Se empeñan en Gran Hermano en hacer galas imponentes, llenas de fuegos artificiales y promoviendo los nervios y la expectación. Tanta parafernalia propicia que los errores, si se producen, sean más descomunales.
Anoche, en la Gala Final de Gran Hermano 9, transcurridos unos quince minutos de la emisión en directo se nombró al cuarto finalista que tenía que abandonar la casa. El nombre de Oliver se quedó flotando en un globo y todos le acompañaron hasta la cortina por la que tenía que irse. Una de las gemelas vio demasiado pronto lo que todos teníamos que ver después.
Cuando los cuatro concursantes que quedaban volvieron al podio que les habían preparado, la gemela les dijo a todos que había visto una foto enorme de Judit detrás de la cortina, y ahí se acabó la historia. Después de esto, era difícil no sospechar quién iba a ser la ganadora, cosa que se confirmaría unas tres horas después.
Es comprensible que el equipo del programa, que no conoce los resultados definitivos hasta que no se cierran los teléfonos, tenga que trabajar a contrarreloj para preparar los números que resolverán los nombres de los finalistas y del ganador y esta metodología, unida a los nervios y a la precipitación del momento, puede salir mal. Pero es desconcertante que una final que tiene que mantener la tensión hasta la una y media de la mañana pierda interés por una cosa así a las diez y media de la noche.
Para futuras ocasiones recomendaría a Gran Hermano que se dejasen de experimentos y que dijesen el nombre de los ganadores a la antigua usanza, sobre mediante, para evitar este tipo de fallos que dan al traste con el trabajo realizado durante toda la temporada y que hacen que el espectáculo preparado resulte pobre y no esté a la altura de lo que la ocasión requiere.
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