El caso Gran Hermano me parece que es la muestra más evidente de fisura entre los espectadores. Están los que piensan que es el mejor concurso y los que opinan que es de lo peor; en este caso es difícil encontrar un término medio. Diez ediciones de un reality corroboran que es un éxito a pesar de que en sus inicios muchos pensaron, me incluyo entre ellos, que las bondades de aquel formato resultaban incomprensibles. Con el paso del tiempo puedo decir que quizá lo comprendo mejor pero a mí sigue sin gustarme.
Gran Hermano es, a estas alturas, una fábrica de portadas de Interviu y un programa creador de juguetes rotos a partes iguales. Entiendo que haya gente con aspiraciones (mediáticas o económicas), que busque una plataforma de este tipo, allá ellos, pero que eso nos interese a los demás me parece más discutible. Aquello de "la vida en directo" que funcionaba cuando los espectadores no conocíamos el funcionamiento de un reality ya no hay quien se lo crea y, a pesar de que somos conscientes de que todo es una gran mentira, millones de personas se aficionan a este culebrón de tres meses que, a diferencia de las series de ese género, les permite interactuar enviando mensajes y escribir con su dinero parte de la historia.
Telecinco tiene gran parte de culpa en el éxito del concurso gracias a su política de exposición televisiva, que permite que la gente crea que conoce a los personajes y se identifique con ellos, como cualquier telenovela que se precie. Mercedes Milá también ha imprimido su sello personal al concurso y si no lo presentase ella estoy segura de que perdería gran parte de su gracia (las galas se sostienen gracias a ella). De la nueva edición aún no se han dado detalles pero estoy segura de que prometerán, como siempre, más espectáculo que nunca. A ver quien es el que paga la novatada este año y se encuentra en la casa a su padre desconocido o algo así. Lo dicho, un culebrón con todas las letras.
Vía | Lo que me sale del bolo, el blog de Mercedes Milá En ¡Vaya Tele! | ¿Un Gran Hermano aburrido?