Quién nos lo iba a decir: 'The Walking Dead' ha terminado (un poco de aquella manera, con todo lo que hay planificado, pero… ya sabes). Hace un par de años teníamos tres cosas seguras: la muerte, los impuestos y una nueva temporada de la serie estrella de AMC con permiso de 'Breaking Bad'.
Ahora tenemos un agradecido silencio, aunque los que nos hemos tragado la serie, entera o a cachitos, sabemos que un muerto viviente puede aparecer en cualquier momento y contra toda lógica. Por eso, ¿por qué no echar la vista atrás?, ¿por qué no hacer un marquito con los índices y pulgares de las manos y atrevernos a mirar el cuadro?
En efecto, toca hacer la madre de todas las comparaciones, al menos hasta que alguien me presione para hablar de las diferencias entre el UCM o el DCEU y sus orígenes en cómic: ¿qué aciertos tuvo la serie de televisión, qué no supo ver y que hizo igual de mal, pero distinto? Mucho que morder ahí, ¿te atreves, a pesar de los SPOILERS?
La invasión que fue y la que nunca sucedió
El zombi es el monstruo más famoso de la cultura popular de los últimos cincuenta años. Con sus más y sus menos, ha mantenido una presencia más o menos constante y disfrutado de varias explosiones de popularidad, al menos hasta que el clima político, social y cultura le ha resucitado otra, y otra, y otra vez.
No es extraño que el guionista Robert Kirkman y el dibujante Tony Moore tuvieran ganas de trabajar con ello en un cómic. Su primera idea, por tanto, es la propia y típica de todo fan: una continuación de la película seminal de George A. Romero, 'La noche de los muertos vivientes', ambientada igual a finales de los sesenta. Jim Valentino, editor de Image (la principal editorial independiente norteamericana), les da calabazas a ésa y a una actualización del concepto y la ambientación.
Solo cuando Kirkman promete que todo será culpa de los alienígenas, que quieren facilitar su invasión enviándonos a la Edad de la Carroña (definición de un servidor a la era posterior a una pandemia zombi), le dan el OK. La gracia es que Kirkman miente: solo quiere escribir sobre zombis y se tirará un tiempo temiendo que le pidan introducir marcianetes.
Kirkman se lamenta de que su escena inicial, con Rick levantándose en un hospital caótico, se parece demasiado a la de '28 días después'. El cómic salió en octubre de 2003, mientras que la película se estrenó en Estados Unidos en junio de ese año, pero no se trata más que de una coincidencia a partir de la cual cada uno desarrolla su historia, y una deuda a la novela 'El día de los trífidos', de John Wyndham.
Lo que sí es cierto es que es cuando resurge el género zombi, de ahí que Kirkman y Moore mostraran un olfato envidiable o, más bien, que sus gustos se vieron recompensados por una nueva ola de interés por parte del público.
Tony Moore duró 6 números, aunque estuvo haciendo algunas portadas más, y le sucedió Charlie Adlard, un veterano curtido en ‘2000 AD’, mítica cabecera inglesa donde nació el Juez Dredd, y que ya demostró un gusto por la casquería y lo extraño en cómics de 'Mars Attacks' (nada ver con lo de Tim Burton más que en el diseño marciano) o 'Expediente X'.
El resultado es uno de los cómics independientes más vendidos de la historia de los Estados Unidos y una de las franquicias más lucrativas surgida de las viñetas y que no depende de los superhéroes.
Una serie de polémicas
Con una popularidad bien merecida en el mundo del cómic, en 2010, la AMC encarga la adaptación para televisión a Frank Darabont y Gale Ann Hurd. El primero es el cineasta de la película que más gusta a todo el mundo sin ser necesariamente su favorita, 'Cadena perpetua', y la segunda es una de las mejores productoras de Hollywood y quien convirtió a James Cameron en el mastodonte fílmico que es.
La primera temporada, de seis episodios, es un éxito, por lo que AMC hace lo más ilógico: recorta a la mitad el presupuesto y sugiere que no hace falta que aparezcan tanto los zombis. Frank Darabont se marcha porque así no se puede pagar un sueldo digno al equipo y por diferencias creativas, y a día de hoy sigue de pleitos. El tema le escuece tanto, junto a otros proyectos que no consigue levantar, que hasta se retira de la dirección.
