La obsesión por la nostalgia no es tanto una enfermedad de nuestro tiempo -incluso una película tan "moderna" en su momento como 'Regreso al futuro' tenía cierta nostalgia del pasado- como un método de protección de nuestro cerebro ante la incertidumbre y desprotección del presente. Idealizamos cosas de nuestra infancia/adolescencia porque era el periodo donde no teníamos que preocuparnos de responsabilidades y problemas adultos y donde las experiencias se vivían de forma más intensa por la sensación de novedad -y también porque: hormonas-.
Por eso creemos que nuestra infancia era mejor que las de los niños de ahora. O creíamos que entonces no había problemas que ahora son discutidos más abiertamente. Pero esos problemas existen ahora y lo hacían entonces, simplemente podías elegir no prestar atención a ellos. Podías fijarte, sólo que no estabas realmente en edad de procesarlo del todo.
Sobre esta experiencia hablan muy bien joyas recientes como 'Verano 1993' o la francesa 'Petite Maman', recientemente incorporada al catálogo de Filmin tras su paso por el Festival de San Sebastián y salas de cine.
Lazos inexplicables y fuertes
En 'Petite Maman' nos encontramos en el centro del relato a una niña de 8 años, Nelly (Joséphine Sanz), que acaba de perder a su abuela. Se dirige con sus padres a la casa donde dicha abuela crió a su madre, para recoger sus cosas.
En el proceso vemos como dicha madre acaba teniendo cierta distancia con la niña por la dificultad de procesar el trauma que está viviendo, así que vemos a Nelly explorando alrededor de dicha casa, metiéndose en el bosque. Y allí encuentra a otra niña de su edad (Gabrielle Sanz), inquietamente parecida a ella, con la que forma una interesante conexión.
Qué se esconde realmente detrás de esta niña casi doppelgänger y de la conexión entre ambas es un misterio que es mejor ir descubriendo por uno mismo mientras ve la película. Basta decir, como directriz para apreciar el ejercicio buscado por su cineasta, que ese ligero toque fantástico consolida el viaje emocional que su protagonista toma para poder reconectar con su familia.
No necesita caer en dramatismos para ello, a pesar de lo que pueda parecer contando la historia. En su lugar, Céline Sciamma recurre a una íntima y especial sensibilidad que muestra su increíble empatía con la perspectiva infantil, además de su habilidad para contar la fuerza que surge de los lazos femeninos.
Aspectos que han sido recurrente en su obra desde 'Water Lilies' o en la mayúscula 'Retrato de una mujer en llamas'. En 'Petite Maman' opta más que nunca por el minimalismo, pero es capaz de introducir en él emociones realmente profundas y desbordantes, dejando que todas estas ideas impacten y cautiven casi como un embrujo.
'Petite Maman': cálida como un brasero
Escenas en las que parece que no sucede nada importante, pero en realidad está contando mucho, como esos juegos que realizan las dos niñas, las conversaciones que luego tiene la protagonista con su padre o la cabaña/refugio que ambas intentan construir. Pequeños detalles que Sciamma cuenta sin el menor atisbo de condescendencia y sin necesidad de enrollarse -sólo dura 72 minutos, algo de lo que deberían tomar nota muchos-.
Todo parece sencillo, pero está bien pensado para que toque emocionalmente. Esos instantes llenos de ternura muestran el exquisito toque de Sciamma para contar esta historia, y por qué se ha vuelto uno de los nombres imprescindibles del nuevo cine francés. Sencillamente te calienta el corazón como un brasero de los de toda la vida.
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