Son muchos años ya. Años de infiltrarse entre negros drogatas y sus torres, de viajar al pasado mientras suena 'The Jean Genie' para que la baile un policía de la vieja escuela y de subirse a un coche mientras la muerte queda atrás. Demasiados años de policías estereotipados, escogiendo su rol de hombre guapo y listo, de tipo duro pero cariñoso, de mujeres con carácter y de princesas en apuros. El crimen puede resolverse en dos suspiros o en planos de gafas con verónica incluida por Horatio Caine o bien estirarse hasta descubrir que una vez resuelto Sarah Linden no tendría nada que hacer con su vida. Otros dedicaron seis temporadas a perseguir a una versión morbosa del smiley del ácido. Patrick Jane estaba ante su venganza en 'El Mentalista', una venganza con harakiri incluido.
John el rojo no debe existir
La entelequia existe para ser cuidada y adorada. 'El Mentalista' se fue construyendo de la nada con el refrito de una nueva serie con la que pasar el rato y buscar de nuevo la tensión sexual no resuelta entre dos buenos personajes como son el de Patrick Jane (interpretado por Simon Baker) y el de Teresa Lisbon (por Robin Tunney). Ni siquiera estábamos ante un policía de carrera sino ante una sonrisa y tupé perfectos con el que sentirse vinculados en la búsqueda del asesino de su mujer e hija. Mentalista, medium y otras tantas profesiones basadas en las ilusiones y miedos. Todo a las órdenes de un cuerpo de policía especial.
Durante seis años 'El Mentalista' ha ido creciendo, con sus consiguientes renovaciones donde había que estirar la trama vertebradora de más de cinco años ya, con seis temporadas y más de 120 episodios. Capítulos sueltos en los que Simon Baker se dedicaba más a la magia que a resolver los crímenes. El gancho era encontrar el giro y el truco con el que nos sorprenderían en ese momento. No había más. La profundidad de la serie no apareció nunca, menos en una hierática Grace Van Pelt (interpretada por Amanda Righetti) y por el habitual bufón en manos de Owain Yeoman (el personaje Wayne Rigsby), contrapunto del hombre de hielo Kimball Cho (por Tim Kang). Juntos hacían un escuadrón donde los roles estaban bien replicados para la sobremesa de cualquier cena.
Esos episodios transitorios eran paja. La trama de John el Rojo era el origen de la serie. Cuando llegaba el tedio reaparecía, mataba y vuelta a empezar. En la sexta temporada tocaba el golpe final, el chicle de cinco céntimos estaba demasiado mascado como para seguir con sabor. Era hora de amputar. Todos los esfuerzos han ido destinados a tal tarea, obviando el resto, dejando los casos de mala muerte en un segundo o inexistente plano. A priori, en 13 ó 14 episodios que se habían confirmado estaría todo resulto. El nombre del octavo era clave: "Red John".
El ladrillo que llegará a tu casa
Puestos a despedirse había que hacerlo a lo grande. Las primeras cinco temporadas no tienen nada que ver con la sexta. En esta última la intriga policiaca, el suspense y la incertidumbre de qué va a pasar estaba logrado a la perfección. Hasta el episodio ocho el ascenso era irreconocible para una serie del montón. Los trucos eficaces en el guión, dar al espectador una pequeña información buscando una mayor implicación pero escondiéndole la importante, el modo omnisciente perfecto para las teorias conspirativas.
Los fuegos fatuos de la trama de John el Rojo necesitaban otra que tomase el relevo. Las sociedades secretas siempre son un arma que funciona solo. Más aún con la policía de por medio. Tres puntos al hombro, este tapado, un código secreto que repetían los muertos ("Tiger, tiger") y una lista de candidatos a ser el asesino como recursos. Al final Red John estaba dentro de la madriguera pero en ningún caso era el propio Patrick Jane o su compañera Lisbon, ahí habríamos recordado el sueño de Resines.
Los sospechosos iban cayendo supuestamente. Unos asesinados otros eliminados por un miedo a las alturas oculto. El cerco llegaba a una casa, una bomba y más trucos de magia donde unos pocos salían vivos. El jefe como culpable principal, huyendo cual paria en su cubículo en la oficina. En el camino un mayor reguero de sangre que podía presagiar el final a la desesperada. En medio aparecen los "polis buenos" del FBI y aparentan dificultar más la trama para evitar que Patrick Jane cumpla su objetivo. Seis temporadas después esto era inútil.
La épica tiene en las iglesias un mejor eco. Iglesias y cementerios, enclaves idóneos para finales de urgencia sin lograr dar en el centro de la diana pero buscándolo. Fuego amigo entrecruzado, el pacto de caballeros roto entre asesino y perseguidor y de repente el final sobre la hierba exhalando el último suspiro. La partida de ajedrez imaginaria acaba convertida en el Pet Society.
Bruno Heller volvía a coger el mando del guión para rematar a su niño mimado y lo enviaba al agua sin previo aviso. Mucha pirueta en el aíre para al final acabar con una mujer desconocida y herida saliendo de plano con su capa típica, John el Rojo descubierto y perseguido como un niño va detrás del camión de los helados en verano, con posteriores episodios en los que su querido paraíso nos garantizaba que lo bueno había sido un espejismo. La entelequia se mantiene en la mente de cada uno. Cuando se persigue un objetivo tan estirado al final el resultado llega a decepcionar. John el Rojo no era más que un cuarto rey mago. Una vez que tu mejor amigo te los desinfla la solución está clara: el próximo ladrillo de la calle va directo a su cabeza. En este caso Bruno Heller ya tiene uno enviado por UPS con besitos y una trama secreta policial que va a estirar en busca de otro John el Rojo.
En ¡Vaya Tele! | "'El Mentalista': Esto debería acabarse aquí y así":https://www.espinof.com/ficcion-internacional/el-mentalista-esto-deberia-acabarse-aqui-y-asi
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