Respecto a los zombis, y viendo el resultado de las siguientes temporadas, casi que AMC tenía razón, dado que desde hace (por lo menos) seis temporadas son una especie de chiste recurrente: bosques vacíos y silenciosos hasta que, de repente, un zombi ninja surge, ataca y se trae una docena más.
En los 12 años que ha estado en antena, la serie ha ido perdiendo telespectadores y ha tenido varios baches en la producción, con un total de cuatro showrunners y un buen puñado de decisiones creativas cuestionables. Pero también ha mantenido popularidad, ha inspirado varios juegos y ha originado otras 6 series.
La historia de un mito
La diferencia más reseñable del cómic de 'The Walking Dead' es que, aunque de vez en cuando se estanque la historia, tiene un propósito general y una dirección. Durante años, Robert Kirkman se esforzó por recalcar que cualquiera podía morir, pero todos sabíamos, ya a la altura del número 100 y después de algunas salidas rocambolescas, que Rick Grimes era el protagonista absoluto y no moriría nunca.
Y aunque 92 números después Rick se va al cortijo de los callaos, es su deceso lo que lleva a Kirkman a ponerle el colofón a la serie. Porque siempre se trató de él.
‘The Walking Dead’ cuenta la historia de Rick Grimes, un hombre que despertó en medio del caos zombi y que por culpa de varios sucesos, algunos de ellos muy trágicos, acabó convirtiéndose en el líder e inspiración de una nueva civilización igualitaria que ha aprendido a convivir con los muertos.
También trata de cómo Rick aprende a rodearse de gente fiable, dispuesta a crear una comunidad. De cómo buscó un hogar y, más tarde, tuvo que defenderlo de otras comunidades con sistemas mucho más injustos: distintos tipos de dictaduras que van desde un estado policial o militar, a comunidades basadas en el culto a un líder, cada una con sus peculiaridades, como esos Susurradores que viven al raso y caminando entre zombis.
Durante los siete primeros tomos, estamos más o menos una versión con zombis de 'La colina de Watership', la historia de unos conejos que huyen de una madriguera condenada y descubren lo difícil que es sobrevivir. Incluso hallan un nuevo hogar dominado por un tirano amenazante.
Al final, se demuestra que la visión de Rick es la correcta o, por lo menos, la que menos dolor causa a sus habitantes y la que más logros persigue en pos de reconstruir algo parecido al mundo que se quedó atrás. No sin cierto cinismo, pues Maggie Greene repite ciertos esquemas de Pamela Milton en su forma de llevar la Mancomunidad.
Como pollo sin cabeza
La serie, sin embargo, toma un camino distinto. Aunque Andrew Lincoln, el Rick de imagen real, es el líder indiscutible dentro y fuera de la serie, muchas veces el eje dramático se sale de él para darle más entidad al riquísimo plantel de coprotagonistas y secundarios. Después de todo, hubiera sido un crimen desperdiciar a algunos de los actores que aportaron su granito de arena.
Si en el cómic, en especial en su parte central, sufría de algunas tramas estiradas y circunloquios para contener cada arco argumental en un tomo de seis números, ideal para vender dos veces al año, en la serie este relleno es atroz o, peor aún, aburrido, con tal de llegar a los cincuenta minutos por episodio y en temporadas estiradas como el látex de esa piel que rompen los zombis en sus comilonas seriéfilas.
La marcha de Andrew Lincoln para estar con su familia (y con la promesa de volver en tres películas, que son ahora una miniserie con Michonne) puso el clavo definitivo al rumbo de la serie, que a pesar de tener el cómic terminado y con su intención bien clara en la estantería, prefirió disparar a todas partes a la vez.
¿Es la Mancomunidad un sistema fallido o solo está pervertido por una adicta al poder? Sí, Eugene, Max, Ezekiel, Yumiko o Connie desvelan algunos de sus engranajes, pero tienen que ver con la forma de gobernar, no tanto con el gobierno en sí. ¿Por qué tanto miedo a cocer a fuego lento una rebelión, como hizo el cómic, y mostrar en su lugar una lucha intestina y el enroque errático de su lideresa?
