"Sólo muere lo que se olvida. Sálvame será eterno". Con estas palabras empezaba el último programa de un magazine que, nos guste o no nos guste, no solo es el máximo exponente de una manera de hacer televisión, sino historia del audiovisual español. Han sido catorce años de gritos, amores, desamores, ficción basada en hechos reales, realidades ficticias, polígrafos, telebasura y, al mismo tiempo, la creación diaria de un universo inabarcable, fascinante y que, en su última emisión, ha sido más una despedida entre amigos que se han convertido en su propia vida. Al final, lo más interesante de 'Sálvame' siempre fue el amor.
Hashtag luego Mari Carmen
El final de 'Sálvame' no ha sido todo lo épico que podría haber sido... Pero tampoco es lo que necesitaba. La construcción del McGuffin final (la hoguera, el himno) solo era una excusa para traer a los distintos colaboradores y reporteros a lo largo de los años y dar un cierre que se ha sentido inevitablemente cojo al faltarle Jorge Javier Vázquez, el presentador que nos guste más o menos ha cambiado la historia de Mediaset para siempre (y que no está en condiciones mentales para volver).
Todos hemos visto algo del que fue el programa estrella de Mediaset alguna vez, aunque sea mediante memes (ese fabuloso momento en el que una discusión se convierte en el baile del Chuminero). Iría más allá: aunque nunca me he comido cuatro o cinco horas del programa hasta hoy, sé reconocer cuándo hay buena televisión. Y en gotitas pequeñas, 'Sálvame' era perfecto. ¿Ese cara a cara entre Chelo García Cortés y Bárbara Rey con su "noche de amor"? Ya le gustaría a muchos guionistas haber escrito esa escena increíble.
Ahora bien: ver un programa entero de 'Sálvame' prestando atención es para valientes y los más cafeteros. Y su final no iba a ser menos, como una especie de resumen de lo que ha supuesto llenar día a día demasiadas horas televisivas: promesas que quedaban en nada, supuestos giros argumentales vacíos, momentos dignos de una realización amateur y bromas internas. Porque si has llegado al programa 3639 y no te has perdido ni un solo episodio, has pasado 606 días enteros con estas personas en tu salón: son, oficialmente, tus amigos. Y tienes todo el derecho a llorar cuando un amigo se va. Solo faltaba.
El envoltorio de lo absurdo
Llenar cuatro horas de despedidas es muy difícil, así que 'Sálvame' ha decidido convertirlo en una fiesta. Sale regular: es la primera fiesta-funeral que hemos visto nunca en televisión, con más lágrimas que risas y una actitud de "para lo que queda en el convento" francamente refrescante por momentos. Es por esto que Belén Esteban y compañía han anunciado en Mediaset que se van a Netflix sin preocuparse de lo que les puedan decir desde arriba, han lanzado dardos envenenados al programa que les sustituye y se han guardado alguno para Paz Padilla, a la que solo se ha nombrado para hacer mofa.
Sin embargo, los rellenos han sido bastante lastímeros. Entre pueblos llamados Pantoja y tuiteros que hacen memes y que salían en plan 'Mask Singer', Pipi Estrada esperaba a la salida de un hospital a que naciera el primer bebé "de después de la Era Sálvame". Cuando han nacido dos, se han olvidado de volver a conectar con él. No pasa nada: todos sabíamos desde el principio que era la mera excusa para poder rellenar un cachito antes de ir a ver cómo ardía una hoguera en la que prometieron quemar todo el mobiliario y al final han sido unos palés, un par de cintas y el pijama de Belén Esteban.
A estas alturas, de nada nos sirve ponernos dignos en plan 'Sé lo que hicisteis' y criticar a un programa que ha creado y destruido famosos a su antojo con una calidad técnica impresionante (¡cinco horas de directo diarias que nunca bajaban la intensidad!), basándose en la cercanía con la audiencia y que, después de ver su sustituto, quizá empecemos a echar de menos muy pronto. ¿Sabéis eso de "Es mejor lo bueno conocido que lo malo por conocer"? Pues el caso 'Sálvame' viene a subrayar este refrán y ponérnoslo en la cara. ¿No quieres cotilleo? Estupendo, seguro que te encanta Ana Rosa Quintana por la mañana y por la tarde.
Adiós, amigos, goodbye my friends
Es fácil vivir encerrados en nuestra torre de marfil y mirar desde una supuesta élite cultural a los que han disfrutado cada día de la semana de 'Sálvame' durante años, incluso cuando el formato empezaba a renquear. Y sin embargo, es difícil no apreciar el arte con el que el programa tensaba las cuerdas, creaba historias, mantenía unido un universo que muchas veces se resistía a ello, mostraba salidas, entradas, enfermedades, amores y desamores: por primera vez, los colaboradores eran también los protagonistas. Por primera vez, se estaba creando ficción con la realidad.
Hace ya mucho tiempo que 'Sálvame' dejó de ser un simple programa de comentario rosa y pasó a ser un formato propio que, inevitablemente, se ha desgastado después de catorce años, especialmente tras una pandemia que cambió y amplió los gustos audiovisuales de millones de españoles. 'Sálvame' no hablaba de lo que hacían otras personas: hablaba de lo que hacían ellos mismos, de las decenas de colaboradores pasados y presentes. Puede gustarte más o menos, pero era más parecido a ver una serie que 'Aquí hay tomate', por ejemplo.
Todo llega a su fin. Y 'Sálvame' lo ha hecho con tres puntos, el anuncio de su nuevo reality en Netflix, muchas lágrimas, el reconocimiento al equipo técnico, la promesa de una rebeldía y un gamberrismo que nunca ha terminado de llegar (coartada por la responsabilidad de finiquitar el asunto) y, sobre todo, el recuerdo constante y machacón de que esto va a continuar, sea donde sea y como sea.
Muchos creímos que este momento sería sinónimo de una nueva vida para Mediaset. Que después de 'Sálvame' se escondían cientos de proyectos originales que no podían ver la luz del sol por culpa de los gritos y los cotilleos. Que Telecinco se iba a beneficiar, a largo plazo, de no tenerles en nómina. Y, sin embargo, cuando finalmente ha llegado, tenemos que entonar el mea culpa. No queda otra que echar de menos a uno de los últimos programas de televisión lineal que convierten al medio en algo más que un repositorio de debates políticos clónicos, telenovelas de peso al por mayor y proyectos que podrían brillar con luz propia, pero a los que les falta el presupuesto (y la inversión) para hacerlo. 'Sálvame' es el último de su especie. Y ojalá no se tuviera que extinguir. Al menos, no así.
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