No sé si estáis al tanto, así que lo cuento. En la extensa programación del Festival de Sitges suelen incluirse varias sesiones (este año fueron tres) llamadas 'sorpresa'. Sí, sí, tal como suena. Uno entra a la sala sin saber qué película le pondrán por delante. ¿Peligroso? ¿Emocionante? ¿Original? Algo así, un poco de todo. En una de estas sesiones sorpresa, cuando los rumores apuntaban hacia otros títulos más comerciales y de próximo estreno, se proyectó 'Borat', ante la dubitativa reacción inicial del respetable, que, eso sí, no tardó en aceptar, tímidamente, la atrevida propuesta del festival. Pero si hablamos de atrevimiento hay que destacar a un señor llamado Sacha Baron Cohen, un cómico británico con muy mala uva que no conoce el significado de la palabra vergüenza. Él es el protagonista absoluto de esta comedia cuyo mayor aliciente es reírse de los norteamericanos en su misma cara. Pero no se queda ahí. También se ríe de todos nosotros. Y sí. También en nuestra propia cara.
'Borat' cuenta cómo un periodista de Kazajistán se traslada a los Estados Unidos para grabar un documental, pero una vez allí cambia de propósito, al enamorarse perdidamente de Pamela Anderson; de este modo, hará todo lo posible por encontrarla y declararle sus sentimientos, con la esperanza de que acepte casarse con él. En su camino, aprovechará para tratar de entender, y adoptar, el modo de vida de los norteamericanos.
Desconozco cómo les habrá sentado a los compatriotas de George W. Bush el estreno, este pasado viernes, de 'Borat' (cuyo subtítulo es 'Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan'), pero algo me dice que no va a hacer un gran papel en la taquilla, a pesar de sus excelentes (teniendo en cuenta lo que es esto) primeras cifras. Aunque nunca se sabe, los norteamericanos son muy imprevisibles y a veces nos sorprenden con un sentido del humor más flexible que el europeo, tan encantado de haberse conocido durante demasiados siglos y seguir estancados en el mismo sitio. Cuestiones territoriales al margen, esta película va a levantar polémica allá donde se proyecte, como ya ocurrió en el pasado festival de Cannes o en el de Toronto, donde, supuestamente, un accidente provocó que la sesión acabara a la mitad del metraje. En España estamos siempre muy atentos a todo lo que sea criticar a los EE.UU. pero no menos a sentirnos ofendidos a la mínima tontería que se diga dirigida a ciertos sectores de la sociedad y temas polémicos. Me ahorro escribir concretamente, porque todos nos conocemos ya muy bien. El 17 de noviembre aterriza en las pantallas de todo el país. Comprobaremos las reacciones.
'Borat' es tan directa como debería serlo cualquier comedia sin pasar por el aro. Es cierto que a veces se pasa, pero, ¿no estáis cansados ya de tanta película políticamente correcta? Quizá a alguno le venga a la cabeza el nombre de un documentalista aficionado a la comida basura y al modo de vida canadiense llamado Michael Moore. No sé si será casualidad o no, pero 'Borat' tiene una particularidad muy llamativa y es el acercamiento al género documental, llegando en muchas ocasiones a hacer dudar al espectador acerca de si lo que ocurre en pantalla es real o no. Este aspecto de la película es todo un acierto, aunque, se queda un poco corto, y uno se lamenta de que no se haya llevado hasta el límite, eliminando esos planos (pocos, todo hay que decirlo) donde la posición de la cámara evidencia claramente la ficción. La estética de documental de la película, siguiendo a Sacha Baron Cohen caracterizado como Borat, impide lógicamente la presencia de muchos actores profesionales, para dar mayor realismo, a excepción del cómico y de Ken Davitian (al que cuesta catalogar como actor después de ver la película, sinceramente). Y bueno, aunque no sea actriz (ni nada, salvo algo que no diré), Pamela Anderson también sale en pantalla, como cabía esperar.
Según los créditos, Larry Charles ha sido el director de esta incorrectísima película. Realmente, me gustaría saber qué ha hecho Charles para que le otorgen esa discutible mención (¿habrá bastado ser amigo del cómico?), pues gran parte de 'Borat' no sería diferente si la cámara la hubiera manejado un estudiante de medicina (por ejemplo). A la ya mencionada y buscada estética de documental hay que añadir una puesta en escena (la hay, aunque no lo parezca) de lo más rudimentaria y simplona, dando la impresión (y probablemente no deje de ser cierto) de que no se tan molestado lo más mínimo. Hace poco me comentaba alguien que cuando una película parece poco trabajada, le dan ganas a uno de no perder más el tiempo y largarse a hacer otra cosa. Quizá ocurra eso con 'Borat' pero estoy convencido de que la forma es fundamental en esta película y que todo ha sido calculado tan meticulosamente como en cualquier otro film, por mucho que parezca una criatura nacida de la improvisación. El guión, objeto de mucha duda razonable, está firmado por Sacha Baron Cohen, Peter Baynham, Anthony Hines y Dan Mazer. Demasiados nombres cuando el principal responsable del personaje de Borat es sólo el primero de ellos. Nuevamente, parece que el compañerismo ha servido para rellenar los créditos, que siempre quedan mejor cuanto más extensos son (le da un aire de importancia, no hay duda).