La respuesta es que los temas verdaderamente políticos no interesan tanto a sus guionistas, que ven más al resto de comunidades gobernadas villanos de opereta: en esta temporada 11 hemos tenido a un militar religioso, un religioso y a la burócrata autócrata. No hay enfrentamiento de ideas, sino proclamas aisladas y mucho enfrentamiento físico.
Quizá les daba miedo mostrar tan clara la conclusión del cómic: que ante el desastre, es más fuerte y benigna una comunidad unida y formada por gente al mismo nivel, que un sistema desigual con jerarquías inamovibles.
Una de cal y otra de Negan
En el cómic, está muy clara la idea de Rick de que la sociedad no solo debe cuidar a los suyos, sino también rehabilitarlos cuando se vuelven ingobernables. Es fruto de la experiencia, de tratar con auténticos despojos y lamentar todas y cada una de las muertes. Y la personificación de ello es Negan, cuyo arco… funciona en teoría, pero no tanto en la práctica.
Porque, en el cómic, Negan se rehabilita después de pasarse años encerrado bajo la mirada de Rick, pero sigue hablando, pensando y comportándose como una caricatura violenta y cómicamente malhablada, como si hubiera pasado del mundo de los dibus al real.
En la serie, Jeffrey Dean Morgan lo da todo como Negan. Primero, como villano: en su primer episodio es una amenaza palpable, inédita y dirías que imposible de neutralizar. La dirección del capítulo y la actuación añaden incluso un componente psicosexual, con ese bate siempre sujeto a la altura de la cadera y hacia arriba, como si fuera un erección.
Y, más tarde, cimentan su camino a la redención cuando el sacrificio de Carl durante la guerra entre el grupo de Rick y sus Salvadores le llega al corazón. Negan da por terminada la guerra en la serie por una cuestión emocional; en el cómic, es una cuestión racional, al darse cuenta de que la vida que propone Rick ES el mejor futuro que puede esperarles.
Volviendo a la serie, tras el salto temporal, Morgan refleja todos los años de encierro y remordimientos y, aunque saca de vez en cuando cierta chulería, termina compungido, ansioso por redimirse y por construir junto a los demás.
Tiran del manido recurso de darle esposa y un bebé en camino para subrayar lo mucho que ha cambiado. En el antepenúltimo episodio de la serie, resume su sentir en una conversación con Ezekiel (Khary Payton): nunca olvidará lo que hizo. De ahí la conversación a corazón abierto con Maggie (Lauren Cohan).
Por todo esto, reitero que el problema es que el arco de redención funciona mejor en teoría que en cualquiera de las dos prácticas. En el cómic, la redención es profunda, pero parece superficial; en la serie, parece profunda (de nuevo, gracias al impresionante trabajo de Morgan), pero está construida de forma algo torpe.
Uno de los otros o uno de los demás
Pero no solo de Negan vive el fan de ‘The Walking Dead’. La serie ha aprovechado el material de partida para crear, pero también para explorar las posibilidades y alternativas que no se dieron en viñetas.
Hay personajes con la personalidad muy cambiada, como esa Carol (Melissa McBride) que nunca pasó de mujer maltratada en papel y que, en la serie, devino en una Terminator y una loba cada vez más a gusto con su piel de cordero. O Daryl (Norman Reedus), totalmente exclusivo de la serie y que funciona algo así como una especie de Lobezno casto: es el mejor en lo que hace, pero lo que hace no es bonito.
También hay muertes que cambian por completo, como Lori, la esposa de Rick. En la obra de Kirkman, es disparada por el Gobernador y su cadáver asfixia al bebé de ambos, Judith. En la serie de AMC, Lori muere en el parto y Judith toma el manto de Carl como el personaje “Oh Dios mío, no puedo creer que un menor de edad maneje un arma”. O que se intercambian: la muerte de Denise en la serie es la que tuvo en el cómic Abraham, con una flecha en el ojo, pero es que en la serie Abraham no sobrevive al primer encuentro con Negan.
