Este pasado martes acabó en Cuatro la emisión de ‘Un Mundo sin Fin‘, la miniserie basada en una novela de Ken Follett que, hasta cierto punto, servía como secuela de ‘Los Pilares de la Tierra‘. El éxito en nuestro país ha sido innegable, aunque también que ha ido perdiendo capacidad de atracción según iban pasando los episodios, ya que ha pasó de alcanzar un 13,8% de share en su segundo episodio a quedarse con un 9,6% en su octavo y último capítulo, donde encima contaba con el interés añadido de contar el desenlace, pues el anterior capítulo – Cuatro la ha emitido a razón de dos por semana- había caído incluso por debajo del 8% de share.
Hace casi un par de meses os comentaba mis impresiones sobre los cuatro primeros episodios, donde mostraba cierto optimismo ante lo que estaba por llegar y básicamente calificaba a ‘Un Mundo sin Fin‘ como una miniserie un par de escalones por debajo de su predecesora. Vista ya en su integridad, es bastante tentadora la idea de calificarla como algo poco mejor que una pérdida de tiempo.
He de reconocer que ‘Peón’ (1×05) contiene el punto álgido de la serie: La estratagema del rey inglés para burlar las defensas francesas que tenían sitiado a su ejército. Esos 5-10 minutos realmente transmiten una sensación de épica, amén de que Michael Caton-Jones consigue aprovechar la ambientación nocturna para que la serie al fin transmita cierta sensación de poderío visual. Esto hacía bastante más permisible todo lo anterior, donde se abusaban de los tópicos – sus consejeros aconsejándole rendirse y él dejándose llevar por una charla con Caris- y la mediocridad seguía campando a sus anchas.
Fuertes debilidades
La aparición de la lepra peste no podía ser más gratuita al trasladarnos a otra ciudad para introducirla en ‘Un Mundo sin Fin’, donde sirve para provocar la muerte del personaje de Miranda Richardson cuando al fin estaba cogiendo algo de interés y poco más. Bueno, sí que hay más muertes (el párroco malvado actuando pérfidamente pero sin credibilidad alguna), traiciones y verdades que salen a la luz (la identidad del padre de uno de los hijos de Petranilla), pero su ejecución resulta torpe para un espectador que lo único que desea en esos momentos es que la tortura acabe cuanto antes.
Otro de los puntos más problemáticos de la serie ha sido la forma de trasladar al espectador los saltos temporales, ya que uno sólo se enteraba de forma directa, es decir, a través de diálogos de los personajes para decirnos el tiempo que había pasado. No es éste el único problema en este apartado, ya que tampoco se notan grandes cambios en el físico de los personajes que nos puedan servir como pista al respecto. No es que haya una gran evolución en los protagonistas de la serie, pero esta torpeza narrativa es otro lastre para ‘Un mundo sin fin’
El gran descubrimiento de que Ben Chaplin es el rey al que todos daban por muerto – la escena capítulos antes en la que su hijo mira hacia él para desaparecer al segundo apenas nos incitaba a pensar en ello- es el punto en el que ‘Un mundo sin fin’ termina de irse a la porra, ya que es el recurso cutre para que el relato vuelva a centrarse en Kingsbridge, donde confluye el destino de todos los protagonistas.
Un final desastroso
Era de esperar que ‘Un mundo sin fin’ echara el resto en ‘Jaque Mate’ (1×08), ya que era el momento de poner todas las cartas sobre la mesa, tanto en el despliegue de medios como en el futuro de los personajes. Ya me temía que tras tantos malos momentos, el bien iba a triunfar, los pajarillos iban a cantar y las perdices a ser masacradas para que todos pudieran alimentarse de ellas, pero al menos tenía la esperanza de que la épica vista en ‘Peón’ iba a reaparecer de forma aumentada, pero no fue el caso.
El asedio a la ciudad y la defensa de la misma por parte de sus habitantes resultó ser de lo más monótona, pero lo peor viene a continuación, ya que la batalla campal dentro de Kingsbridge no podía resultar menos emocionante, algo particularmente grave cuando el que esto escribe tiene una reconocida debilidad por los combates con espada. Son tres grandes frentes: Thomas Langley contra el Rey Edward III, Ralph sembrando el caos y, de paso, queriendo acabar con su hermano y la batalla en sí misma.
La lucha entre reyes no podría resultar más absurda por su exceso de solemnidad cuando Langley propone a su hijo sacrificar su vida si a cambio él cesa las hostilidades contra el pueblo que lo había acogido. Un supuesto gran momento dramático que no sólo carece de fuerza, sino que evidencia la mediocridad dominante en toda la serie. Al nivel está la azarosa muerte de Ralph, una forma bastante pobre de librarse de él. Por su parte, la batalla, algo tosca por una evidente falta de medios, queda en segundo plano hasta que el Rey ordena su detención. Todo se precipita a partir de ahí, pero uno ya ha desconectado por completo de una secuela insultante para la notable ‘Los Pilares de la Tierra’.