Renny Harlin no necesita presentación para muchos de vosotros. Aunque ahora su nombre parece bastante olvidado —y no me parece que injustamente—, en la década de los 90 estuvo muy presente, sobre todo en el cine de acción. Ligado a películas tan buenas como ‘La jungla 2: alerta roja’ (‘Die Hard 2’, 1990) —aún hoy su mejor película—, tan fallidas como ‘Memoria letal’ (‘The Long Kiss Goodnight’, 1996) —en su momento el guión más caro de la historia del cine—, tan entretenidas como ‘Deep Blue Sea’, o tan vergonzosas como un montón de títulos que prefiero no nombrar. Hace poco nos llegó ‘Cleaner’, una especie de resurrección del posible talento que Harlin pueda esconder, un retorno a cierta sobriedad ausente de un tipo de cine marcado sobre todo por el mareo, la taquicardia y la vacuidad. Por contra, la primera hora de ‘12 trampas’ (‘12 Rounds’, 2008) es un regreso sin prejuicios al buen cine de acción de los 80, devolviéndole parte de su esplendor.
El tramo final es una reunión de tópicos mal enlazados en la que Harlin despliega todos sus tics —los malos, claro—, estropeando todo lo narrado hasta ese momento. Aunque lo más llamativo, lo más vergonzoso es presenciar como este director se ha prestado a filmar lo que es un plagio descarado de ‘Jungla de cristal: la venganza’ (‘Die Hard: With a Vengeance’, 1995), una de las últimas muestras del buen hacer de John McTiernan, éste sí un excepcional director de cine de acción.
La trama de ‘12 trampas’ es bien sencilla. Un detective de policía, Danny Fisher, será objeto de un brutal venganza por parte de un peligroso delincuente que ha metido entre rejas, pero que se ha fugado de prisión. El motivo del ex-presidiario es hacer pagar al policía la muerte de la amante de aquél, fallecida accidentalmente cuando fue apresado. Fisher tendrá que recorrerse toda la ciudad de New Orleans superando doce pruebas que el malvado de la función le ha preparado, o si no, la mujer del policía morirá. Una premisa que parece sacada de cientos de films donde sucede lo mismo o algo parecido. Desde los juegos de Scorpio con Harry Callahan en la insuperable ‘Harry el sucio’ (‘Dirty Harry’, Don Siegel, 1971) hasta los jueguecitos de John McLane con el villano de turno en el film mencionado. Una situación muy utilizada, pero que afortunadamente funciona, como así lo demuestran las tres cuartos de ‘12 trampas’, film que podría haber sido sin problema alguno, uno de los mejores en un subgénero tan menospreciado.
Renny Harlin logra estamparnos la primera hora de película en la retina, con un envidiable sentido del ritmo, y sobre todo del espectáculo. Asistimos interesados a las andanzas de un policía que pone la ciudad patas arriba, preocupado por salvar a su mujer. Los personajes, que no brillan precisamente por su originalidad, si no más bien todo lo contrario, poseen esa extraña particularidad tan difícil de ver hoy día: son creíbles, nos resultan cercanos. Cuatro apuntes de personalidad sobre sus respectivas vidas, y punto. Harlin no necesita nada más para que nos importen un mínimo. Y aunque hay cosas que parecen grandes chorradas —dos tipos del FBI que no son más que caricaturas, o diálogos de quita y pon— Harlin ha hecho los deberes y consigue el principal objetivo de este tipo de cintas: entretener. Ojo, única y exclusivamente en su primera hora. Después aparece el caos.
En cuanto se da a conocer el plan del villano, no hay más remedio que llevarse las manos a la cabeza. Daniel Kunka, en su primer trabajo como escritor para el cine, copia sin disimulo lo escrito por Jonathan Hensleigh para el mencionado film de John McTiernan. No estamos hablando de un referencia, u homenaje, no; hablamos de idéntica estructura, similar motivación en los personajes, y hasta la introducción de un helicóptero en la trama, con las mismas intenciones. Ojalá pudiéramos decir que Harlin salva la papeleta con su puesta en escena, pero a partir de ahí ocurre algo inesperado: el director saca a relucir sus peores armas, flashes de sonido y luz, montaje acelerado y atropellado, y un clímax poco logrado que termina con las expectativas que nos habíamos hecho en su primera parte.
Los actores son otro de los puntos débiles del film, aunque en su favor podemos asegurar que no molestan tanto como cabría esperar. John Cena, luchador metido a actor siguiendo la estela de muchos de los nombres del cine de acción de lo 80, no es un buen actor, pero cumple con su cometido, o sea, hacer creíble a un personaje que se pasa toda la película corriendo de aquí para allá mientras se somete a pruebas que pueden acabar con su vida. En los secundarios tenemos a dos caras conocidas de la pequeña pantalla: Brian White, que da vida al compañero de Fisher, visto en la espléndida ‘The Shield’; y Aidan Gillen, como el villano de la función, visto en esa obra maestra titulada ‘The Wire’. Ambos están por debajo de sus posibilidades, cumplen, pero no destacan.
Al final ‘12 trampas’ queda como el enésimo intento fallido de recuperar el buen cine de acción. Un jarro de agua fría, terminado de forma muy brusca y acelerada. Su escueto presupuesto de tan sólo 22 millones de dólares lucen muy bien en pantalla, y no tendrán problemas para recuperar lo invertido e incluso sacar ganancia —en el mercado de DVD hará las delicias del aficionado—, lo que provocará que tengamos a Renny Harlin para rato. Me advierte mi compañero Juan Luis Caviaro que ahora Harlin está muy contento, ya que por fin le ha llegado un buen guión para su próxima película, que parece ser tratará sobre el conflicto Rusia-Georgia. Mientras unos saltarán de alegría, otros querrán que les disparen, y a otros nos dará igual.
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