¿Se acaba el mundo después de los treinta? ¿Por qué tantos traumas por tener treinta y pico? Yo tengo treinta y muy pocos y les aseguro que no me traumatizo como todos los autores de la avalancha de películas que nos llegan ahora sobre el tema. Ni se acaba el mundo, ni la vida, ni tampoco hay que ponerse tan serio con todo. Otra cosa es que ellos fueran todavía unos adolescentes que incluso a los veintipocos ya estuvieran algo mayores para su comportamiento, pero si es así, llegan un poco tarde para darse cuenta. Y probablemente, si no han madurado a los treinta y algo, no madurarán jamás.
Si ‘Los amigos del novio’ tuviera estos valores tan repetitivos y repateantes, pero fuera una buena película, pues nada. Pero es que es lamentable. La han llamado comedia, pero no hay un solo momento con el que reírse en todo el metraje. Los noventa y tres minutos parecen dos horas largas, pues la falta de evolución de la trama hace incluso que desees que llegue el pasteloso momento de la boda, solo porque sabes que así se acabará la película. Tampoco es un film serio de personajes, sino algo tópico y ya visto con lo que, de nuevo, Edward Burns quiere hacernos creer que es muy listo además de estar buenísimo. Pues no, rico, no es así. ¿Qué tal si dejas de pensar y te quedas quietecito? Y, por cierto, él no tiene treinta y pocos como su personaje, sino que está rozando la cuarentena.
Aquí se pueden ver el trailer y más información. Comentaba en mi crítica de ‘Clerks II’ lo indignante y ultraconservadora que me parecía la mentalidad de “la única forma de alcanzar la madurez es casándose y teniendo hijos”. Bien, pues ahora el presunto director de cine Edward Burns es un nuevo miembro de este “selecto” club que vende los valores familiares como panacea. Vamos a ver, estoy de acuerdo con que hay que madurar, pero el hecho de tener hijos le hace a nadie madurar milagrosamente. Eso por un lado y por otro: madurar no tiene por qué significar dejar de pasártelo bien. Y es este útlimo concepto el que parece que se les ha metido a todos en la cabeza. Si esta gente está tan acongojada, nótese el eufemismo, que se psicoanalicen en privado y nos dejen en paz a los demás.
Que te acepten no cuesta mucho: sólo llega con que tengas tu crisis de los trentaitantos y que la plasmes en celuloide recurriendo a los tópicos más trillados y, a ser posible, machistas que se te ocurran. El dominio del lenguaje cinematográfico ni se exige ni es imprescindible. Si Kevin Smith sabe hacer chistes y Steven Spielberg colocar la cámara en sitios bonitos, Edward Burns es una nulidad cinematográfica luchando por salir de las simas de la realización telefilmera. Por mucho que se disfrace del ya fallecido “cine independiente” no lo consigue. ‘Los amigos del novio’ es, probablemente, la peor de sus películas. O lo que es más grave, a su lado, aquella tontería llamada ‘Los hermanos McMullen’ casi parece una obra maestra. Por lo menos, tenía dos o tres escenas con las que reírse.
La “película” en cuestión narra la reunión de varios amigos del barrio con motivo de la boda del protagonista (Edward Burns). Este evento sirve para que el personaje se plantee en varias conversaciones trilladísimas lo que va a suponer casarse y tener un hijo en su vida. Huelga decirlo, todos los personajes responden a los tópicos más simplones con los que ir contraponiendo diversas mentalidades que, al final de la película, demostrarán que “crecer no es madurar”. Con ver los diez primeros minutos de este presunto filme uno ya sabe al dedillo cómo van a terminar todas las tramas. Así de previsibles son los “conflictos dramáticos” de esta historia, que serían rechazados en cualquier teleserie de tercera división.
De entre los actores sólo se salva de la quema el excelente John Leguizamo quien, con su sobriedad, está tres peldaños por encima del resto de los payasos. Del resto no se puede decir que estén mal, pues resultan bastante naturales, pero lo que ocurre es se aplican a la interpretación que sus chuscos estereotipos demandan: básica, de trazo grueso, y diciendo unas frases que sólo pueden provocar vergüenza ajena. Especialmente glorioso es el momento en el que el personaje encarnado por Matthew Lillard —el único con hijos y, oh, lo han adivinado, el Pepito Grillo de nuestra historia— le da al protagonista el motivo fundamental por el cual se deben tener hijos: “Crees que ya no tendrás tiempo libre, pero… ¿Qué haces con tu tiempo libre? ¿Tomar una pizza viendo el baseball?”. Toma ya. Como la vida es un aburrimiento, mejor rellenarla con hijos. Y digo yo ¿No sería mejor huir de ese barrio miserable y hacer que tu tiempo libre valga la pena? ¿No hay más alternativas para la persona “madura” que tener hijos? El cateto de Edward Burns parece pensar que no. A ver, a ver, no estoy diciendo que tener hijos esté mal, que no haya que tenerlos o que sea un aburrimiento. Yo aquí, al contrario que Burns, no le doy consejos a nadie sobre lo que hacer con su vida. A lo que me refiero con esto es que debería haber una razón para tenerlos mejor que la de: “mi tiempo libre es una mierda”. Aunque sólo sea por el bien de esos teóricos hijos.