En general, la obra audiovisual toma los puntos de partida del cómic y, a partir de ahí, desarrolla como puede en base a la disponibilidad de los actores, las tramas que se han tenido que sacar para estirar el chicle y el impacto que va a generar subvertir las expectativas del lector metido a espectador.
El resultado es una narrativa menos uniforme y demasiado irregular, presta a altibajos y a cambios de última hora porque, digamos, a tu actriz la han seleccionado para protagonizar Star Trek.
Ética y estética
Robert Kirkman no es muy amigo de los flashbacks, pero vaya si no es el perejil en el guiso de todos y cada uno de los showrunners que han pasado por la serie. El cómic avanza y avanza, porque la propia idea inicial era “¿qué pasa con los protas después de terminar una peli de zombis?” y, cuando mira hacia atrás, lo ha hecho sobre todo en aventuras especiales publicadas en Playboy, por ejemplo.
La serie, pese a las quejas, siempre ha gustado de tirar del pasado para rellenar metraje, tenga esto sentido o contribuya al ritmo de la narración. Ojalá hubiera hecho un uso tan inteligente de los flashbacks como hizo 'Perdidos', esto es, para seguir construyendo hacia delante, pero me atrevería a decir que la mitad de las veces solo eran un subrayado algo chusco y una forma de perder tiempo.
En lo que sí fue superior la serie, al menos entre las temporadas 3 y 7, más o menos, fue en el atrevimiento formal, con juegos audiovisuales tales como filtros, manipulación del número de fotogramas, saturación de imagen o un uso creativo del sonido.
Un arrojo que se diluye con los años, hasta quedarnos en el eterno sota, caballo y rey donde el único truco es manipular la línea de tiempo de la historia, y en el que los zombis aparecen de la nada para dar mordiente al capítulo. En comparación, el dibujo de Adlard es muy estable, con esquemas rígidos de páginas y viñetas, y a la larga, predecible, si bien narra situaciones mucho más crudas y explícitas.
Por último, uno de esos errores que podrían haber condenado a la serie antes de tiempo: el empeño por dar una explicación a la epidemia en el último episodio de la primera temporada. Es un cliché, pero en las obras sobre zombis funciona mejor cuando no se sabe a ciencia cierta el origen de la plaga, lo que añade desasosiego a la amenaza constante de masas de caníbales sin cerebro. Una suerte que no se incidiera en el tema.
El cómic al bollo y la serie al hoyo
La conclusión a la sempiterna pregunta de cuál de las dos es mejor no puede quedar más clara. Pese a los evidentes aciertos de la serie de televisión, que los tiene, y de unos cuantos puntos en los que consigue ser superior al cómic que adapta, el cómputo general le es desfavorable.
El cómic de Robert Kirkman, Tony Moore y Charles Adlard es un clásico moderno pese a los evidentes, y lógicos, estancamientos de una serie de 193 números. Vale igual como puerta de entrada al género zombi, que como homenaje que solo los más entendidos disfrutarán al máximo, y narra situaciones que nunca creímos que podrían darse en este tipo de historias, llevando otros géneros al mundo de los podridos.
También es una reformulación del mito fundacional norteamericano, el de los colonos enfrentándose a un entorno hostil y a forajidos y caciques, con tal de formar y acrecentar su pequeño poblado. ¡En el último número están reconstruyendo el ferrocarril, para que capten el símil hasta los del fondo de la clase!
La serie de televisión, con sus 177 capítulos, es un entretenimiento enloquecido y errático por la sombra del cómic, las circunstancias habituales de una producción audiovisual (como que los niños te crezcan), sus ganas de llamar la atención y su intención, de vez en cuando, de contar una historia, aunque no tenga muy claro sobre qué trata.
Y si no te convencen estos argumentos, aquí va otro: leerte toda la serie de cómic te llevará, aproximadamente, entre 16 y 20 horas. Verte la serie, casi 130 horas, y en líneas generales, el cómic maneja mejor los distintos arcos argumentales, a gran parte de los personajes y las ideas principales.
Si has disfrutado de ambas versiones, ¿estás de acuerdo? Y si no, ¿a qué preferirías hincarle el diente ahora que sabes en qué se diferencian?
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