábar a la hora de aproximarse a un relato tan diferente a los que había abordado hasta entonces iba encaminada tanto a medir el alcance de sus capacidades como realizador, como a que la cinta se alzara en claro vehículo de denuncia hacia las mentalidades estrechas de parietales que desde su posición de poder impiden la eutanasia.
Todo el filme queda impregnado del gañido rabioso que Sampedro emitió en vida y del que el director se hace eco, ya en las muy diferentes formas en las que el gallego encarnado por Javier Bardem traslada la idea de una muerte digna —y aquí no hay escena más locuaz que aquella en la que el personaje parlamenta con el cura interpretado por José María Pou— ya en la parte del discurso que se hace descansar en todos los satélites que lo rodean, sean éstos su hermano —inmenso Celso Bugallo—, que con su cerrazón nos hace ver hasta dónde llega el egoísmo del amor, o el abogado al que da vida Francesc Garrido, en boca de quien se pone el alegato más potente.
Muchas fueron las voces que, toda vez se estrenó la cinta, tacharon a Amenábar de manipulador y lo acusaron de haber rodado un drama abocado a provocar la lágrima fácil. Y yo digo que no, que ni las emociones que encontramos en el metraje están llamadas a manipular al espectador, ni 'Mar adentro' es un vehículo de esos con clara vocación a que el respetable termine llorando a moco tendido. A ver, lágrimas hay, pero cuando aparecen son el producto de la fuerte implicación que tenemos con los personajes y con la escena en cuestión —esa despedida— y no el resultado de la hábil combinación de diversos factores cinematográficos orientados a que sea imposible contener el lloro.
De hecho, creo que una de las claves fundamentales de 'Mar adentro' es precisamente crear unos personajes con los que el público se siente identificado desde el primer segundo. Y digo bien, crear, porque lo que aquí vemos es eso, una creación "inspirada" en hechos reales que se aparta de los mismos de forma constante añadiendo protagonistas que nunca existieron en la vida de Ramón —y el más notable ejemplo de ello es la Julia interpretada por Belén Rueda— y que dibuja a Sampedro como el típico "héroe" de biopic yanqui, ese que cae bien a todo tipo de público y que provoca, en última instancia, esa potente implicación entre la ficción de la pantalla y la realidad de la platea.
Y está claro que, asociado a lo fundamental de la creación de dichos personajes es la maravillosa elección de los intérpretes que se hacen cargo de ellos. Ya he mencionado a Celso Bugallo, a Francesc Garrido, a una muy normalita Belén Rueda —una actriz que TODO lo hace igual— y ese animal escénico que es Javier Bardem. Pero no sería de justicia pasar a otras disquisiciones acerca de 'Mar adentro' sin mencionar a una espléndida Lola Dueñas o a la que, sin duda, es lo mejor en el terreno interpretativo en el filme, Mabel Rivera, una actriz soberbia que nos deja aquí maravillados por la sutileza y fuerza de cada una de sus intervenciones.
'Mar adentro', humor negro para un drama luminoso
Clavada la espinita de no haber tenido acceso a rodar una comedia —algo que lleva queriendo hacer desde después de estrenar 'Tesis'— hay que admitir que, por mucho que sea un drama, hay en 'Mar adentro' una considerable proporción de humor que aligera sobremanera la carga más amarga de la cinta y suaviza el impacto de su mensaje y de los destinos de dos de sus protagonistas. Humor negro y cínico, sí, pero humor a fin de cuentas que refuerza esa impresión que comentaba antes de que los intereses de Amenábar no son filmar una tragedia de proporciones desmesuradas que provoque que el público salga destrozado de la sala.
Antes bien, la luz que desprende la cinta —y aquí es inevitable llamar la atención sobre el excelso trabajo que vuelve a realizar Javier Aguirresarobe— alejándose de los fuertes claroscuros que Amenábar había explorado en 'Los otros' parece querer reforzar la actitud positiva y vitalista del mensaje de fondo del filme. Un mensaje que, al margen de la fotografía rubrica, y de qué manera, la prodigiosa labor de realización del cineasta, que con su cámara nunca llega a transmitir la sensación de opresión a la que hubiera sido muy fácil recurrir si las intenciones de la cinta hubieran sido otras.
Ya en el lento discurrir de la cámara en la primera vez que nos asomamos al mundo de cuatro paredes en el que habitó Sampedro, Aménabar parece querer dejar claro que la arrolladora personalidad de su protagonista y su imaginación nunca consideraron cerrado tan pequeño espacio —algo que refuerza con la transición de la playa a la ventana y de la ventana al barco anclado en el mar—. Dicha voluntad, la de abrir espacios, se mantiene durante todo un metraje que, como decía contiene CINE de un nivel espectacular.
Muchos serían los ejemplos en los que aquí cabría detenerse y que hablan asimismo del brillante trabajo de Iván Aledo en la mesa de montaje, pero quiero quedarme con uno en concreto. No, no es el momento 'Nessun Dorma' —impresionante, todo hay que decirlo—, sino la escena en que Belén Rueda escucha la grabación en la que el protagonista relata el momento de su accidente y Amenábar, evitando el recurso fácil de un flashback común, nos muestra a través del pasar de fotografías eso que muchas veces se dice de lo que vemos cuando vamos a morir.
Poético e imaginativo, dicho recurso no es más que uno de tantos de los que podemos ver en 'Mar adentro', un filme que muchos seguirán viendo como una suerte de traición del director a su propia identidad pero que, como ya hiciera Spielberg en su momento —y entonces también se habló mucho de lo inadecuado de un viraje que terminaría ofreciéndonos obras maestras como 'La lista de Schindler' ('Schindler's List', 1993)—, viene a transmitir, o al menos así lo he visto durante los once años que han pasado desde su estreno, la clara sensación de lo inquieto de la personalidad cinematográfica de este hombre "tranquilo" que es Alejandro Amenábar.
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