Se entrena poco la paciencia viendo cine, tanto en el aspecto de que corremos a denominar como “lenta” cualquier intento de reposar y alterar el tempo como en el intento de confiar en que el cineasta toma estas decisiones con un motivo. Es posible que estos tiempos de redes sociales hayan priorizado tanto nuestras reacciones primarias que ya no se dé el beneficio de la duda a enfoques diferentes.
A veces es maravilloso dejarse llevar de la mano de un cineasta con voz particular, incluso sin que el camino por delante esté claro. Puede que ni esa misma persona que nos cuenta la historia tenga claro ese camino, invitándonos a descubrir junto a él la condición humana y espiritual a través de situaciones que no suelen ser trascendentales. Películas como ‘El hijo único’ lo muestran.
No sin mi hijo
Una de las películas imprescindibles de un histórico director como Yasujirō Ozu, uno de los más influyentes de todos los tiempos. Una película remarcable por lo dramático, aunque también por el hecho de ser su primera película hablada (no la primera hablada en Japón, aunque el hecho de que uno de sus mejores cineastas diese el salto ya fue histórico). Esta joya se puede redescubrir en streaming gratis a través de Plex.
En ella una hiladora de seda de un pueblo pequeño cuida a su hijo sola tras la muerte de su marido. Un día se le comenta la posibilidad de enviarlo a una escuela superior para educarlo y potencialmente convertirse en maestro, algo a lo que accede sacrificándose a base de trabajo duro. Ya adulto, el hijo recibe la visita sorpresa de su madre, que recibe unas cuantas noticias inesperadas de la vida del joven maestro en Tokio.
Estos descubrimientos van relacionados con una nueva vida enteramente diferente que el hijo ha mantenido en secreto, esperando que su situación mejore y pueda mostrarla con orgullo a su madre. Esta vergüenza y secretismo ante una posible decepción marca una dinámica familiar que es muy presente en Japón, pero resulta fácil de empatizar desde cualquier perspectiva.
‘El hijo único’: la naturalidad de Ozu
Ozu explora estas relaciones interpersonales con mucho cuidado y mucha paciencia, tomando decisiones estéticas muy minimalistas pero bien estudiadas. A veces tiene que enfocar el entorno por no poder soportar el dolor que supura entre dos personas que han visto menoscabadas sus expectativas, pero a veces encuentra también una agradecida ligereza muy natural.
El director es capaz de explorar estas costumbres familiares marcadas por el honor en toda su extensión, a menudo descubriendo cosas al mismo tiempo que el espectador a través de colocar la cámara y dejar que capture. Es capaz de hacerlo en menos de hora y media, y también con un poco de humor autoconsciente (como el momento donde van al cine y se explica qué es una película hablada, algo nuevo en el cine de entonces). Es una gema que vale la pena descubrir en cualquier momento, sobre todo si se tiene la paciencia necesaria.
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