Disney no estado muy acertada con la campaña promocional de ‘Aladdin’. La película animada de 1992 es una de las más queridas por el público y lo que habíamos ido pudiendo ver antes de su estreno hacía pensar más en un ridículo desastre que en una actualización memorable de la mano de Guy Ritchie.
La película llegará finalmente este viernes a los cines y no dudo de que vaya a ser un gran éxito, pero personalmente me da la sensación de que se queda en tierra de nadie. Por un lado, intenta huir de la posibilidad de ser una mera reproducción plano a plano, pero a cambio nunca termina de aprovechar los cambios que plantea. Para el recuerdo deja alguna escena inspirada, aunque no tengo del todo claro si es por méritos reales suyas o por el bagaje heredado del clásico animado.
Un cambio moderado
Que en ‘Aladdin’ iban a volver a sonar varias de las míticas canciones del clásico animado era algo obvio. Fueron claves para su éxito y la razón de ser de estas producciones es vivir del interés del público en volver a ver sin grandes cambios lo que les conquistó en su momento. Y esas canciones están grabadas en el corazón de mucha gente, siendo a veces imposible que no traspasen la barrera de sus méritos reales. Alguno lo llamará dejarse llevar, pero a mí me suena a rendición incondicional ante cualquier cosa que te vendan que se parezca a lo que amaste en su momento.
Es inevitable que la película se alimente de la nostalgia, pero lo curioso es que Ritchie parece siempre interesado en distanciarse, añadiendo cambios más importantes o mínimos en función de lo que le permita cada secuencia. Ojo, detrás de eso no veo rastro alguno de la personalidad que Ritchie ha demostrado ser capaz de imprimir a sus trabajos, pero sí un intento de hacer algo más que solucionar la papeleta y marcarse un éxito fácil.
Cómo varían los personajes
Por ahí es por donde llegan cambios más importantes que hacen un flaco favor al resultado final. Los más dañados de todo esto son Iago y el sultán, con el primero intentando conseguir cierta dosis de realismo que a la hora de la verdad se traduce en la pérdida de toda chispa por parte del personaje y con el segundo dejando atrás ese factor bonachón que tan bien funcionaba en la película animada. Aquí ambos son una herencia que tiene que aparecer en pantalla pero que poco interesa a Ritchie.
Los más beneficiados de ello son el Genio y Jasmine, pero la forma de alterar y ampliar los personajes nunca se siente satisfactorio. Con el primero huele demasiado a intento de exprimir el carisma de Will Smith, quien lo da todo de sí mismo para hacernos olvidar a Robin Williams, pero a la hora de la verdad siempre se siente ligeramente forzado. Con todo, la película bajaría varios enteros sin la energía que aporta.
Por su parte, Naomi Scott ve como se potencia el lado más decidido y feminista del personaje para que case mejor con las inquietudes del público actual, teniendo incluso una nueva canción pensada ex profeso en esa dirección. Interesante sobre el papel pero con una ejecución fallida que incluso sirve en algunos momentos para romper el ritmo de la historia.
Y es que cuando ‘Aladdin’ intenta distanciarse más del original lo hace explorando conceptos que podrían casar bien con lo que habíamos visto, pero a veces se olvida que una de las claves del original animado es que se trataba de una ágil aventura que rara vez daba un respiro al espectador. Aquí va todo más pausado, incluso cuando se “saltan” alguna escena para llegar más rápido a la parte en la que el genio ya está presente. Se echa en falta la energía de Ritchie.
El bajón de Jafar
Curiosamente, la película funciona mucho mejor cuando deja que todo fluya como en la huida inicial de Aladdin junto a Jasmine. Hay quizá demasiados cortes en el montaje para potenciarlo sin algún tipo de idea visual continuada real por parte de Ritchie, pero al menos ahí uno realmente piensa que está ante una divertida aventura. Pronto se nos recuerda que no y uno de los principales responsables es lo anodino que resulta Marwan Kenzari como Jafar.
Una aventura siempre se va a resentir de un villano que no está a la altura y Jafar es el personaje humano al que peor le sienta el salto a la acción real. Kenzari lo aborda destacando en todo momento su faceta de amenaza, obviando cualquier otra posibilidad y resultando así demasiado monocorde. Tampoco ayuda lo que mencionaba antes de Iago.
‘Aladdin’ no destaca en nada
De esta forma, en lo interpretativo la película depende mucho de lo que pueda animar Smith determinadas escenas y de la química que pueda haber entre Mena Massoud y Scott. Ambos por separado están correctos, ni brillando como Aladdin y Jasmine ni dejándose llevar, y uno puede llegar a creerse la atracción mutua. El problema es que nunca nos dan motivos reales para que llegue a importarnos, algo imperdonable.
Además, se nota que Disney ha realizado una fuerte inversión pero a la hora de la verdad nunca llega a lucir como debería. En muchos momentos da la sensación de que ‘Aladdin’ es una reproducción de la imagen superficial que en Hollywood puedan tener de Bollywood cuando llega la hora de epatar al espectador por esa vía.
Eso unido a unos diseños algo cuestionables -y a un irregular trabajo de los efectos visuales- acerca la película más a una producción de los años 90 que quería aparentar más de lo que era que a la lujosa producción que es la cinta de Ritchie. De hecho, cuando más “pomposo” es todo, peor. Todo es mejor cuando potenciar el lado más ligero y cómico, incluyendo nuevos personajes creados para la ocasión como la criada de Jasmine o el divertido príncipe interpretado por Billy Magnussen.
En definitiva, ‘Aladdin’ es una actualización bastante discreta de la cinta animada de 1992, nunca consiguiendo igualar o superar a la original cuando se acerca más ella y errando en la mayoría de cambios sustanciales que incluye. Al menos lo intenta en lugar de contentarse con seguir el camino marcado, pero tampoco lo hace de forma decidida y el hecho de restar ligereza al relato acaba volviéndose en su contra.
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