[Entrada sin spoilers] Este viernes se estrena la película de ‘Verónica Mars’ en todo el mundo; en algunos países tendrán la suerte de verlo en pantalla grande mientras que otros, los backers que colaboramos de nuestro bolsillo para que saliese adelante el proyecto con aquel tan comentado Kickstarter, lo tendremos disponible en plataformas de visionado por streaming. Aprovechando este inminente regreso a Neptune decidí aventurarme a un raudo revisionado de los episodios, una re-visitación que ha afianzado aún más la calidad y originalidad de su primera temporada.
Un septiembre de 2004, aquel año que revolucionó el universo seriéfilo con los estrenos de ‘Perdidos’ y ‘Mujeres Desesperadas’, vio la luz una serie con una mezcla de géneros aparentemente imposible y un tono irónico muy especial que haría que muchos se enamorasen a primera vista. Su apariencia de serie juvenil y la cadena tan minoritaria donde se emitía (la ya inexistente UPN) jugaron en su contra; era una propuesta adelantada a su tiempo y afincada en el lugar equivocado que (por muy convencidos que estemos algunos) nunca sabremos si un cambio en alguna o las dos variables habría significado un destino diferente.
Sea como fuere, diez años y tres temporadas después (dos más de lo que sus datos del momento merecían) volvemos a Neptune en una nueva aventura noir de Verónica, y durante estos días podréis leer varios artículos que echan una mirada a lo que fue ‘Verónica Mars’ y a ese ADN que esperamos encontrar en la continuación cinematográfica. Empezamos aquí con un repaso sin spoilers (los únicos detalles de trama que se dan se revelan en el primer episodio) a su carismática y redonda primera temporada.
Un universo de poso adulto y trágico
Su creador Rob Thomas no tenía en la cabeza contar una historia juvenil cuando se sentó a escribir el primer episodio. Es algo que está patente en el tipo de personajes y tramas que se van desarrollando a lo largo de la temporada, pero también en el primer guión piloto que después sufriría modificaciones para adaptarlo al perfil de la cadena que le daría cobijo, un guión de diálogos más adultos y un ritmo con menos intención expositiva. Sin embargo, ningún maquillaje consiguió esconder la verdadera esencia de ‘Veronica Mars’.
La historia está repleta de personajes atormentados, desde los más protagonistas hasta los más esporádicos, cuyos conflictos distan mucho de dramas adolescentes superficiales. Más allá de las tramas principales de asesinato y violación (que ya tienen lo suyo), la temática episódica siempre encuentra la forma de reflejar las dudas y problemas de su protagonista en los casos de cada capítulo, que giran en torno a la marginación, la confianza, la mentira, el racismo y las tribulaciones de las clases socio-económicas, y lo hacían desde una perspectiva adulta y poco amable a pesar del tono sarcástico constante de su protagonista.
Mezcla de géneros y equilibrio
Ese universo adulto se ve reforzado por una propuesta narrativa y formal que dista mucho de otros títulos con los que erróneamente podría compararse. Desafortunadamente, ‘Verónica Mars’ no tiene comparación. La influencia del cine negro y la literatura del género en la temática (ay, esas femme fatales y esos millonarios aburridos con demasiado tiempo para liarla) y la estética (esas persianas de lamas, esos interiores oscuros y planos imposibles) es clara desde el primer segundo. El uso del flashback, el juego de la voz en off y cómo establece a la perfección el tono jocoso y amargo se mezclan con esa estructura capitular de relatos detectivescos y el inevitable universo escolar con dramas en constante ebullición dando como resultado un coctel sorprendente, original y atractivo con un carisma arrollador.
Lo que mejor supo hacer ‘Veronica Mars’ en su primera temporada –la más cercana a lo que probablemente quería hacer Rob Thomas, sin influencia extrema de la cadena o los datos de audiencia como se percibe en las dos posteriores- fue logar un equilibrio entre todos los elementos del formato. Era a la vez una historia tremendamente seriada pero desarrollada con una escaleta capitular, un esquema muy habitual que requiere mucha habilidad para llevarlo a buen puerto.
Durante la primera temporada, Verónica va tras la pista del asesino de su mejor amiga Lilly y de aquel que le robó su virginidad, dos tramas fuertemente personales que arrastran al espectador a unirse con pasión a la voluntad de la protagonista por desenmascarar la verdad. Cada caso episódico desarrolla la crisis que esté sufriendo en cada momento en lo que respecta a esas dos líneas argumentales principales, confluyendo todo en ella. Convierte todo en algo muy personal para Verónica y, por tanto, para el espectador. No es una efectista cuestión de revelaciones de final de capítulo, sino de un uso brillante de la temática y de la narración global de un esquema muy marcado.
Rob Thomas hace malabares con todas las tramas paralelas en activo y encuentra la forma de manejar con habilidad todos los universos: la estimulante y buenrollera relación padre-hija, el mundo familiar de los ricachones, la información justa del personaje capitular, la entrada de personajes secundarios como Weevel, Wallace o Mac, además de los adultos recurrentes con los que Verónica siempre tiene relación y que es otro de esos elementos que dan personalidad al conjunto, como el sheriff, el subdirector del instituto, Vinnie Van Lowe o Cliff.
La mezcla de géneros y la ambición argumental no hacen a ‘Veronica Mars’ una serie especialmente accesible. Los guiones huyen de las obviedades y de lo formulaico, y se complementan con infinitos referentes literarios y audiovisuales en forma (como ya hemos visto), pero también en fondo, desde los títulos de los episodios hasta el más mínimo y aparentemente inofensivo diálogo. Cine, televisión, literatura, música y cultura popular de todo tipo están constantemente presentes y son parte esencial de ese carisma especial al que constantemente hacemos referencia; cada segundo de cada episodio es imprescindible.
Verónica, con mayúsculas
Verónica es uno de esos personajes que arrolla con todo. Obviamente es la protagonista, el centro de la historia y de todos los personajes que giran alrededor de ella, pero es la combinación del diseño sobre papel con la personalidad que le inyecta Kristen Bell lo que hacen que enamore. Esa mezcla de ingenio, de sarcasmo y de valentía, pero también el punto vulnerable, la relación con su padre y su fidelidad eterna a él, la buena voluntad que se esconde siempre detrás de cada acto aunque lo camufle de venganza o de disfrute (que también); she's a marshmallow, ya sabéis, pero tampoco falta ese lado atrevido de su forma de actuar, cómo la serie no huye de la obvia sensualidad que provoca y cómo ella lo utiliza para su provecho.
Verónica tiene mucho de redicha; de listilla con aires de superioridad que fácilmente podría haber resultado antipática al espectador (de hecho, no me extrañaría saber de algunos que no la soporten), pero ese gusto por el detalle, por buscar la verdad detrás de cada salida sarcástica y la motivación real (siempre personal y conflictiva) de cada paso adelante lo que consigue dibujar un personaje completo, perfecto en sus imperfecciones, carismático, estimulante y, en definitiva, embriagador. Ella es la serie y por ello lleva su nombre, no al revés.
Era difícil estar a la altura de la primera temporada, no sólo por la brillantez de todos sus elementos sino por ese punto de partida tan único y personal para la protagonista que después no consiguieron reproducir con los casos horizontales de la segunda y la ausencia de ellos en la tercera entregas. En cualquier caso, después de revisitar la brillante y redonda primera temporada de 'Veronica Mars' la espera hasta el viernes se antoja casi insoportable por volver a ver a la detective privada más descarada y avispada de la televisión.
En ¡Vaya Tele! | Todo sobre la película de Veronica Mars
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