El 15 de mayo llegó a Netflix ‘White Lines’, una serie que se vendía sola por estar detrás de ella Álex Pina, creador de la muy popular ‘La casa de papel’. Sin embargo, la campaña promocional fue mucho menor de lo que uno podría esperar en un caso así, algo que invitaba a pensar en que no iba a merecer la pena. No obstante, tuve la ocasión de ves sus tres primeros episodios antes del estreno y disfruté con ese cóctel de mentiras, drogas y sexo.
Ahora ya he podido ver toda la primera temporada de ‘White Lines’ y mi opinión es mucho menos entusiasta, ya que la serie acaba dejando de lado su faceta más juguetona para potenciar la intensidad y el misterio detrás de la muerte de Axel. Por suerte, eso es algo que sí se resuelve en estos diez episodios, pero por el camino se pierde en sus excesos.
Un misterio a medio gas
El eje de la serie está en descubrir quién asesinó a Axel, un popular DJ, 20 años atrás, pero en el arranque de ‘White Lines’ se veían ciertos coqueteos con el humor que se cortan de forma drástica en el cuarto episodio, el más pesado de la serie. A partir de ahí hay algún pequeño apunte suelto como la conversación sobre que a la paella no se le echa chorizo, pero en general se hace una apuesta clara por la intensidad dramática, complicando las relaciones entre los personajes cada vez más.
Ahí es donde ‘White Lines’ empieza a sufrir porque va despojando a los personajes de aquello por lo que nos engancharon de entrada para que cada pase a ocupar una posición más clara en el relato. Algunos desaparecen casi por completo -pienso en el curioso cura interpretado por Ginés García Millán- y otros simplemente acaban resultando monótonos. Eso se aplica sobre a su protagonista, interpretada con convicción por Laura Haddock.
Ya no es tanto que caiga bien o mal su personaje como el hecho de que resulta demasiado gris, muy apegado a ese sufrimiento que no termina de dejar atrás sin aportar algo que realmente atrape al espectador. Esto es algo que acaba extendiéndose al propio misterio alrededor de la muerte de Axel, donde más que nunca nuestro interés se reduce a la trama, porque la forma de exponerlo es bastante discreta, dando información a cuentagotas para acumularlo todo en sus últimos episodios.
En ese tramo final algo se eleva el interés, ya que a su vez se busca dar un enfoque más humano al sufrimiento de la protagonista, pero también a aquellos que la rodean. Lo curioso es que se sigue echando mano de lo escandaloso, pero lo que en los primeros episodios añadía picante y dejaba con curiosidad por ver su evolución, aquí es un hecho aislado que rompe la rutina en la que ha caído la serie. Un pequeño chispazo en la oscuridad que nunca llega a encender una llama.
Luces y sombras
Dentro de ese panorama hay un personaje que logra sobreponerse al limitado enfoque que acaba adoptando la serie: Boxer. La interpretación de Nuno Lopes ya me había llamado la atención en el inicio de esta temporada, pero luego es que realiza un trabajo más consistente, sabiendo cómo jugar con el lado más temible de un sicario implacable que poco a poco va descubriendo que se ha cansado de su rol en la vida y que incluso puede soñar con el amor.
Esto no es algo que debamos tanto al guion de Pina, que ha escrito todos los episodios, como a la actuación de Lopes, sin duda lo mejor de ‘White Lines’ hasta ahora. El resto de personajes van diluyéndose, incluido esa peculiar madre de Juan Diego Botto encarnada por Belén López o un Pedro Casablanc al que se agradece ver en un papel de no villano, pero poco a poco va perdiendo presencia.
Al final todo se reduce a que cuando ‘White Lines’ pone todas las cartas encima de la mesa descubrimos que estaba yendo de farol, y ese frenesí inicial saltando de un género a otro desaparece y se opta por un camino claro y decidido. El problema es que así salen a la luz todas sus debilidades, reduciéndose sus virtudes a la mínima expresión -en ocasiones apenas hay algo que rascar más allá de la estética visual-.
En resumidas cuentas
‘White Lines’ va de más a menos de forma muy notable, remontando ligeramente en su desenlace. Es una lástima que pases tan pronto de tener ganas de ver otro episodio a sentirlo como un trámite que has de cumplir para llegar hasta el final. Tenía claro que no iba a ser una nueva ‘La casa de papel’, pero esta nueva serie de Netflix tiene problemas para exprimir su personalidad cuando pasa a tener claro lo que realmente quiere ser.
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