Me pregunto si os habrán llegado a cansar, como a mí, las películas de buen rollo, es decir, aquellas que siguen el esquema que tan bien reproducía la factoría Ealing para contarnos cómo un grupo de personas sobre las que se ejerce una injusticia consigue liberarse y alcanza la justicia poética a base de un esfuerzo común. El motivo de mi inicial recelo es que están cortadas por un patrón demasiado similar en todos los casos y que su falsedad, si bien es intencionada y forma parte de los elementos que buscan la catarsis, me parece excesiva. A pesar de que ‘El concierto’ (‘Le concert’) sigue sin desviación esta fórmula tan manida, le convengo la capacidad para emocionar, ya que el conjunto que compone es superior a lo que suponen sus elementos por separado.
Esta coproducción paneuropea, que se estrenará el día 12, está dirigida por Radu Mihaileanu e interpretada por Alexei Guskov, Mélanie Laurent, Dimitri Nazarov y Valeri Barinov. Nos cuenta la historia del antiguo Boloshoi, expulsado por cuestiones políticas, cuyos miembros trabajan hoy en día en labores de intendencia. El anterior director de la orquesta se encuentra limpiando el despacho del actual cuando entra el fax que los invita a tocar en París. Junto con sus compañeros músicos, decide que acudirán a la cita, suplantando al auténtico Bolshoi. El director quiere interpretar el Concierto de Chaikovski, que se le había atragantado desde la juventud, y sólo aceptará como solista a una violinista en concreto.
No hay nada en ‘El concierto’ que no pueda imaginarse de antemano, incluso sin ver el largo y excesivamente explicativo tráiler que circula por los cines. En cuanto a componentes, están todos: existen los personajes cómicos, pero emotivos; se incluye una subtrama sentimental que esconde un secreto largamente guardado; convive con ella otra historia con tintes políticos, hay rencillas, se dan venganzas, se producen redenciones… En cuanto a progresión, se responde al esquema más clásico: tras el planteamiento y la decisión de suplantar a la auténtica orquesta, se muestra una larga preparación al estilo carrera de obstáculos, que está salpicada con humor, ya sea costumbrista o algo más inspirado. Y finalmente, llega el también sobreexpandido clímax.
Todo esto podría ser tan malo como bueno, ya que precisamente al no carecer de nada, ‘El concierto’ produce, sin duda, el efecto que busca. Es, en especial, un montaje en paralelo sostenido durante muchos minutos, en los que la explicación se acompaña del Concierto, lo que mejor funciona de todo el film y lo que aporta Mihaileanu —o su montador, Ludovic Troch— como originalidad.
Entre los actores se encuentra la intérprete que nos sedujo con su frialdad en ‘Malditos bastardos’: Mélanie Laurent, quien interpreta con la misma destreza a una violinista intrigada por una historia que le va a cambiar la vida. Del resto de la parte francesa del elenco se podría decir, si acaso, que está desaprovechado, ya que se trata de importantes intérpretes con poco texto y poca presencia: Miou-Miou, a pesar de lo reducido de su papel, está muy acertada; François Berléand, cuenta con un personaje tipo muy canónico, pero que presenta algún destello singular, y Lionel Abelanski, carga con todos los marrones que suele llevarse injustamente el alivio cómico.
En la parte rusa del reparto, el protagonista, Alexei Guskov demuestra ser un actor de gran carisma y elegancia, que sostiene la ilusión por llegar a interpretar su concierto contagiándonos sus aspiraciones sin dificultad. Quien interpreta a su mejor amigo, Dimitri Nazarov, encaja bien en un estereotipo, pero sin llegar a resultar cargante. El resto de la orquesta, responde a los prejuicios que se pueden encontrar en cualquier conversación sobre los rusos, dando pie a la facción más burda del humor de la cinta.
‘El concierto’ es una de estas películas que te hacen pasar un rato muy agradable y que, como extra, te hacen salir del cine con el ánimo subido y la sonrisa en los labios, a pesar de la lagrimita que has restañado unos minutos antes. Nada que objetar, pues no todo lo que llega a las salas tiene la obligación de revolucionar el Séptimo Arte. Poco recomendable, eso sí, para quienes busquen emociones fuertes o estructuras novedosas.
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