Finalizamos con 'Drácula y las mellizas' ('Twins of Evil', John Hough, 1971) el repaso en este especial a la trilogía Karnstein con la que la mítica Hammer —otra vez de actualidad gracias al estreno de films como 'Déjame entrar (Let Me In)' (id, Matt Reeves, 2010)— homenajeó la obra de J. Sheridan Le Fanu. Existen un par de codas, por así llamarlas, que podrían emparejarse temáticamente a la mencionada trilogía, 'La condesa Drácula' ('Countess Dracula', Peter Sasdy, 1971) y 'Capitán Kronos, cazador de vampiros' ('Captain Kronos - Vampire Hunter', Brian Clemens, 1974), pero de ellas ya hablaremos en el especial sobre la Hammer que se anda cociendo entre mis neuronas.
'Twins of Evil' significa más o menos 'Gemelas del mal'. El horroroso título que recibió en nuestro país es una prueba más de la malo mano que se tiene en España para poner los títulos de films extranjeros, práctica que se lleva haciendo desde hace muchas décadas, hasta el punto de que parecen realizados por la misma persona como si se tratase de un ser inmortal que nos tortura año tras año. El famoso personaje creado por Bram Stoker no aparece por ningún lado, ni siquiera se le menciona. Pero es que además, las mellizas del film no son tal, sino gemelas, que es distinto. Fraude total, pues, de título español. Nada que ver con las excelencias de la cinta, que no son pocas.
El guión de 'Drácula y las mellizas' es, una vez más, de Tudor Gates, director y productor de alguna que otra película erótica en los años 70, cuando empezaba el boom de los desnudos en los films, y al que evidentemente se recurrió para la mencionada trilogía, que está cargada de erotismo y sexualidad por los cuatro costados. Hay que decir, no obstante, que la presente película tiene una mala fama inmerecida por una doble razón. Por un lado se suele decir que el film de Hough tiene escenas de alto contenido sexual, lo que la lleva a estar emparejada con el hecho de pertenecer a la época de la decadencia de la Hammer, tildando al film de menor. Nada más lejos de la realidad. De la trilogía es en la que menos desnudos hay —aunque posee una fuerza erótica muy sutil—, y en ningún momento se trata de un film menor, sino todo lo contrario. Estamos hablando de una de las mejores muestras de terror de la productora británica en aquellos años.
La historia nos lleva hacia los lugares que rodean el castillo de los Karnstein. Allí, los lugareños temen a dos cosas. Por un lado el conde Karnstein, cuyas depravaciones le llevan a sobrevivir más allá de la muerte, y por otro, un grupo de lunáticos religiosos conocidos como La Hermandad, que se encargan de tildar de brujas a toda cuanta joven lozana cae en sus manos —señal del peligroso puritanismo del que hacen gala los agresores—, para luego quemarla en la hoguera sea bruja o no. Ambos se enfrentarán defendiendo sus respectivas creencias. Pero ambos utilizan el miedo como principal arma. Así pues, en 'Drácula y las mellizas' la némesis del vampiro no es ningún especialista en tales criaturas, sino alguien tan malvado como él. El conde es alguien culto que utiliza todo su saber para hacer el mal, y el jefe de La Hermandad —Gustav Weil— hace el mal por ignorancia. Irónico cuanto menos.
Una de las mayores bazas del film es precisamente el tour de force al que se enfrentan los dos personajes citados, interpretados por dos actores en verdadero estado de gracia. Damien Thomas nos ofrece un enloquecido, desquiciado, atractivo y poderoso conde Karnstein, sólo interesado en la depravación —fíjense en la primera foto—, y el gran Peter Cushing nos regala una de sus mejores interpretaciones, sin exagerar. Gustav Weil es implacable e ignorante, todo aquel que no piense como él no merece vivir. Cushing transmite sin dificultad su odio/atracción a lo desconocido, y ante todo un ciego fanatismo religioso que termina siendo su verdadero enemigo. Y es que en la Hammer, o se era conservador, o se atacaba duramente los fanatismos religiosos y el puritanismo.
Este elemento de dualidad de Weil está levemente sugerido, pero puede apreciarse en todo su esplendor en el personaje de las gemelas Maria y Frieda Gellhorn, a las que dan vida las playmates Mary y Madeleine Collinson con la suficiente convicción y los sugerentes escotes. Maria es inocente, frágil, virginal, y Frieda todo lo contrario, le atrae el mal, es voluptuosa y se entrega al vampirismo con deseo. Son tan iguales que casi nadie puede distinguirlas, salvo Anton (David Warbeck) que desde el comienzo se siente atraído por Freida. Atención a cómo visualiza John Hough ese instante, desenfocando a una de las hermanas a los ojos de Anton. Resulta muy certero y creíble los motivos de éste para enamorarse de Frieda, pues es algo que suele ser el pan nuestro de cada día. Suele amarse la inteligencia, la maldad incluso, pero se termina eligiendo lo contrario.
Nunca entenderé la mala prensa que tiene un director como John Hough que aquí consigue una lograda atmósfera malsana con memorables momentos como aquel en el que el conde resucita a Carmilla —el personaje aquí sólo realiza un cameo, y se le ofreció el papel a Ingrid Pitt, pero acabó en manos de Katya Wyeth—, y ésta le convierte en vampiro en una escena que culmina con una vela como símbolo fálico, quizá un detalle que sobraba, pero a todas luces divertido. En cualquier caso el sentido visual de Hough no es para menospreciar, al menos en este film. Dos años más tarde se coronaría con 'La leyenda de la mansión del infierno' ('The Legend of Hell House', 1973), una de las mejores películas de terror de la década de los 70, y una de las cumbres del subgénero de casas encantadas.
Vampiros de verdad en Blogdecine:
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- ‘La marca del vampiro’ de Tod Browning
- ‘El regreso del vampiro’ de Lew Landers
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