Y no sólo eso: Burns se apunta a la mentalidad dominante que considera que las mujeres somos las portadoras de los valores tradicionales. Que somos las que estamos ansiosas por nuestra bodita en la iglesia para redimir al hombrecito inmaduro al que le vamos a quitar la libertad utilizando para ello los bebés que tanto nos apetece tener (por aquello del instinto…). Sublime. A lo mejor a las mujeres también nos apetece divertirnos y a lo mejor —¿no se lo han planteado? — el tener hijos nos cambia la vida mucho más que al padre más involucrado del mundo. Los personajes femeninos de esta película claman al cielo. Si después de leer esto todavía tenéis ánimo de ir a verla, fijaos en si alguna vez alguna de las tías aparece en la película en un lugar que no sea su casa… No me fijé desde el principio, así que no puedo asegurarlo, pero juraría que no. No me digáis que lo ponen así porque las mujeres maduramos antes, pues no es simplemente que muestren personajes más maduros en ellas, es que las féminas representan eso que dice su refrán anticuado: "the old ball and chain" (la cadena y bola de toda la vida), es decir, que todo el rollo de hijos y matrimonio a nosotras nos flipa y que no tenemos el más mínimo interés en salir a tomar una caña de vez en cuando o en contar unos cuantos chistes.
Por si fuera poco, ‘The Groomsmen’, como se llama en v. o., tiene una contradicción constante: se supone que al ir a casarse y tener hijos se le va a acabar la diversión… a él. No a ella. Pero hay dos personajes, uno casado y otro casado y con hijos, que también se pasan el tiempo en el bareto oscuro jugando al billar. Su vida no ha cambiado para nada. Si al menos nos mostraran el frenesí de cambiar pañales, llevar al pediatra… sería tópico, pero veríamos el conflicto por algún lado. Y a lo mejor hasta echaríamos una risilla floja, lo que no se hace ni una sola vez en la película.
En resumidas cuentas, Edward Burns es como ese conocido pesado que magnifica todo lo que le ocurre en su vida y es capaz de hablarte durante una semana sobre su visita al dentista, sin darse cuenta que eso sólo le importa a él. Edward, te voy a explicar una cosa: la gente que, cómo tú ha decidido tener sus hijos está demasiado ocupada como para poder ir al cine. Y, probablemente, cuando lo hagan, no van a escoger tu película. El resto de los espectadores, que empatizamos menos con tus problemas, no vamos a interesarnos ahora por ellos. Sencillamente, porque ‘Los amigos del novio’ no tiene el más mínimo valor cinematográfico. Los autopsicoanálisis mejor dejárselos a gente que sabe hacerlos, como Woody Allen o la siempre divertida y delirante Barbra Streisand. De entre el cine reciente, la película que con más originalidad y validez ha abordado el tema de la “madurez” es ‘Un niño grande’, donde el protagonista no tenía por qué acabar forzosamente casado y con niño. Claro que, además, ese protagonista era un Hugh Grant en estado de gracia: ese gran actor capaz de terminar una película con la fabulosa frase “¿Quieres no casarte conmigo?”. Claro que, para el cateto de Edward Burns, esta frase no está al alcance. Mejor que se quede con su patética película y su merecidamente patética taquilla.
Como nota final, he de decir que el subtitulado de ‘Los amigos del novio’ está a la altura de las circunstancias: hace años que no he visto nada peor. Ni viniendo de un estudiante primerizo de traducción e interpretación. Entre las atrocidades, no traducir el único chiste, por llamarlo algo, de la película —“Would my Chinese and Romanian kids be able to play with your children?” traducido por “¿Podrán mis niños jugar con los tuyos?” — o tener los oídos llenos de cerumen para llamar “Lover on the way” al grupo “Loverboy”. No voy a decir que una porquería como ‘Los amigos del novio’ se merezca grandes desvelos, pero sí que habrá profesionales que se merezcan el puesto de trabajo que ha ocupado tamaño gañán o gañana.
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