Todos los finales de mitad de temporada de ‘The Walking Dead’ han ido significando para sus creadores una especie de minicierre de ciclo, con una vocación de clímax que en alguna ocasión ha sido más potente que los propios finales de temporada. El ejemplo más elocuente fue el que cerraba la primera mitad de la sexta temporada, un ejemplar compendio de batallas en distintos frentes que supuso un punto de no retorno para una serie que nunca ha llegado a superarlo.
Si hay algo por lo que destaca este tabique entre mitades, es que las acciones que hemos visto estas semanas, y en el propio episodio, tienen un peso real, consecuencias reales y una cierta sensación de cierre. Aunque no acaba de sentirse completo, naturalmente, puesto que nos vamos a las Navidades en medio del conflicto y hay muchos elementos y arcos que aún persisten deshilachados para componerse del todo en la mitad posterior de la temporada.
Ataque a cuatro bandas
La estructura de esta temporada hasta ahora ha sido algo irregular pero con un saldo positivo en relación con la anterior. Este episodio en particular deja en evidencia algunos problemas tanto de puesta en escena como de ritmo. La mayor parte sucede de noche, por primera vez en la temporada con algunas tramas paralelas que dejan algunas dudas de su distribución temporal, hasta el punto de que no parecen del todo sincronizadas.
Todo el episodio nos lleva los distintos frentes en los que la venganza de los salvadores se va desarrollando. Hay algo en lo que hay que aplaudir a los guionistas de esta temporada y es su capacidad de pasar y saltar de un hecho a otro sin contarnos todo el viaje a modo de peregrinación interminable. Los movimientos tácticos se muestran cuando ya se están llevando a cabo y se atan cabos después. Así desde el final del capítulo 7 a este hay una elipsis muy eficiente.
Siguiendo también la tradición, cada línea abierta está editada ofreciendo los avances en pequeños fragmentos. Tres minutos Maggie y otro poquito en el Reino y luego unos minutos con Carl y el santuario. Cualquier impulso en cada frente sufre un coitus interruptus en el que no hay una escena desarrollada en su totalidad. Sigue habiendo inconsistencias como el tibio mea culpa de Daryl y Tara por su culpabilidad implícita en la situación a la que han llegado y la reacción de Rosita y Michonne al comprobarlo.
El largo adiós
Habiendo dicho todo eso, cuando el episodio decide avanzar, el ritmo es trepidante y la duración extra de sesenta minutos no se hace un problema. Llegamos al clímax final con un enfrentamiento largamente esperado, que es corto pero intenso. Sobre los anuncios de qué personaje importante va a tener un destino aciago o no, no añadiremos más que estaba un poco cantado y que, por otra parte, es probable que muchos aficionados no estén precisamente afectados por el suceso.
Lo cierto es que el momento clave del destino de ese personaje es un acto de valentía que tiene un efecto crucial para la supervivencia de muchos otros supervivientes, sobre todo por su efecto en las posibles ramificaciones para el devenir de los siguientes episodios. El ataque de los salvadores, por otra parte, deja unas cuantas estampas con un efecto visual bastante plástico, con esas casas explotando y desmoronándose en un conjunto de chispas en la noche oscura.
El asalto entre humo y fuegos de un flanco deja en segundo plano el resurgir de Ezekiel como figura útil para su reino, pero no decepciona en su aparición. Quedan flecos como el remordimiento de Eugene, el estado de Gabriel y, sobre todo, la situación de los chatarreros en el tablero de ajedrez, algo que se ha obviado por completo. Por otra parte, la posición de Dwight se resuelve en una de las mejores escenas del conjunto. En definitiva una entrega satisfactoria y emocionalmente en su sitio que nos deja esperando más guerra en febrero.
Ver 14 comentarios