A la edición 12+1 de la madre de todos los realities le quedan apenas unas semanas de vida. Paradójicamente, se inició en enero con la intención de devolver el formato a sus orígenes, de recuperar la esencia de la que hacían gala en el (ya lejano) año 2000, cuando se abrieron paso entre las críticas y el escepticismo con una idea revolucionaria. Lo cierto es que ha sido lo menos parecido a aquel Gran Hermano 1 y la evolución que el programa lleva experimentando desde hace años ha dado como resultado una edición rocambolesca en más de un sentido; incoherente, improvisada, excesivamente dirigida, aunque no exenta de interés.
Pero vayamos por partes. Si mi compañera Noelius os hablaba la semana pasada de los factores que hacen que este reality siga triunfando, a pesar de los años, lo de hoy se trata de hacer un poco de crítica (siempre constructiva, nunca destructiva) de los males de los que adolece ‘Gran Hermano’ y que son responsables de la pérdida de la frescura y originalidad de sus comienzos. Por mucho que quieran darle la vuelta.
1. El uso oportunista de su lema
Y ese es precisamente el punto de partida de este post. Desde luego, el mérito es de los guionistas. La ocurrencia del Dale la vuelta ha sido la más brillante que han tenido hasta la fecha. Porque se ha convertido en un comodín del que echar mano en cualquier momento para intervenir de forma artificial en las tramas que estaban teniendo lugar dentro de la casa de manera natural (esa realidad en la que, se supone, se sustenta el programa) y alimentar ciertas historias, e incluso dirigirlas o, peor aún, provocarlas. Es cierto que “esperar lo inesperado” siempre ha sido una máxima de ‘Gran Hermano’, pero son necesarios ciertos límites.
Hasta ahora, aunque habían jugueteado con la idea (las hermanastras en secreto, o aquella otra edición en la que intentaron que un concursante conviviera con sus dos ex hasta que una dio la espantada), nunca se había introducido elementos de la vida de un concursante fuera de la casa, al menos a mitad de concurso. La acción se limitaba a lo que pasaba dentro y se trataba de aislar completamente esa realidad de ésta, al otro lado. Con lo que ocurría dentro y lo mucho que se magnificaba, era suficiente para ofrecer un programa entretenido, gracias a un cásting bien hecho. Ahora parece que el verdadero trabajo viene a posteriori, cuando se trata de subir la audiencia a toda costa.
También la idea del más uno ha resultado muy rentable: era una puerta abierta a la participación de cualquiera, una página en blanco para poder ir reescribiendo la historia si hacía falta. Ahora, ha dado la posibilidad a uno de los ya expulsados de ganar un suculento premio (no tanto como el maletín, pero agua de mayo en estos tiempos) además de seguir interviniendo en la vida en directo. También ha servido para estirar la edición convirtiéndola en la más larga hasta el momento, e incluso para rellenar la parrilla con dos galas semanales y un debate. Es decir, tres de las siete noches para el reality, además de todo el espacio que ya ocupan en otros programas, eso que Noelius llamaba “la corte de Mediaset”.
2. La incoherencia
Donde dije digo digo Diego. Y es que esta edición está empezando a parecerse a las últimas temporadas de ‘Lost’. Tenemos la sensación de que los guionistas están continuamente improvisando, en función del share. Cuando comenzó esta edición nos hablaban de austeridad, de autenticidad. Nos negaron que fuera a haber más de una casa (por aquello de la crisis) y han acabado convirtiendo el pabellón de pruebas en el apartamento de ‘Friends’ inventándose un Gran Hermano paralelo, en el que los supuestos expulsados se convierten en finalistas, acompañados de sus finalistas más uno.
Tampoco habría repesca, aseguraba Mercedes Milá. Cuando finalmente se celebró, se nos “echó la culpa” (lo estábamos pidiendo a gritos en todos los blogs y redes sociales, al parecer). No dudo que la gente pudiera querer repesca, a pesar de lo injusto que es para los que siguen en el concurso, dudo de su motivación, al ser tan tremendamente oportuna, al encajar tan bién con el tempo de las tramas. Cuanto menos, hace sospechar. Cierto que se trata de dar al público lo que quiere, pero nos gustaba más cuando las cosas eran producto de la magnificación y no de la guionización.
Pero el ejemplo más claro de incoherencia es el paso atrás que dieron en la última gala. Ante el aluvión de críticas por el cambio tan drástico de la dinámica y la manipulación de las nominaciones, cambiando completamente su sentido, Mercedes se apresuró a asegurar que “habría oportunidades para todos los concursantes”. Sobre la marcha debieron darse cuenta que no es justo que un concursante no opte a ser finalista porque sus compañeros no lo nominan para ser expulsado, algo que es contradictorio e incoherente per se. Está por ver de qué manera resolverán la situación y saldrán del jardín en el que ellos mismos se han metido.
