El actor Todd Field, metido a director, sorprendió hace unos años con la maja 'En La Habitación', un a ratos intenso drama que se alzó con importantes nominaciones en los Oscars. Algo que parece iba a ocurrir con éste su segundo largometraje, 'Juegos Secretos', patética traducción de su sugerente original 'Little Children' (nuestro queridísimo traductor nunca aprenderá). Al final se ha tenido que conformar con tres nominaciones correspondientes a actriz pincipal, actor secundario y guión adaptado. Las dos primeras me parecen más que merecidas, no así la del guión, ya que en mi opinión, es donde 'Juegos Secretos' tiene más errores, los cuales terminan lastrando las posibilidades de que la película fuera una impresionante obra atemporal, quedándose a medio camino en su propuesta.
El argumento de 'Juegos Secretos' nos lleva una barrio residencial, en el que asistimos a las aburridas vidas de algunos personajes. Desde Brad, un joven que se ha presentado varias veces a un importante examen para poder ejercer la abogacía, algo que no sabe si quiere realmente, hasta Sarah, una mujer oprimida por un matrimonio que sabe que no funciona, y que comienza una extraña relación con Brad. También tenemos la figura de un pederasta, que tendrá que aguantar el odio vecinal, mientras intenta superar su problema. Y Larry, un perdedor nato que siempre se está infravalorando y que paga sus frustaciones intentando humillar al pederasta.
Indudablemente lo más atractivo de la película es la impecable labor de todo su reparto. Actores que brillan con luz propia cada uno de ellos, haciéndonos olvidar en más de una ocasión los evidentes defectos de su historia. Kate Winslet se va a enfadar un año más, porque el Oscar no se lo quita nadie a Helen Mirren, pero la Winslet está maravillosa en su personaje, logrando lo que pocos actrices consiguen en la actualidad, que veamos un personaje y no a una actriz. Está increíblemente entregada poniendo toda la carne en el asador, con el que probablemente sea el personaje más interesante del film. Algo que muchos le atribuirán al pederasta, magníficamente encarnado por Jackie Earle Haley, con algunas de las secuencias más incómodas que se hayan visto en una película reciente, como la de la piscina, o cierta masturbación en un coche, escena en la que sale a relucir la verdadera personalidad del personaje en un momento con tintes terroríficos. La preciosa Jennifer Connelly sale muy poco, pero ella cumple a la perfección con un personaje que debería haber tenido un mayor tratamiento. El casi siempre invisible Noah Emmerich realiza un trabajo muy loable, como ese tipo que se siente una verdadera mierda por todo, e intenta agarrase a un clavo ardiendo. Y por último, Patrick Wilson, actor que no me molesta especialmente, aunque tampoco es ninguna maravilla, pero que aquí queda muy bien como el tipo que comete más idioteces por minuto.
El maravilloso reparto se suma a una puesta en escena realmente brillante, y que Todd Field, ayudado por la fotografía de Antonio Calvache, convierte también en lo mejor del film, logrando alguna que otra secuencia antológica. Citar al respecto, todo lo ocurrido en la piscina. Empezando por un elegantísimo montaje que nos va contando el inicio de la relación entre los dos personajes principales. Y por supuesto, la escena en la que el pederasta se mete en un agua llena de niños en bañador. Son escenas que sobresalen sobre todo por un poder visual fuera de toda duda, y que nos hacen más llevadera una historia que sinceramente va perdiendo gran parte de su fuelle según se va acercando al final.
Y es que la historia en un principio tiene un enfoque, casi rompedor y original. Hay un gran atrevimiento al comparar la vida del personaje de la Winslet con Madame Bovary, aunque lo cierto es que simplemente nos da una explicación del porqué de la decisión inicial de la Winslet, un poco más coherente que el hecho de decir que se comporta como una niña, que bien podría ser, si no fuera porque precisamente en esa secuencia sus razonamientos y argumentos no son precisamente los de una niña. Todo lo contraio, por cierto, que el personaje de Wilson, al que nunca entendemos prácticamente del todo. Sus paradas nocturnas a observar como un completo gilipollas a una pandilla que juega al patinete, no tiene explicación de ser y está cogido bastante por lo pelos. Para colmo, el film, en su tercer acto pierde enormemente el interés hasta el punto de que nos da igual lo que ocurra. Y sin embargo, lo que ocurre es una incongruencia total con el resto del film, una falta de coherencia enorme con lo que se quiere contar y retratar. Las decisiones finales del personaje de la Winslet, y sobre todo la de Wilson, no tienen sentido alguno y no se paran a explicarlo mejor. En el caso de Wilson, hubiera tenido mucha más fuerza si su personaje no se parara a hacer lo que hace. Pero el colmo de los colmos es lo que le ocurre a los personajes del pederasta y el de Emmerich, una concesión total y absoluta de cara al espectador. Es como si Field y Tom Perrotta no se atrevieran a llegar hasta las últimas consecuencias de lo hasta entonces narrado. Desconozco si es el mismo final que en la novela de Perrotta, pero lo que en un libro puede funcionar, o no, no tiene porqué hacerlo en una película, cuyos elementos narrativos son totalmente diferentes.
Así pues, queda una película correcta, disfrutable en muchos de sus aspectos, sobre todo formales, pero que nos deja con la miel en los labios, con algo que pudo haber sido grande y no lo fue. Eso sí, Todd Field sigue siendo un director a tener en cuenta.
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