No tengo muy claro a qué se debe, pero en España está bastante mal visto que el concursante de un reality o talent show anteponga su ambición por ganar y llevarse el premio en cuestión al compañerismo y al simplemente querer hacerlo lo mejor posible. Entiendo que cierto sector del publico prioriza por encima de todo el compañerismo y el ser majo o buena persona, pero no hay que olvidar que eso no es lo que realmente se juzga. Este es el principal motivo por el que odio que en España también haya existido durante mucho tiempo la tiranía de que eran los espectadores los que elegían al ganador, desvirtuando así por completo la competición.
Por suerte para todos, el público español va perdiendo poco a poco poder en beneficio de un jurado de expertos, pero lo que no termina de erradicarse es el hecho de que la competitividad es vista incluso como algo negativo. ¿Quién no recuerda cómo se convirtió en los villanos de sus respectivas ediciones de 'Masterchef' a José David y Emil -con mucha mejor fortuna en el primer caso que en el segundo, todo hay que reconocerlo-? Uno de los grandes logros de la segunda temporada de la versión española de 'Top Chef' es que precisamente eso se está dejando de lado y hay que ver lo bien que le está sentando al programa liderado por Alberto Chicote.
No hay nada de malo en ser (o no ser) competitivo
Está muy bien ser humilde como David, que encima tiene un talento incuestionable para la cocina -increíble la claridad con la que lidió ayer con la prueba de cabeza de atún durante la última oportunidad- y no me sorprendería que acabe ganando esta segunda edición de 'Top Chef', pero el eterno buenrollismo resulta bastante nocivo si realmente quieres crear incertidumbre y emoción en el espectador sobre lo que va a pasar a continuación. Eso es algo que en 'Masterchef' siempre han intentado que quede un poco en segundo plano, pero el espacio de Antena 3 lo busca desesperadamente.
Seguramente recordaréis que en la primera edición todo quedó reducido en a ver quién era capaz de eliminar de una vez a Bárbara y quién conseguía deshacerse de Jesús tras encadenar varias victorias en su segunda vida en el programa. Por lo demás, cierta indecisión al servicio del trío por Begoña, Antonio y Miguel -curiosa reconversión la de este último, al que apuntaron como villano en el primer programa para luego dejarlo de lado con rapidez-. Eso ha cambiado en la segunda, donde la competitividad entre los concursantes ha ido ganando en intensidad hasta alcanzar una nueva cima ayer con el cabreo de Carlos con Víctor.
Siendo justos, no tenía del todo claro que 'Top Chef' fuera a saber lidiar con este punto, ya que las discrepancias entre Carlos y Marc amenazaban con acabar siendo tan cansinas como abrasivas y con el resto parecía que se iba a ir por vía de que quien era el mejor, lo era y no había más que discutir. Ahí ha sido determinante el horrible mal perder de Carlos, ya que nos ha dado grandes momentos tanto de entretenimiento puntual con sus reacciones -¿por qué parece que cada semana es la vez que más le ha fastidiado perder la prueba de inmunidad?- como por el hecho de que ha dado pie a que los demás vayan mostrando sus aspiraciones sin que haya posibilidad de demonizar su actitud.
Una amistad diferente
Si hay algo que me llamó especialmente la atención del programa de este pasado lunes, esos fueron los momentos centrados en la amistad de Carlos y Víctor. Al principio porque mostraba que hay personas que se podían llevar muy bien entre sí y reflejarlo en pantalla, pero al mismo tiempo jugaban pensando en su propio beneficio, ya que eran conscientes de la fortaleza del resto de concursantes y no procedía compartir pistas que podían volverse en su contra. Un dúo dinámico muy diferente al trío calavera de la primera edición y la cosa aún iba a cambiar, a mejor o a peor según los gustos personales del espectador.
Fue Víctor el que hizo el primer movimiento importante siguiendo algo de lo que todos son conscientes: Ahora mismo cualquier te podría mandar para casa, pero también hay ciertos concursantes que parten como los favoritos, por lo que hay que aprovechar cualquier posibilidad para que se vayan a casa. ¿Un gran movimiento dentro de lo que no es más una competición en la que solamente puede haber un único ganador o una jugada rastrera por la que merece perder nuestra simpatía y desear que no llegue a ganar? Aquí en la respuesta quizá influya el hecho de que a Carlos es muy fácil odiarlo o amarlo -yo me sitúo en el segundo grupo-, pero estoy convencido de que hasta hace poco la respuesta del público español siempre habría sido la segunda opción.
Un cambio a mejor en 'Top Chef'
Al final lo importante de este crecimiento en la carga de competitividad es que al menos yo estoy disfrutando mucho más con 'Top Chef', ya que hace ya varias semanas que realmente me queda la sensación de que nadie quiere irse y de que todos están haciendo lo máximo posible por llegar a la final y ganar. Todo ello sin juego sucio, pero sí que la mayoría aprovecha las ventajas a su disposición -está claro que los hubo que votaron guiándose por su relación con otros concursantes cuando las personas que iban a la última oportunidad se seleccionaban de esa manera-. Y los que quieran a alguien noble y con marcado sentido del compañerismo siguen teniendo a David, pero sería muy difícil dar sensación de emoción si ese fuera el eje de la edición.
Cada programa requiere de un enfoque particular y 'Top Chef' ha encontrado uno tan estimulante que yo tengo claro que Antena 3 va a ser lo que se vea en mi televisor durante la noche de los miércoles -que os recuerdo que lo han cambiado de día-. Y ojalá sigan así de cara al futuro, pero justo es reconocer que sus audiencias no están terminando de arrancar como lo hicieron en la primera edición -aunque claro, con 'Isabel' y 'La que se avecina' como grandes rivales era complicado lograrlo- y mucho me temo que eso haga que esta forma de abordar la competicion sea clasificada como poco rentable. Ojalá no suceda.
En ¡Vaya Tele! | La segunda edición de 'Top Chef' comienza con paso firme
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