Los capítulos pasan volando cuando disfrutas cada segundo, y ya hemos llegado al ecuador de la segunda temporada de ‘The Leftovers’, una de las ficciones más estimulantes de la actualidad. La Ascensión o Sudden Departure dejó a la humanidad sumida en tristeza, culpa, frustración, locura y soledad. La sacudida de la pérdida fue magnificada por la infructuosa búsqueda de respuestas; de motivos. Mapleton fue nuestra ventana a ese universo, un pequeño microcosmos que mostraba un abanico de reacciones a esa desaparición de los seres queridos.
Ahora ese ecosistema de dolor y locura se ha abierto a la esperanza con Jarden, un pueblo reconvertido en Miracle, una reserva natural donde nadie fue víctima de la desaparición masiva. Un edén al que muchos llegan con la creencia de que es un lugar seguro. Aunque ‘The Leftovers’ sigue mostrándonos este mundo desgraciado a través de los ojos de unos pocos personajes, ésta ampliación del universo nos ha permitido percibir más detalles que dicen mucho sobre la situación global.
Ya desde los nuevos títulos de crédito se percibe la intención de dar más dimensión al conflicto. Sólo hay que ver ese campamento a las puertas de Europa Jarden de gente sufriendo desesperada por pisar su suelo seguro, las hordas de visitantes que recorren miles de kilómetros por beber su agua o la reacción de un funcionario de adopciones cuando Kevin y Nora van a solicitar quedarse el bebé; sólo faltaba un cartel de 2x1 en la puerta.
Miracle se presenta como punto geográfico de la salvación que se ha convertido en una mezcla desgraciadamente verosímil de zona protegida y centro comercial. Arrancar la historia en Jarden y a través de los ojos de los Murphy ha sido una gran decisión. Es una familia que atrae inmediatamente; John es enigmático y con un punto oscuro, a lo que más adelante se añadirá su encarcelamiento por intento de asesinato, sobre todo porque es patente que las razones de aquello siguen atormentándole.
Este magnético personaje es el epicentro de este nuevo núcleo, y está muy bien acompañado de una mujer cómplice, una adolescente refrescantemente particular y ese hijo devoto, que inmediatamente interesan. A través de todos ellos se nos presenta un pueblo aparentemente idílico y convencido de su naturaleza especial que no puede ocultar un aura siniestra de secretos, de peligro latente imposible de ignorar.
Ese giro tan ‘Fahrenheit 491’ de John es sólo la primera señal de que algo huele a podrido en Miracle. Es una sensación agorera que va más allá de ese catártico terremoto, que nos conduce directamente a esos primeros minutos de la temporada; ese prólogo prehistórico de aires bíblicos que funciona como tragedia profética y nos lleva al título del capítulo, a ese ombligo del mundo; a una cuestión de geografía.
Eso aprende Nora cuando el MIT le ofrece una millonada por su casa. Es muy humano buscar explicación para todo, y la ciencia, huyendo de otras concepciones más espirituales e incluso fatalistas (como la de los Culpables Remanentes) está considerando la posibilidad de que la localización tuvo algo que ver con La Ascensión.
La historia rebobina y nos lleva de nuevo a Mapleton, a la resaca tras lo que provocaron los Culpables Remanentes con su cruel plan. Kevin, Nora y Jill intentan dar un sentido a situación tras aquello, y se ven abatidos por una sorprendente brisa de optimismo infundado, ¿o soy yo la única que pensó «nadie está bien» cuando repiten veinte veces It’s OK? Quiero decir, ¿de verdad nadie va a preguntarle nada a Nora sobre el asunto de las prostitutas?
El camino hasta que atraviesan las puertas de su recién comprada vieja casa en Jarden es lo que nos abre los ojos a las consecuencias que ha tenido que nadie ascendiese en ese lugar. Esa caótica frontera, que me hizo recordar las estaciones Dharma, pone en jaque a los Garvey, que finalmente acaban convirtiéndose en los vecinos de los Murphy.
Ya con eso de que su casa ha sido víctima de un incendio la narración empieza a apuntar unas líneas argumentales interconectadas, pero es sobre todo cuando ambas familias se conocen cuando esa frase de Fantasma Patty cobra más sentido. Ya no es una cuestión de quién es el centro de la historia, sino de quién tiene el control. Porque una cosa es ser sonámbulo y otra acabar en una poza vacía con un bloque de cemento atado al tobillo. It’s OK.
Kevin piensa que se ha quitado un peso de encima confesando lo que sucedió con Patty, pero ésta le persigue sin importar los decibelios que emitan sus auriculares. Decía que ese terremoto era catártico. Lo es para todos. Primero para Kevin, que termina por confirmar que Jarden no es ningún paraíso, también para Nora, a quien los temblores despiertan en una cama vacía que acaba desesperándola.
Pero sobre todo para el resto de habitantes que ven cómo tiembla su fe y son capaces de creer cualquier cosa antes de pensar que esas tres adolescentes han ascendido, empezando por un vengativo John y terminando en un descreído Michael, que nos rompe el corazón mientras quita el certificado de «not departed» de la puerta de casa.
