Robin McLaurin Williams, nacido hace sesenta y tres en Chicago (Illinois), fue un cómico, actor y doblador estadounidense. También una leyenda del cine, al que llevó al principio su furia cómica sin precedentes para luego terminar más adaptado a la corriente general. Pero la carrera de Williams se resistió a caber en una sola línea, y cuando el sentimentalismo o los vehículos a la medida amenazaban con tejer una sombra sobre su talento, llegaron registros dramáticos sombríos, comedias de humor negro que renovaban la confianza en el cómico joven e imparable que fue y un montón de incomprensión.
Su fallecimiento deja una huella imborrable en una generación de cómicos de su país que en los años ochenta conquistaron y renovaron la comedia, pero a diferencia de algunos amigos y compañeros de generación, de indudable talento, como, pongamos, John Belushi o Dan Aykroyd, Williams quiso para sí una comedia que ya desde el principio reclamaba la textura del drama. La llamada dramedia lleva su impronta y será muy difícil de concebir sin él.
Un astro televisivo
El Mork de 'Días Felices' (Happy Days, 1974-1984) fue un personaje de tanta enjundia que encontró serie propia, 'Mork & Mindy' (1978-1982) y en ellas vemos al joven y entonces salvaje Williams conquistar los registros de la comedia improvsacional en un medio que no necesariamente era afín a ésta.: el serial televisivo, concretamente el cómico, que suele depender de la precisión de guionistas y del gracejo de los actores. Demostrando dotes sin igual, su personaje Mork abrió al cómico Williams una larga carrera también en el cine.
El cine estadounidense estaba cambiando y Williams no parecía un actor al uso, de la misma manera que no era otro cómico más. Sus primeras películas demuestran riesgo y saber hacer. Dos adaptaciones y las dos heterodoxas. El maravilloso 'Popeye' (id, 1980) de Robert Altman, un musical excéntrico y para mí imborrable y la sátira 'El mundo según Garp' (The World According to Garp, 1982) donde George Roy Hill tomaba la novela de John Irving para hacer un retrato de la américa post-hippie y sus ansiedades.
También se atrevió con alguna comedia. 'Los buenos tiempos' (The best of times, 1986) lo reunió con Kurt Russell a las órdenes de Roger Spottiswoode. Era una comedia deportiva, pionera en los temas de instituto y nostalgia, tan comunes en el cine contemporáneo y con un libreto de Ron Shelton de lo más divertido.
La película le valió la primera de sus nominaciones a los premios de la Academia, e inauguró una década triunfal donde Williams se acercaría a los registros más contenidos y sensibles. Cerrar los ochenta con una película sensible y efectiva de Peter Weir, 'El club de los poetas muertos' (Dead Poets Society, 1989) fue un broche de oro a una década siguiente, la más productiva y exitosa y también irregular de su carrera, ya entonces meteórica.
Éxitos y galardones
En los noventa, encontramos a un Williams en plena forma y capaz de todo. De sus papeles serios, el mejor de ellos me sigue pareciendo el doctor, sosias de Oliver Sacks que inspiró con su libro el film, en 'Despertares' (Awakenings, 1991) donde su tono sensible y nada exagerado compite con un Robert DeNiro en modo de lucimiento y lo compensa, de hecho. Tiene tiempo para alguna comedia loca, como 'Cadillac Man' (id, 1990) otra gema que merece repescarse para comprender donde está lo especial del talento de Williams en escena.
Por supuesto, llegó el Oscar. El psicólogo de 'El indomable Will Hunting' (Good Will Hutning, 1997) también me parece un logro mayor que el de su prestigiado profesor de literatura. El reto de Williams, tendiente al exceso, no era tanto demostrarse calmado en la gestualidad como prueba de que se trata de un buen actor si no, más bien, de usar sus capacidades expresivas para dotar de registros y matices al hombre común. Su interpretación, tranquila y sutilísima, es uno de los elementos que, de nuevo, guian a la película de Gus VaN Sant de lo servicial a lo notable y emotivo.
También llegaron los vehículos familiares. Ya fuera un doctor secundario en 'Nueve meses' (Nine Months, 1995) como la estelar 'Señorita Doubtfire' (Mrs Doubtfire, 1993) en la que Chris Columbus delegó en Williams un Tootsie todavía más familiar y desmadrado que fue un éxito rotundo. Columbis aprovechó bien la faceta amable de Williams, y éste estuvo al mando de superproducciones para todos los públicos, a la manera de un Dick Van Dyke de antaño, con películas como 'Jumanji' (id, 1995) o 'Flubber' (id, 1997). ¡Incluso fue el 'Jack' (id, 1996) del Francis Ford Coppola más despersonalizado y tranquilo!
Seriedad y olvido
Por supuesto, hubo errores. 'Patch Adams' (id, 1998) o 'Ilusiones de un mentiroso' (Jakob the Liar, 1999) rompieron la solidez del pacto de Williams con Hollywood y anunciaron una decadencia posible de Williams: la del nominado al Oscar en serie, que escoge proyectos de sentimentalismo rayando el kitsch y basados en una obsesión por arrancar lágrimas al espectador ajena a la reflexión sobre qué se representa y como. Este era el Williams en verdad más olvidable...pero la siguiente década traería otro.
Hay algo injusto, me parece, con la última parte de la carrera de Williams. Dando el tipo como hábil y frío villano, nos lo encontramos como inquietante modélico en películas de Christopher Nolan y Mark Romanek. Pero ni 'Insomnio' (Insomnia, 2002), ni 'Retratos de una obsesión' (One Hour Photo, 2002) son lo mejor de sus hacedores.
Es cierto que Williams se reinventó como secundario en las aguas de un cine familiar del que había sido rey. Se conformó con servir al también reciclado para terrenos más familiares Ben Stiller, en las sucesivas Noches en el Museo....pero también proporcionó interpretaciones insólitas que bien merecen un vistazo.
Y si, hubo en esta última etapa más doblaje de personajes animados y más papeles secundarios olvidables. Pero Williams dejó al menos un par de pruebas de su capacidad de actuación, demostrando que no era su talento el que había envejecido.
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