Puede que en los años 50 fuera lo más, pero, a estas alturas del partido, los espectadores nos hemos cansado de las tres dimensiones. Después del éxito a tamaño mundial de James Cameron en 'Avatar', el cine se convirtió, básicamente, en un lugar repleto de películas rodadas en 3D (en el mejor de los casos) o reconvertidas al sistema (en el peor). Desde 'El oso Yogui' hasta 'Al filo del mañana', durante la década pasada no había fin de semana que perdonara su estreno en tres dimensiones de turno. Si era en Imax, pues mejor que mejor. Y lo curioso es que no viene de ahora, ni tan siquiera de los 50. La primera película en 3D es de... 1922.
3D hecho a mano
El 3D no solo se exploró antes de que naciera el cine sonoro, sino antes de que naciera el cine en sí mismo. De hecho, el primer experimento es de 1833 con la animación estroboscópica en algo que se dio en llamar phénakistiscope. Os prometo que no va a haber muchas más palabras de seis sílabas en el artículo, de verdad. La técnica evolucionó, pero todos los intentos creados poco después de la invención del cine quedaron rápidamente en desuso, como una patente de finales de 1890 que mostraba dos películas al mismo tiempo en la pantalla unidas mediante un estereoscopio. Era tan incómodo que ni siquiera se atrevieron a llevarlo a la pantalla grande.
En 1915 (más concretamente el 10 de junio) se hicieron las primeras pruebas con público de algo que acabaría revolucionando la industria: la pantalla en verde y rojo unida por unas gafas que tenían, en cada lado, un color distinto. Seguro que las conocéis, vaya. Sin embargo, tras esta proyección en Nueva York de tres cortometrajes de prueba, nada más volvió a saberse durante años... hasta 1922. Y para saber por qué existió esta primera intentona hay que conocer a Harry K. Fairall, un operador de cámara nacido en 1882 que creó la Binocular Stereoscopic Film Company. Spoiler: tuvo fama e influencia posterior, sí, pero la aventura no le salió muy bien.
Fairall trabajó muchísimo para conseguir crear cine en 3D, o, como las llamaba él, "películas binoculares". Para ello, creaba la ilusión de la tridimensionalidad de la manera más clásica y rústica que conocemos. O sea, creando unas imágenes de un color para el ojo izquierdo y otras de otro para el derecho que el espectador, al ponerse las gafas de dos colores, es capaz de unir en su cabeza. Y así, a los cuarenta años, Fairall estrenó su primera película convencido de que estaría a la cabeza de la industria. A la postre, sería la última.
Amor tridimensional
La película se titulaba 'The power of love' (sí, como la canción que suena en 'Regreso al futuro') y se estrenó en el cine del Hotel Ambassador de Los Angeles el 27 de septiembre de 1922. Estaba co-dirigida por Fairall y Nat G. Deverich, y este gran estreno también supuso la despedida de la industria de ambos. Tanto que, al final, la Binocular Stereoscopic Film Company se convirtió en una fábrica que estudiaba el color.
Durante una hora y cuarto, aproximadamente, los afortunados espectadores pudieron ver la historia de María, una joven cuyo padre la ha prometido al rico y malvado Don Álvarez para solucionar sus problemas económicos. Después, Álvarez mata al padre de María y culpa a Terry, pero todo se arregla cuando ella demuestra que su pretendiente es un asesino y... bueno, el final quedaba en el aire.
Exacto. Tú, como espectador, podías decidir qué final querías ver. Si te apetecía algo trágico, debías mirar solo por el cristal izquierdo. Si querías uno feliz, por el derecho. De esta manera, anulabas el otro color y, al estilo de un 'Elige tu propia aventura' primitivo, podías darte el gusto de decidir cómo acababa la historia.
P3Dón por tanto
Las críticas fueron muy positivas, e incluso llegó a proyectarse una segunda vez para la prensa en el Rivoli Theater de Nueva York, pero los problemas llegaron de inmediato: ¿Cómo se supone que iban a fabricarlo a gran escala? ¿Realmente esperaba que 'The power of love' fuera algo más que una atracción de feria? El público no acabó de entender el sistema que ofrecía Fairall y, finalmente, la película cayó tanto en el más absoluto de los olvidos que hoy se considera que está desaparecida para siempre.
El año siguiente, Lewis J. Selznick (el padre de David, que después sería el director de 'Lo que el viento se llevó') compró los derechos de la película para lanzarla sin el truco del 3D. Así, en 2D, cambió de nombre por 'The forbidden lover', una versión, que, por cierto, también hoy se considera perdida. Por su parte, el 3D, hasta su popularidad en los 50 -donde incluso Alfred Hitchcock hizo sus pinitos-, era más una curiosidad a pie de página que algunos pocos consideraban el futuro de la industria. Por ejemplo, Louis Lumiére filmó un remake de su 'Tren entrando en la estación' en 3D allá por 1933.
Tras ser, durante décadas, un truco que solo se utilizaba en películas concretas como 'Spy Kids 3D', James Cameron consiguió lo que Harry K. Fairall solo había soñado: convertir las tres dimensiones en el presente del séptimo arte, al menos durante unos años en los que todos, incluso Nintendo, se postraron ante el poder de un truco que empezó a crearse casi un siglo antes. Aunque él no pueda saberlo ya (lógicamente), nunca es mal momento de decirlo. Fairall, en el fondo, tenía razón.
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