Re-humanización
El tercer episodio abrió aún más los puntos de vista, poniendo el foco en el boicot de Laurie a los Culpables Remanentes. Es loable cómo ‘The Leftovers’ ha ido centrándose en cada uno de los núcleos narrativos sin perder nunca de vista la universalidad de su historia y resultando estimulante (casi alienante) con cada capítulo. Esto no sería posible sin un elenco de personajes sólidos –e interpretaciones a la altura- coherentes en su desquicio, y sin un tono y una temática claros que el espectador siempre abstrae y conecta con cada trama, como la culpa, el destino, la fe, la búsqueda o simplemente la capacidad de poder elegir.
Susan es nuestros ojos a ese proceso de desintoxicación de los Culpables Remanentes. Lauren rompió con su familia y, sobre todo, perdió la relación con su hija; ahora canaliza su ira y frustración ayudando a otros a reconstruir esa vida perdida. ¿Ayudando? ¿Tiene su labor una esencia más noble? Igualmente, no hay final feliz para Susan; salir del silencio y el humo que te convertían en uno más, deshumanizándote, no es tan fácil. Incluso Tommy empieza a ver los atractivos de la secta.
Y es que Laurie no es la única con determinación. Sus enemigos están dispuestos a todo como para secuestrar a su hijo, tirárselo en una vulgarísima muestra de superioridad, amagar con inmolarle y dejarle suelto como amenaza. Pero Laurie no se va a dar por vencida; si no les puedes ganar, atropéllales con tu coche. ¿El fin justifica los medios? Lo comprobaremos cuando veamos los resultados de robarle el cuento a aquel hombre que aseguraba que con un abrazo suyo se acababan todos los sufrimientos. Fe.
Una cuestión de geografía (y fe)
Y con eso llegamos a Matt, un personaje imparablemente movido por su fe que nos ha dado alguno de los mejores episodios de la serie. Cuando Nora se encuentra por primera vez con él le increpa; está convencida de que algo esconde. Después vemos cómo le cuenta cómo Mary despertó durante unas horas cuando llegaron a Jarden. Matt es el summum de esa fijación de considerar el lugar como un Edén, como lugar de refugio o sanación; un lugar en el que en la prehistoria una madre sufrió un calvario por proteger a su hijo. Y cuando Matt se entera que Mary está embarazada se embarca en un viaje casi bíblico por volver a ese Edén, del que es constantemente expulsado.
Esa travesía tan espiritual arranca en los límites de la reserva de Miracle, y a través de Matt vivimos por fin el sin Dios que es ese lugar, una especie de Sodoma y Gomorra con un punto salvaje casi infernal. Espero que la penitencia en la que ha acabado Matt (que, por cierto, qué impactante y a la vez inevitable final) ofrezca la posibilidad de poder ver más de esas afueras; ya hay muchos focos interesantes en ‘The Leftovers’ pero sin duda este es uno más. Y por pedir, tampoco estaría mal saber más sobre el pobre niño huérfano que devuelve la pulsera a Matt.
El conflicto principal que plantea este episodio es el dilema sobre la verdad tras la historia del embarazo. Decía Lindelof en esta interesante e intensa entrevista, que lo que más le cautivaba sobre contar historias era el misterio, la ambigüedad y los comportamientos que no son siempre racionales, y es que otra de las grandes virtudes de esta serie es que no va de la verdad (ni del porqué de La Ascensión, ya que estamos).
Lo sencillo era mostrar en un flashback lo que ocurrió realmente, pero no es un relato sobre si lo de Matt es verdad o alucinación, sino de lo que él cree, de cómo esa fe mueve sus actos y también de cómo este hombre de fe choca con un hombre de ciencia como John (cualquier parecido a ‘Lost’ es pura coincidencia, guiño), quien defiende que Matt sucumbió en un momento de confusión y violó a su mujer. Quizá Matt tema que eso sea cierto y por eso se entrega a la penitencia; quizá sea por ganarse ese Edén que tanto empeño pone en expulsarle.
Aún nos quedan otros cinco capítulos para explorar todas estas cuestiones psicológicas y morales. Todo el dolor y la locura que rodean a ‘The Leftovers’. No sabemos si La Ascensión fue cuestión de geografía, pero seguramente seguiremos descubriendo el efecto y poder que tiene lo que representó y representa Jarden para la humanidad y para nuestros personajes. He dejado mucho sin decir; ya sólo el aspecto visual y técnico merecería su propio artículo, pero es que nunca tendré espacio suficiente para escribir sobre esta historia que tanto me inspira, me remueve, me emociona y me cautiva. Me hace sentir de forma visceral lo que sufren sus protagonistas y me hace buscar constantemente el origen de ese sufrimiento, de sus acciones y reacciones. Qué maravillosa puede llegar a ser la ficción.
En ¡Vaya Tele! | La humanidad… ¿durante o después de la catástrofe?
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