Básicamente, 'Borat' basa su comicidad en una fórmula tan básica como discutible: menospreciar e insultar a colectivos especialmente sensibles y dianas fáciles, con el chiste como arma de fuego. Así, la película se va a cebar, burlándose sin piedad, con las mujeres, los judíos, los musulmanes y los norteamericanos. Hay más dianas, pero ésas son las que más dardos se llevan. Especialmente divertidas, y por favor que nadie lo entienda mal, aún estoy hablando de una película, resultan las bromas dirigidas a los judíos y a las mujeres, por ser tremendamente incorrectas; es desternillante ver a unas feministas sentirse terriblemente ofendidas ante las declaraciones machistas de Borat, del tipo de '¿cómo podéis pedir la igualdad si el cerebro de la mujer es más pequeño que el del hombre?'. Pero si hay un momento cumbre en la película es cuando Borat canta un himno muy particular, cachondísimo, de su supuesto país de origen, mientras suena de fondo, a todo volumen, la melodía del sagrado himno norteamericano, con una plaza totalmente repleta de gente que, aquí de nuevo entra la confusa realidad-ficción, no sabe cómo reaccionar ante semejante broma brutal. Si alguien no estalla en carcajadas en esa secuencia, mejor que se levante y se vaya. Es la mejor imagen, y por eso la he situado bajo el título, de lo que pretende ser esta película. Un cachondeo desvergonzado sin ataduras. Ahí es donde radica su valía. Ahí y en ensalzar la ya poderosa figura de Sacha Baron Cohen, al que, por cierto, pudimos ver recientemente en la piel de ese genial personaje francés que se sacó de la manga para la divertidísima 'Pasado de Vueltas' y que muy pocos supimos disfrutar (por culpa de la manía tan extendida de criticar en cuanto aparece la bandera de las barras y estrellas).
A nadie se le escapa, seguro, el motivo por el que 'Borat' ha tenido tanto éxito como reacciones furiosas en su contra. ¿Hay ahora mismo, en nuestros aparentemente seguros hogares civilizados, algún enemigo más temido que los musulmanes? Dejando a un lado cuestiones políticas absurdas y actos terroristas llevados a cabo por un grupo de salvajes subnormales, el miedo que inunda nuestro mundo lleva turbante y reza a Alá. Nos han comido el tarro y las consecuencias son tan desastrosas como inevitables. Que una película tenga como protagonista a uno de estos 'enemigos' y lo ridiculice para acercarlo a las mentes occidentales no es inesperado y a nadie le extraña que provoque la relajada risa del respetable público, cómodamente sentado en sus butacas/sillones. Nada que objetar y mucho que agradecer. Al fin y al cabo, hay cómicos que reflejan mejor que nadie la sociedad que le ha tocado vivir. Este divertimento es llevado más allá por un monumental Sacha Baron Cohen que tiene una cosa clara: no dejar títere con cabeza. Así, en lugar de caminar por terreno blando, quedándose en la parodia de lo musulmán occidentalizado, se destapa con un repaso en toda regla a todo lo que huele a políticamente correcto, desde ridiculizar los símbolos del país más nacionalista que existe hasta bromas sexuales que nadie espera oír en una sala de cine. Malditos tiempos en que eso es una sorpresa. Ya digo, sí que necesitábamos algo como 'Borat' que nos recuerde dónde estamos.
En definitiva, 'Borat' no deja de ser una comedia de bajos vuelos, rozando a veces, sobre todo a partir de la mitad del metraje, una importante indiferencia hacia lo que sucede en pantalla, pero que, con su potente arsenal de chistes venenosos, y su actitud rompedora, logra situarse varios peldaños por encima de la mediocre media, aunque sólo sea por su gran atrevimiento y ganas de escandalizar, muy de agradecer y de aplaudir. Da un poco de pena que haya sido tan fácil pero es lo que nos ha tocado y Baron Cohen sabe aprovecharlo inteligentemente. Eso sí, a los sectores que toma como diana (entre ellos, las mujeres), no creo que les haga ni pizca de gracia. Espero equivocarme.
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