3. Los concursantes resabiados
Después de doce años de ver pasar por la casa personajes de todo tipo y condición, es difícil conquistar a esa audiencia que ya lo ha visto todo. Lo de vivir la experiencia resulta a estas alturas menos creíble que el perfil de empresario; en determinado momento el concurso empieza a pesar y no hay nominaciones que no escondan una intención, aunque aseguren que lo hacen por descarte. En todo caso, es positivo de cara al concurso que sean estrategas y se comporten como tal. El problema viene cuando su actuación no es, como diría Pepe Flores, de corazón.
Hay concursantes, y ya lo hemos visto muchas veces, que exageran determinados aspectos de su personalidad en el cásting para asegurarse la entrada a la casa y que acaban resultando sobreactuados (¿o acaso no sirvieron los monólogos de Aída Nizar para hacerla “famosa”, a pesar de haber durado sólo una semana en el concurso?). Haberlos, haylos, incluso, que exageraron una ceguera, entrando a la casa con bastón y desprendiéndose de él después de la primera gala. También los hay que se venden como “tontos”, pero luego tienen más picardía que nadie. Se trata, en todo caso, de magnificarse a uno mismo, aunque el tiempo y el concurso acaba poniendo a cada uno en su sitio. Quizás ese sea el verdadero mérito de ‘Gran Hermano’, descubrir a los impostores.
4. Los elementos externos
En más de una ocasión hemos visto cómo las voces del exterior influencian en exceso sobre la opinión de los que votan. Se han hecho auténticas campañas a favor y en contra de determinados concursantes, pero además el público, sobre el que reside la soberanía de ‘Gran Hermano’, se ha dejado llevar por aspectos que nada tienen que ver con la actuación de un determinado concursante para acabar expulsándolo (recordemos el Rubenazo de la pasada edición, cuando fue eliminado únicamente por el morbo que despertaba ver en directo su corazón retorciéndose mientras descubría lo que había estado haciendo su novia en la casa).
Varios personajes han pasado por la casa cuando su presencia convenía para desarrollar una nueva trama, o si acaso engordarla. A Noe, la concursante sin duda más “utilizada” por el programa, le han hecho enfrentarse a todos sus fantasmas: el amigo especial que dejó fuera de la casa, el que hizo en Brasil y ya después de expulsada, a los fantasmas de sus mentiras. Que fuera elegida para el intercambio internacional no es casual. Como tampoco es casual que no se decidieran por un perfil de chica más clásica. Sabían que ella daría juego, aunque estoy segura de que, en este caso, la realidad superó a la ficción. Y sí, el resultado se traduce en grandes audiencias, pero en detrimento de la naturalidad y la autenticidad. No es la vida en directo al cien por cien, es la vida retocada en directo. Y aunque tampoco esto es novedad, nunca había sido tan evidente como en esta edición.
Tampoco hacen bien al concurso esas voces del exterior, del exterior de la mismísima casa, que, con sus gritos, aportan información que no sólo puede cambiar el transcurso de los acontecimientos, sino también provocar daño a unos concursantes que, supuestamente, han de ser extremadamente protegidos y aislados de cualquier cosa que pueda herirles, dada su especial situación. Con las repescas sucede lo mismo: los concursantes que regresan a la casa lo hacen bien cargados de datos: qué está pasando fuera, qué ha pasado dentro, quién gusta y quién no y encuentran mil maneras sutiles de revelar esta información sin que sea tan evidente como para ser sancionados.
5. Los vídeos de presentación
¿Quién dijo que quisiéramos obras maestras de la narrativa audiovisual? Si algo he echado de menos este año es ese estilo bizarro que caracterizaba a los vídeos de presentación de los concursantes. Sólo Dani nos ha regalado un buen ejemplo de ello, pero el resto se ha esforzado demasiado por molar. Y es que este año se trataba de encontrar gente auténtica (entiendo que se referían a perfiles más moderados), por lo que personajes como Rebequita-Rebecota, aspirantes a tronistas como ‘El Feroz’ o caracteres extremos como Bea la legionaria estaban descartados. Lo cierto es que han hecho un buen trabajo: es un grupo de gente sana, bastante “normal” que, salvo excepciones, no ha dado demasiado el cante.
En cualquier caso, esta edición ha tenido el dudoso mérito de ofrecer la gala de estreno más aburrida de doce años de programa, otra vez, por mucho que quisieran darle la vuelta, literalmente. Entiendo que quieran darle otro color, pero disfrutábamos más cuando esa primera gala y los famosos vídeos nos provocaban bochorno y vergüenza ajena. Si querían defender los orígenes de ‘Gran Hermano’, se han olvidado del aspecto trash que todo buen reality debe tener.
En ¡Vaya Tele! | Cinco puntos por los que ‘Gran Hermano’ sigue funcionando