La semana pasada os propuse una encuesta centrada en los vampiros del séptimo arte —aún estáis a tiempo de participar—, con la excusa de los estrenos de ‘Abraham Lincoln: Cazador de vampiros’ (‘Abraham Lincoln: Vampire Hunter’, T. Bekmambetov, 2012), en nuestras carteleras desde hace tres semanas, ‘Somos la noche’ (‘Wir sind die nacht’, D. Ganselme, 2010), que llega a los cines mañana, y ‘La saga Crepúsculo: Amanecer. Parte 2’ (‘The Twilight Saga: Breaking Dawn. Part 2’, B. Condon, 2012)’, que arrasará en taquilla a mediados de noviembre. Había visto la segunda y tenía curiosidad por la primera; ninguna de las dos merece la pena.
Algunos se preguntarán cómo diantres podía esperar ALGO de ‘Abraham Lincoln: Cazador de vampiros’. Me divierte cómo la gente se pone de acuerdo sobre una película que no han visto. Por el cartel, por ejemplo, cuando es parte del trabajo del departamento de marketing o de las distribuidoras. Desde luego, la premisa es absurda; resulta que Lincoln no solo fue uno de los presidentes mejor valorados de la historia norteamericana sino que además se dedicaba a matar vampiros. Porque a su madre la ventiló uno de ellos. Precisamente, un punto de partida así es una de las razones por la me puede interesar una película. Un plato diferente, para variar.
Otro motivo es el director. Me gustó lo que hizo Timur Bekmambetov con ‘Guardianes de la noche’ (‘Nochnoy dozor’, 2004), otro film sobre vampiros, y ‘Wanted’ (2008), donde volvía a dar rienda suelta a su imaginación para orquestar exageradas secuencias de acción. Eran propuestas divertidas, desenfadadas, inusuales. Esperaba algo así de ‘Abraham Lincoln: Cazador de vampiros’. También tuve en cuenta, a la hora de dejarme convencer, la firma del (actualmente devaluado) Tim Burton entre los productores y un aprovechable reparto en el que destacan los nombres de Benjamin Walker, Mary Elizabeth Winstead, Dominic Cooper, Anthony Mackie, Rufus Sewell y Marton Csokas.
Una opinión bastante extendida es que el mayor error de la película ha sido enfocar la historia de manera dramática, cuando pedía a gritos un enfoque cómico, paródico —es el punto de vista de Mikel Zorrilla—; en parte, estoy de acuerdo. En el cine en general escasea el sentido del humor, sobre todo en caros productos destinados a arrasar en taquilla, quizá dando por hecho que el público prefiere gastar su dinero en algo dramático. Y ciertamente, no te puedes tomar en serio un film donde Lincoln protege un tren cargado de balas de plata porque es la única manera de acabar con la guerra civil, entre otras locuras del guion de Seth Grahame-Smith, que ha escrito una comedia involuntaria.
Sin embargo, no creo que el tratamiento dramático haya sido la mayor torpeza. Hay escenas donde el tono resulta adecuado, como cuando los vampiros demuestran su fuerza en el campo de batalla. El error es haber rodado el texto de Grahame-Smith, que está plagado de momentos vergonzosos. Con un guion nefasto, lo demás es complicado, especialmente cuando el director no sale del estilo de sus últimas producciones, convirtiendo a Lincoln en casi un superhéroe, cuyo disfraz es la barba y el sombrero de copa, y su arma un hacha-revólver; y es que como entrenó con un vampiro, es más rápido y más fuerte de lo normal. Y además tiene la facultad de transmitir (instantáneamente) su entrenamiento a su amigo de la infancia, que por supuesto es negro —así justifican su postura ante la esclavitud—.
Podría bastar con las pocas pero generosas secuencias de acción —con ideas tan delirantes como la del vampiro lanzando un caballo al héroe—, donde Bekmambetov se siente cómodo, pero es que el resto es tan bochornoso que uno tiene la sensación de estar sufriendo una barata telenovela de sobremesa. Desde que Lincoln llega a la presidencia el relato se hunde por completo, rematado por un agotador clímax con un ferrocarril en llamas y un breve (y prescindible) ajuste de cuentas entre la señora Lincoln y una de las criaturas. Espero que este desastre cinematográfico no afecte negativamente a la carrera de Walker, porque el chico lo intenta hasta el final a pesar del disparate de guion. Su esfuerzo interpretativo es lo único digno de elogio que hay en ‘Abraham Lincoln: Cazador de vampiros’. Al acabar, uno tiene aún más ganas de que se estrene ya la película de Steven Spielberg.
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