Son las once de la mañana. Me encuentro ahora mismo en la sala de prensa del hotel Meliá. Tecleo con rapidez. Mi cabeza quiere que escriba. Lo que sea, ya. ‘Mr. Nobody’ tiene la culpa. Acabo de verla y necesito decirlo: me ha emocionado tanto, me he sentido tan dentro de la película, que he sentido la necesidad de llorar, de aplaudir, de gritar. Me ha dejado clavado en la butaca. Aún no he podido asimilar lo que he visto, ni que dentro de un rato podré charlar con el director de esta impresionante, preciosa, única obra de arte. No la he comentado con nadie todavía, claro, pero supongo que es de esas películas que o te llegan, y te tocan el alma, o te resbalan por completo, y te parece una gran bobada. Lo comprobaré cuando se estrene en cines, si es que lo hace...
Ha sido curioso, como el protagonista de la historia, hace unas horas tuve una especie de visión del futuro. Me vi a mí mismo en esa misma butaca, fascinado por las imágenes de la película. En realidad estaba frente a un espejo, mojándome el pelo, y me quedé un momento quieto, pensando en eso, mirando mis enrojecidos ojos y teniendo claro que eso que tenía en mi cabeza iba a ocurrir. Me acordé también de ‘La fuente de la vida’ (‘The Fountain’). No sé si porque Jared Leto, el señor nadie de Jaco Van Dormael, trabajó antes para Darren Aronofsky, o porque la película con Hugh Jackman me dejó en el mismo estado en el que me encuentro ahora. Ya sabéis, como cuando miras al horizonte y te sorprende la imagen que forman las nubes, el Sol y la luz. No, no he fumado nada. Cine, en todo caso. He experimentado cine de gran calidad.
Y es que el cine puede ser mágico, maravilloso, una increíble cura. Al terminar los créditos, acompañados por una delicada melodía, me he encontrado prácticamente solo en la gran sala que es el Auditori (los demás debían tener prisa, incluso los que han aplaudido), y ha sido entonces cuando he empezado a notar mi cuerpo. Como sabéis los que leísteis mi anterior artículo sobre el Festival, anoche estuve escribiendo hasta las cinco y media de la madrugada; no me acosté hasta un rato después, y a las ocho menos cuarto ya estaba sonando la alarma del móvil. Me ha dolido todo, desde que puse el pie derecho en el suelo. Desde el apartamento hasta el Hotel hay una media hora, pero lo he recorrido en quince minutos, porque llegaba tarde. Imaginad el estado en el que llegué al pase de prensa. Sólo la película ha logrado interrumpir el cansancio y las molestias. Que ahora vuelven, poco a poco…
Sobre la educación
Son las once y cuarto. Me distrae la gente de mi alrededor, hablando en varios idiomas. Dos italianos hablan a gritos a medio metro de donde me encuentro. Me doy cuenta del ruido de la sala. Sólo bebí un soso zumo de naranja envasado, no comí nada. Tengo la entrevista con el señor Jaco van Dormael a las doce y cuarto. En el jardín del Hotel. Probablemente, como siempre, tendré que esperar. A la una y cuarta proyectan ‘Bronson’ en el Prado, a unos quince minutos de aquí, caminando con prisa. Veremos si llego a tiempo. A las cuatro debo volver aquí para recoger los “tiquets” de mañana. Oh, esto es un asunto especial. Ya os comenté cómo funcionaba. Pero no os dije nada de la educación de quienes, como un servidor, han venido a Sitges para ver películas y escribir sobre ellas.
Veréis. El horario es de cuatro (16:00) a nueve (21:00). Uno llega pronto, porque no puede perderse determinadas películas. Así que a las cuatro y algo, cuatro y diez, cuatro y cuarto, uno llega allí y descubre que ya hay una cola de otros que pensaron lo mismo que tú, pero se pusieron en marcha antes, por lo que sea. Te pones el último. Llega más gente. La cola aumenta. Y en esas llegan otros, normalmente entre risas, como si nada, y no respetan la fila, sino que se van hacia delante. Hacen dos cosas: buscan a alguien a quien conocen, que llegó pronto, y se sitúan a su lado, alegremente; o bien ni eso, hablan con ese alguien que ya estaba allí, a veces con alguien más, y poco después, como por arte de magia, reciben las invitaciones que deseaban, sin moverse, sin perder tiempo, sin colas. Sin respeto alguno por todos los demás que estamos ahí, esperando, cumpliendo las normas.
Con todo lo que he visto y lo que veo, me sigue sorprendiendo que haya tanta gente que se comporte tan estúpidamente con los demás, porque gana más dinero, porque lleva una maldita acreditación, porque es director o actor, o porque sencillamente cree que es más valioso que todos esos individuos que tiene frente a sus narices. Y ya no hablemos del respeto a los animales… ¿Decirles algo? ¿Para qué? Les dará igual, y sólo me sentiría más insultado aún. Porque no cambiará nada, y no, nadie más moverá un dedo en seguirme, no soy Luis Tosar en medio de un motín. Pero que se sepa. Que quede aquí. Hay niñatos sinvergüenzas dentro de cuerpos adultos con una acreditación colgando del cuello, ahora, en Sitges. Doy fe.
Lo dejo aquí. Voy a ir adelantando trabajo, os prometí entrevistas y aún no he publicado ninguna. Me pongo a ello. Pero antes, permitidme un café con leche. De esos tan caros que ponen aquí, ya sabéis. Esta noche os hablaré de las otras películas que veré a lo largo del día, ‘Bronson’ y… bueno, ya os contaré, todavía no sé cuál será la tercera. Espero tener más suerte que cuando decidí apostar por ‘The Countess’ en lugar de por ‘Summer Wars’. Son las once menos veinte. Bon dia.
PD: ¡He estado a punto de perder el texto entero! He guardado el borrador y un segundo después se ha quedado la pantalla en azul, con mensajes de error que suenan a chino. Gracias mariposa. Me duele la cabeza…
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