Es el mismo ritual de siempre. Una personalidad televisiva muere y los principales programas rosa se vuelcan en exprimir la noticia. Palabras de pésame hueco, vídeos de recuerdo de viejas polémicas y rondas telefónicas con conocidos que poco o nada tienen que decir porque es obvio que las personas más importantes para el fallecido no van a entrar en Aquí no hay tomate mientras velan su cadáver. Esta vez ha sido Gustavo, que en Gran Hermano IV nos presentaron como boxeador de ambiciones olímpicas pero que en realidad se ganaba la vida como stripper. En una edición polémica como pocas, Gustavo hizo gala de su profesión protagonizando algunos escarceos sexuales dentro de la casa.
Gustavo tenía sueños de triunfar en la televisión, como no dudó en reconocer públicamente. De hecho, abandonó el programa pensando absurdamente que era capaz de controlar su popularidad para encontrar fortuna en el medio. Pero le perjudicaba su físico de boxeador sonado y carecía de la soltura de Kiko o Marta. Acabó como tantos otros muñecos rotos que sólo son llamado por la televisión para vender sus romances, enemistades más o menos inventadas y accidentes, como al parecer, en una grotesca ironía, iba a hacer la semana que viene cuando le ha sorprendido la muerte de la forma más absurda posible, arrollado por un tren mientras cruzaba imprudentemente las vías para tomar algo en un bar de estación.
Como siempre, su muerte dará un poco de carnaza a los programas rosa, que culminan así su irrefrenable instinto de devorar a sus personajes. Como en la parábola de la rana y el escorpión, no pueden evitar ser como son. Pero, al igual que con el caso de Rocío Jurado, en el fondo también satisfaciendo las ansias de presencia mediática, aunque sea más allá de la vida, de sus infortunados protagonistas.
Vía | Aquí no hay tomate En ¡Vaya Tele! | A los carroñeros
