A veces puede ser peligroso valorar muy negativamente un programa por su primera entrega, ya que quizá sea la única vez que te pronuncies sobre el mismo y existe la posibilidad de que luego la gente se quede con la idea de que es lo que opinas sobre dicho formato en su totalidad. Si os soy sincero, en no pocas ocasiones acabo tan horrorizado que no vuelvo a verlo y otras veces le doy más oportunidades y la mejora, de haberla, no es suficiente como para que me interese revisar mi parecer, ya que ascender de horroroso a algo olvidable y prescindible no considero que lo justifique.
Sin embargo, en muy contadas ocasiones se produce poco menos que un milagro y un programa que odié con todas mis fuerzas durante su primera emisión acaba sumándose a mi lista semanal de visionados porque sencillamente han ido haciendo una necesaria serie de cambios para conseguirlo. Hoy me gustaría centrarme en el caso de la versión española de ‘Top Chef’, ya que difícilmente pude dejar en peor lugar a este talent show tras su estreno, pero la mejora no tardó demasiado en llegar, he acabado viendo todas sus entregas y lo más seguro es que, pese a seguir incurriendo en ciertos fallos bastante molestos, también lo haga cuando se emita su segunda edición tras lo satisfecho que he acabado con la primera.
’Top Chef’ sin serlo del todo
Ya comenté en su momento que he seguido la versión americana de ‘Top Chef’ durante varios años y uno de mis grandes momentos con el arranque de la adaptación española no era solamente que los parecidos fueran bastante inexistentes, sino el hecho de que en nuestro país se perpetrara tal destrozo que demostraba no tener claras las ideas sobre lo que realmente quería ser, tanto como concurso como programa de entretenimiento –especialmente bochornosa resultó la utilización de la música y los efectos sonoros-.
Ya en el segundo programa se notó un pequeño repunte y ‘Top Chef’ fue creciendo poco a poco tirando de ahí. No tardaron en desecharse desaciertos del montaje como la idea de Miguel Cobo como posible gran villano de esta edición y se optó por un formato que mezclaba cosas del ‘Top Chef’ original con muchas soluciones propias de la versión española de ‘Masterchef’, esa que tanto éxito tuvo durante la segunda mitad de su primera temporada –que sus audiencias iniciales dieron bastante pena-, por lo que parecía obligado inspirarse en ella. Eso sí, el público había quedado tan decepcionado que ‘Top Chef’ no dejaba de perder audiencia con cada nuevo programa que se emitía cuando pasaba justo lo contrario en cuestión de interés.
El factor Bárbara
Aún sigo sin tener claro si ‘Top Chef’ quería que odiáramos o apoyásemos a Bárbara, ya que la concursante más mediática de esta primera edición fue objeto de un extraño trabajo de montaje que tan pronto te invitaba a sentir pena por ella como incidía en sus rasgos más cansinos para que sólo pudieras desear que se fuera para casa. Eso sí, también estoy convencido de que llegó un punto en el que se centraron tantísimo en el antagonismo entre ella y el resto de concursantes que fue decisivo para la remontada en las audiencias.
Cayera mejor o peor, Bárbara representa el arquetipo de persona que como estudiante salía quejándose y diciendo que iba a suspender para luego aprobar con una nota mejor que la tuya. La cuestión es que a veces resultaba tan exagerado el desprecio de sus compañeros que uno no sabía exactamente cómo reaccionar. De eso se aprovechó un montaje mucho más definido y acertado para conseguir programas mucho más entretenidos donde al final lo único realmente esencial era saber si al fin conseguían que se fuera para casa o no. El resultado fue que el día de su expulsión fue la vez que se logró una mayor mejora respecto a la anterior al crecer en más de 6 puntos de share y sumando casi 800.000 espectadores adicionales.
Lo más curioso del caso es que la notable importancia de Bárbara también sirvió para conocer mejor al resto de participantes, empezando por los cuatro amigos que acabaron protagonizando la gran final –aunque sólo dos de ellos compitieran por el título-, pero sin olvidar al carismático Jesús Almagro –si me tragué unas cuantas entregas de ‘El almacén de Top Chef’ fue principalmente por él- o el gancho y buena presencia de Antonio Canales. Con todo, hay que reconocer que el casting podría haber sido mejor, ya que, con la salvedad del todos contra Bárbara, el amiguismo pesó demasiado durante muchas fases y yo quiero más competitividad para que así todo tenga una capa extra de emoción.
Otro punto habitual en la televisión española es la de estirar al máximo la duración del programa para llenar todo el espacio posible, importando muy poco si esto le viene bien o mal al programa o serie en cuestión. Pues bien, quiero romper una lanza en el caso que nos ocupa, ya que ha sido algo básico para que realmente pudiéramos conocer a los concursantes y que no se limitara todo a ser meros comparsas de un omnipresente Alberto Chicote. ¿Qué sería preferible disminuir la presencia de este último y así poder reducir la duración sin poder agotar a algunos espectadores? Pues sí, no lo niego, pero al menos en este caso no ha sido solamente un problema.
La sensación de competición
Uno de los beneficios añadidos de la presencia de Bárbara es que consiguió que durante la prueba de la Última oportunidad realmente existiera sensación de competición, ya que el resto de concursantes no reaccionaban precisamente con alegría y aquí no ha pasado nada cuando veían reaparecer una y otra vez a Bárbara, una abonada a esta parte del concurso. Seguramente hubiera pasado lo mismo de mantenerse el sistema de expulsión del ‘Top Chef’ original, pero así han conseguido resaltar una faceta del programa que por lo demás era mucho más tenue de lo que habría deseado.
Lo más curioso del tema es que soy un enemigo acérrimo de esta forma de elegir al expulsado, ya que es una forma de restar importancia a que en una competición por equipos pueda haber uno de los implicados que sea el gran responsable de la derrota o que en un caso individual pierda trascendencia el haber cometido la pifia de tu vida. Sensaciones encontradas, pero, de nuevo, han convertido un grave defecto en uno de sus picos de interés durante muchos programas.
El regreso de Jesús, algo marcado por las dudas sobre la sensación de que todo el mundo lo respetaba tanto que no podían dejar de elegirle a él, fue el otro detalle que creó rivalidades, ya que se dedicó a ir ganando toda competición hasta que un mal trabajo en equipo donde el rival más débil fue Begoña –me dio hasta un poco de vergüenza ajena ver cómo se alegraba cuando había perdido y podía irse para casa- lo expuso, siendo posteriormente eliminado en una última oportunidad que fue mucho más vibrante y emocionante que la --supuesta-- gran final en la que la propia Begoña demostró su superioridad sobre Antonio Arrabal.
En resumidas cuentas
La primera edición de la edición española ‘Top Chef’ no logró quitarse de encima varios de los defectos de su primer episodio, pero ha sabido corregir otros muchos para acabar convirtiéndose en un entretenimiento muy válido que merece la pena reivindicar. Y como apunte final me gustaría pedir que el gran David de Jorge aparezca más en la segunda edición y ya la alegría máxima sería que pasase a formar parte del jurado, que a él ni siquiera el propio Chicote podría eclipsarle.
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