El pasado viernes llegó a nuestras pantallas el thriller ‘Al límite’, el (¿esperado?) regreso de Mel Gibson como actor. Con la excepción de tres episodios en ‘La Familia Salvaje’, el australiano no se ponía delante de las cámaras desde el año 2003, cuando trabajó a las órdenes de Keith Gordon en la extraña ‘El detective cantante’. Dice Gibson que tras 30 años haciendo lo mismo, se sintió cansado y sin ideas, así que aparcó la interpretación y se centró, entre otras cosas, en su faceta de director. Pasado un tiempo, suponemos que el suficiente como para recuperar la ilusión (si no queremos ser malpensados y considerar razones económicas), le ofrecieron la posibilidad de protagonizar la adaptación de la serie ‘Edge of Darkness’, y la estrella aceptó.
Al parecer, Gibson era un fan de la serie y el guión le pareció lo suficientemente bueno como para volver a actuar. Una vez vista la película, a la que el título español (más propio de uno de esos churros de acción típicos de videoclub) le viene como anillo al dedo, no soy capaz de entender qué vio el actor y director que le interesara tanto, porque la adaptación que han escrito William Monahan y Andrew Bovell, llevada a la pantalla por Martin Campbell, es un cúmulo de tópicos de lo más aburrido. Al igual que en la recientemente comentada ‘El hombre lobo’, se respira una desgana y una falta de ideas increíbles, intolerables en un producto que pretende ser un éxito de público. Los diálogos resultan involuntariamente cómicos, los actores no sienten lo que están haciendo, y Campbell se limita a rodar todo como si fuera un programa de televisión, con el piloto automático puesto.
Especialmente flagrante, y significativa, es la secuencia en la que el personaje de Mel Gibson, un policía veterano dispuesto a saltarse la ley, conoce al misterioso tipo que interpreta Ray Winstone (en un papel que iba a ser para Robert de Niro, que huyó al leer el guión definitivo). El planteamiento y la conversación son tan cansinos que dan ganas de levantarse de la butaca y hacer algo más provechoso. Campbell, que va de encargo en encargo sin despeinarse, resuelve el encuentro, que debería ser muy tenso, con un rutinario plano-contraplano, cortando cada vez que habla o se mueve un personaje, llegando al ridículo cuando dirige nuestra atención a la ventana de un vecino que se queja a gritos por el humo que el protagonista ha provocado (está quemando pruebas en el jardín de su casa a las tantas de la noche, lo normal). Gibson está fatal, está en otra película (en una donde sólo habla y dispara), y nunca ha sido un gran actor pero lo de Winstone es criminal, no lo he visto actuar peor. Parece como si estuviera borracho o algo similar.
La trama menos sorprendente del año
No he visto la serie original, pero supongo que cuando la han adaptado al cine es porque sería interesante y muy entretenida. Algo así como ‘La sombra del poder’ (‘State of Play’), que no dejaba de ofrecer giros y sorpresas hasta el final. Al lado de ésta, la ‘Al límite’ es un completo despropósito. Claro que convertir una serie (incluso una de seis capítulos) en una película no es tarea fácil pero los guionistas han simplificado tanto que les ha quedado una película absurda. La historia se centra en una “compleja” investigación del policía Thomas Craven (Gibson), tras el asesinato de su única hija (Bojana Novakovic).
Porque con un poquito de vista y esfuerzo, el asunto se deslía solo. Thomas estaba junto a su única hija la noche en la que recibe un escopetazo en el vientre (poco más y le lanzan un misil a la joven), lo que en un principio se ve como un frustrado ataque contra él. Pronto descubre que esto no tiene mucho sentido y ante la escandalosa falta de interés de sus compañeros por resolver el crimen, Thomas saldrá en solitario a buscar la verdad. Algo que tarda demasiado en encontrar, para desesperación del espectador, teniendo en cuenta las clamorosas pistas que se van deslizando torpemente desde el principio. Porque nada más empezar, su hija parece ocultar algo, está enferma y justo antes de salir por la puerta, se queda a medio camino de una confesión. Le vuelan la tripa a escasa distancia, ¿y piensan que el objetivo era el padre? Es de cachondeo.
Pero la cosa sólo acaba de empezar. Thomas va a buscar al novio de su hija (Shawn Roberts) y Martin Campbell se suelta el pelo organizando una gratuita pelea como las que robó de la saga Jason Bourne para su ‘Casino Royale’, coronada por un momento patético en el que el muchacho empieza a tirarle todo tipo de cosas al poli, incluyendo objetos tan contundentes como una bolsa de plástico. Aun así lo más grande es que el muchacho sabe perfectamente quién ha entrado en su casa, como reconocerá cuando Thomas lo tumbe al suelo. Pero no puede decirle nada sobre el crimen porque lo están vigilando, así que el poli sigue su búsqueda hasta la compañía que empleaba a su hija. A buena hora. Thomas habla con el jefe de la empresa (Danny Huston, despistado igual que el resto de sus compañeros de reparto) y éste se muestra tan poco convincente que, llegados a este punto, hay que tener serrín en el cráneo para no darse cuenta de lo que ha pasado.
En realidad, ya desde que la hija sangra por la nariz y es ejecutada es muy evidente, pero tras el silencio miedoso del noviete (cuyo comportamiento es delirante) y la charla con el presidente de la corporación diabólica, sólo falta que el que llevaba la escopeta se ponga a perseguir al protagonista para que no tenga siquiera que seguir buscándole (cosa que ocurre enseguida). Sin embargo, Gibson, quiero decir, Thomas, no lo tiene muy claro, y sigue tras la verdad, acosando a todo tipo de personajes, cuya implicación en los hechos es tan clara que no tienen ni que hablar. Como en todo thriller conspiranoico que se precie, el protagonista estará también en peligro por meter el hocico donde no debe, y da igual que sea un policía o el presidente de Estados Unidos, que los malos tratarán de acabar con él por todos los medios. El secretismo y los métodos limpios ya no serán relevantes.
Así que no estoy nada de acuerdo con la opinión de mi compañero Alberto sobre las escenas de acción (la del atropello es de risa, por cierto, ¿es posible acelerar de forma tan bestial en una décima de segundo?) ni sobre el trabajo de Gibson, que está desubicado, fuera de juego, incapaz de meterse en la piel de un personaje tan simplón como el de Thomas Craven. Me cuesta encontrar algo positivo en este soporífero y previsible thriller, pero es verdad que la parte final (los dos tiroteos, no la bochornosa escena del hospital) es seca y violenta, como debería haber sido el resto del film, y al menos ahí uno está pendiente de lo que va a ocurrir. Rescatemos eso, los balazos justicieros, que tanto gustan dentro de una pantalla de cine, y olvidemos todo lo demás, especialmente que Gibson, Campbell, Monahan, Winstone, Huston y Howard Shore, entre otros, estuvieron implicados.
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