Acabo de ver la tercera temporada de The Office, la americana, y me ha producido un efecto cada vez más extraño de sentir cuando vemos una ficción. Es esa sensación de que todo ha sido perfecto, de que está todo extraordinariamente medido y de que ha sido un placer poder disfrutar de una serie de una calidad tan abrumadora.
Hay varias cosas que me emocionan y que van más allá de la evidente maestría del guión. La serie se alimenta a sí misma. Bromas de la primera temporada aparecen cuando menos te lo esperas. Los personajes han evolucionado con la serie, a pesar de que a la comedia de veinte minutos se le supone personajes planos y simples. La interacción con la cámara ha ido creciendo y, de sentirse intimidados por ella, los personajes han empezado a compenetrarse con la dinámica y a utilizar la grabación como un personaje y un escenario más.
Steve Carell se ha apropiado de un personaje y lo ha convertido en persona. Tiene tantos matices, tantas grietas y tanto carisma que, a pesar de tener características básicas que podrían hacer de él un tipo odioso, consigue que le queramos y le comprendamos en sus debilidades. El resto de historias pueden interesar a todo tipo de espectadores, desde la típica trama romántica al humor más grosero y zafio. Pese a la enorme variedad, todos encajan. Los conflictos nunca terminan de resolverse y aunque acabe llegándose a un acuerdo entre los personajes, de forma latente siempre están presentes determinados temas de alcance universal, como la homofobia, por ejemplo.
La realización de la serie, el mockumentary, explota todas sus posibilidades y recursos en apenas cada capítulo: la cámara oculta, la entrevista, las panorámicas..., con cada elemento se construyen las historias de manera que el espectador, más allá de ser partícipe, es cómplice, víctima y verdugo de una realidad que nadie quisiera para sí.
La serie ha introducido con naturalidad elementos muy actuales, como los blogs, YouTube o referencias frikis de cine o televisión. Es refrescante ver que a las nuevas tecnologías se les da un tratamiento realista que nada tiene que ver con las parodias del tema que aparecen en otras ficciones. Me encanta que todas las fotos que aparecen en la serie sean trucajes descarados.
Por último, el concepto de serie es totalmente audaz. Han conseguido hacer evolucionar las historias pese a tener un escenario reducido y las idas y venidas del personal se han superado gracias a recursos que, por ser sencillos, son agradecidos. El tratamiento de la línea temporal es impecable. La construcción de los gags según la teoría de la comedia permite un montaje ágil y una edición nada aburrida. Los ganchos están extraordinariamente medidos. Sin ir más lejos, la tercera temporada acaba con la primera parte de un capítulo doble. Como concepto televisivo, lo celebro; pero como espectadora me saca de quicio.
En ¡Vaya Tele! | ¿Un spin-off de The Office?, Diccionario teléfilo: Mockumentary