La división de opiniones sobre la nueva temporada de ‘The Walking Dead’ me crea cierta curiosidad. La serie ha ido perdiendo enteros y recuperándolos temporada a temporada, y su planteamiento es el que es, por lo que se puede entender cierta fatiga, o incluso deserciones, pero la octava temporada lleva tres semanas en antena y en ninguno de los tres episodios ha mostrado un ápice de repliege ante su apuesta.
Como he comentado en anteriores posts, el presente de la serie se ha mostrado desde un principio muy decidido a ofrecer espectáculo, con los diálogos reflexivos y solemnes reducidos al mínimo para dejar paso a una narrativa ágil y centrada en la sucesión de eventos que mueven cada capítulo sin remisión. Y el tercer episodio no va a la zaga. Sin ser tan constante como el binomio de inicio, no cede en el ritmo, ni da un respiro a sus personajes.
El regreso de Morales
Es un episodio claramente decidido a servir de transición con los verdaderos motivos que va a explorar la temporada. Se muestran las secuelas de los ataques y avances con un repliegue de las fuerzas de Rick, el traslado de prisioneros a la cumbre y la resolución de ciertos nudos del anterior episodio. Sí, entre ellos el comentado cameo de Morales de la primera temporada, cuya funcionalidad en la octava no es la que muchos esperaban, resolviéndose su aparición en un verbo.
Aunque para muchos no tenga ningún sentido, y haya sido una llamada inútil al pasado, su aparición tiene mucho sentido en cuanto a que sirve para dos cosas principalmente. Por una parte es un espejo para el propio Rick, cuando su conversación con él le lleva a una epifanía, un despertar que le hace recordar que sus enemigos también son hombres que, como él, han llegado al mismo punto pero en distintos bandos. Un concepto que ya ha sido picoteado en la serie anteriormente.
La diferencia es que aquí, además, se pone en contrapunto con la reacción de Daryl, con la actitud que ha ido tomando el grupo, la deshumanización progresiva tras los ataques de Negan y el peligro que ha supuesto en muchas ocasiones fiarse de alguien o dejar enemigos con vida. Por ello, el “momento Morales” no es una llamada en balde al pasado, es un catalizador para lo que tiene pinta de ser el principal conflicto de la temporada: la división dentro del grupo.
La fractura
Son demasiados toques en la misma dirección en este y anteriores episodios. Si el primero episodio se llamaba ‘Misericordia’ era porque quizá servía como contenedor del resto de episodios. El antiguo líder de la cumbre, tras traicionarles, implora misericordia a Maggie cuando regresa al campamento, Jesus y Morgan tienen una pelea tremenda por matar o no a prisioneros que se escapan y Rick observa como Daryl mata a sangre fría a los salvadores, incluso los que están indefensos.
La capacidad de piedad de unos y otros se avecina como un punto de ruptura a nivel interno, con un binomio cristalino de quienes estarán de una parte y de otra. Por lo demás, en el episodio hay ataques zombies y un banquete de estos que recuerda mucho a los de las películas del creador de todo esto. Nicotero sigue con el ojo puesto en el cine de Romero. La trama del equipo del reino tiene un cliffhanger súbito que no deja respiro en otro episodio en el que los personajes apenas tienen un respiro.
Se nota, eso sí, que la dirección del episodio ha dejado de lado la elegancia que se dejaba ver en algunos momentos de los dos primeros episodios. De hecho hay secuencias en las que el montaje es confuso y los encuadres de la escena de lucha entre Morgan y Jesus denotan una vuelta al descuido formal. Respecto a las tramas ausentes, va siendo hora de recordarnos dónde está Negan y qué ha pasado con personajes como Carl durante este tiempo.
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