Suelo comentar con frecuencia una obviedad, pero que encierra mucha mala leche detrás. ¿A quién pertenece realmente al autoría de una película? ¿Al director o un actor que en absoluto estado de gracia llena con su presencia todos los poros de los fotogramas en los que aparece elevando la calidad de la película?
Hace aproximadamente un año, en la ceremonia de los Oscar del 2008, la Academia coronó a los Hermanos Coen sobre la base de un personaje memorable como es Anton Chigurh, que tuvo el añadido de poner a todo el mundo de acuerdo con la interpretación realizada por Javier Bardem... La preparación del personaje fue una oda a los detalles: los andares, la forma de contar las cosas y el acento para hablar, el manido corte de pelo… Sin embargo, lo que vengo a hablar en estas entradas es de secuencias determinadas, y en ‘No es país para viejos‘, la que se lleva la palma es la conversación en la gasolinera con el asesino, de un dependiente cuyo error es ser demasiado observador y agradable con sus clientes.
Para entender la grandeza de esta secuencia, hay que regresar al principio de la película, a lo que los directores nos van mostrando en pinceladas sobre el personaje. Desde el arranque con su detención, hasta la forma de fugarse de la comisaría del sheriff matando al ayudante que le había detenido, o como para un coche al azar y usa la pistola para matar vacas en el pobre conductor… Tenemos alguien frío y asesino delante de un mostrador, echando gasolina y comprando unos pistachos, que no quiere dejar ni una sola pista de su paso por los sitios donde va sembrando el terror.
El desconocimiento hace que preguntes, y el interrogatorio que viene a continuación pasa a ser la prueba para saber si vas a morir o no. Los espectadores sabemos quien es Anton Chigurh, le hemos visto en acción y tenemos claro que el dependiente no sabe lo que le puede llegar a pasar, hasta que comprueba el grado que va alcanzando las preguntas, de un cliente que se ha enojado con la curiosidad mostrada hacia su persona, y lo que es peor, le infunde desconfianza.
El tono de Bardem no varía. Paulatinamente va aumentando el miedo que está infringiendo en su posible próxima víctima, y los espectadores lo vamos sintiendo, además empleando un tono burlesco, como es ese “friend… oooh!” con deje tejano que entona para finalizar varias frases. Más el juego del cara o cruz para saber qué es lo que va a suceder.
Todo lo que incluye esta secuencia, como comentaba antes, viene del principio. Aquí se nos muestra, por primera vez, la manera de pensar del personaje y como lo exterioriza. Y lo más importante, en esta demostración del poder que puede llegar a ejercer el miedo: una desconsideración total por la vida ajena y la vida propia, y que el azar, identificado con una moneda, tiene un papel crucial en las consecuencias finales de una pregunta curiosa realizada a destiempo.
Toda la conversación resulta ser la primera parte, de un regreso posterior a la misma gasolinera, ya más adelante. Conociendo al personaje es fácil intuir qué es lo que seguramente va a hacer. El acierto, de nuevo, vuelve a recaer en que no le vemos a Anton Chigurh en acción. Tan sólo intuimos que ha podido seguir haciendo su papel de ángel exterminador con todo aquel que ha tenido la desgracia de cruzarse en su camino y estar más de un minuto con él.
Eso premiaron y reconocieron los académicos el año pasado. Esta noche será otra historia. Seguramente de reconocimiento a otra interpretación que se apoderó de una película. The Joker contra Anton Chigurh, ¿quién ganaría?
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