'United States of Tara' regresa conjuntando mejor todas sus personalidades


La segunda temporada de ‘United States of Tara’ está cerca de su ecuador en Showtime, mostrándose mucho más segura de sus posibilidades y de las cosas que puede hacer de lo que lo estaba en los 13 primeros episodios. Recuperamos la trama varios meses después de que Tara abandonara el psiquiátrico en el que ingresó al final de la primera temporada, y en el que descubrió que aquella experiencia sexual en la universidad no fue el origen de su enfermedad, ya que T estuvo presente en ella. Tara ha vuelto a tomar medicación y se encuentra en plena forma, feliz, un estado de ánimo que se traslada al resto de la familia.

Su hermana Charmaine se va a casar, Kate se gradúa antes de tiempo, la relación de Max y Tara va perfectamente y Marshall parece estar encontrando por fin su sitio en el instituto al conocer a otros chicos gays que lo acogen en su grupo y le animan a ser como es. Sin embargo, esta situación tan idílica no puede durar, por supuesto, y acaba saltando por los aires con el suicidio del vecino de los Gregson que, de algún modo hace que todo vuelva a empezar para Tara y que su recién encontrada estabilidad se desmorone.

Una cosa interesante de estos primeros episodios de la segunda temporada es que hemos pasado más tiempo con Tara que con sus personalidades (y a veces hemos visto ligeros detalles de todas ellas en Tara, como en la cena con los vecinos del primer capítulo). De ellas, sólo hemos visto a Buck (que desencadena sin embargo un gran problema) y a una nueva, Shoshana, una terapeuta que Tara desarrolla como defensa ante la insistencia de Max por que busque ayuda. Tara pierde el control pero, por primera vez, es consciente de que pierde el control y desarrolla también consciencia de sus otras personalidades como entidades independientes. Llega a ver a Buck exigiéndole que le deje usar su cuerpo para poder estar con Pammy, una camarera a la que se liga en un bar.

La faceta cuasi-detectivesca de la primera temporada, con la investigación de qué le pasó a Tara en la universidad, se traslada aquí a las visiones que ella empieza a tener de su pasado y, más en concreto, de su infancia. Tiene una, en especial, en la que ella (o su hermana, ahora no lo recuerdo bien) lleva el chubasquero rojo que utilizaba Gimme, y también recuerda a una mujer vestida como Alice a la que llaman Mimi. Va a ser interesante ver cómo Shoshana explica todo eso distanciándose de Tara.

Esa nueva personalidad no es el único personaje nuevo que tenemos. Además de los nuevos amigos de Marshall (que sigue siendo uno de los mejores de la serie), conocemos a una artista bohemia y peculiar, Lynda P. Frazier (Viola Davis), que va a dejar una profunda huella en una Kate que sigue sin saber qué hacer con su vida. Lo más interesante de esta segunda temporada es que la serie se ve mejor conjuntada, con un mejor manejo del humor (yo, por lo menos, estoy riéndome mucho) y una mayor caracterización de los secundarios, sobre todo Max, que se enfrenta a una prueba bastante más dura con Tara que en la temporada anterior.

Ah, y casi nos dejamos la casa del vecino, que es tan importante en la serie como otro personaje, con su atmósfera cargada y su decoración anclada en los 70 (y la obsesión de Max por comprarla, reformarla y venderla para hacer negocio). Es la entrada en esa casa, una especie de “gemela malvada” de la de los Gregson, la que desencadena la nueva crisis de Tara y la que apunta a una temporada con más capas y un mejor desarrollo que la entrega inicial.

En ¡Vaya Tele! | ‘United States of Tara’ confirma las expectativas

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