‘The Carrie Diaries’ es esa serie que por defecto iba a despertar interés mediático pero que nació para ser vapuleada. Los machistas iban a despreciarla por defecto como hicieron con ‘Sexo en Nueva York’ y las feministas iban a desacreditarla por tener a las chicas gravitando constantemente alrededor de hombres. En lugar de emitirse en un canal de prestigio como HBO, se emite en otro de reputación dudosa como la CW (el canal sin Emmys). No va dirigida al mismo público que vio la serie madre en su momento sino que quiere captar aquellos jóvenes que la pillaron en alguna repetición y que casi tenían que esconderse de sus padres. Y encima ni tan siquiera tiene el mismo formato.
Con todo esto en contra, con todo este cúmulo de circunstancias que hacen imposible que complazca al público, es normal que en estos momentos nadie la vea. Después de pegársela en su estreno, su canal la mandó a la noche de los viernes y ni reúne un millón de espectadores. Los datos demográficos tampoco son buenos y no hay ruido mediático en torno a ella. Por lo tanto, ya nos podemos ir mentalizando que la segunda temporada será la última (a menos que haya algún milagro del estilo renovación in extremis de ‘Nikita’, lo cual es improbable). Y, si tengo que escribir con sinceridad, me dará lástima porque dentro de lo que cabe ‘The Carrie Diaries’ es una serie muy decente.
No es ‘Sexo en Nueva York’ en versión adolescente, es otra cosa. La serie de Sarah Jessica Parker era divertida, afilada y no tenía pelos en la lengua a la hora de hablar de sexo, mientras que las aventuras juveniles de Carrie Bradshaw son tan blancas como la nieve. Es un culebrón adolescente muy ligero, uno que encajaría perfectamente en la televisión de los ochenta si no fuese por las alusiones al sexo y su segunda temporada sigue el mismo camino. Pero dentro de este subgénero (que no tiene comparación en la TV actual) resulta curiosamente entrañable. Más ahora que le tiene más pillado el tranquillo.
De la primera temporada podía decirse que titubeaba a la hora de encontrar el tono. Carrie tenía una vida muy normalita en un pueblo residencial a las afueras de Nueva York y, cuando iba a la Gran Manzana, todo resultaba tan artificial como esas prendas que se supone que debían trasladarnos a los ochenta y en cambio reivindicaban la última colección de H&M. Pero esta segunda temporada arrancó al revés: resulta mucho más refrescante ver a Carrie como periodista (¡jah!) que tenerla en el instituto, pero también funcionan mejor las tramas individuales de los secundarios.
Hola, Samantha
La mejor manera que tiene ‘The Carrie Diaries’ de crear expectación es presentar los personajes originales y el arranque tuvo a Samantha Jones, que conocemos como la promiscua futura relaciones públicas. Aquí todavía no vive en la opulencia pero sí es la misma deslenguada y tiene ya totalmente desarrollado su apetito sexual, y tiene mucha más gracia como elemento excéntrico que Larissa, la que presentó Manhattan a Carrie.
Puede que su relación esté cogida con pinzas como todas las relaciones de Carrie en Nueva York (¿por qué todo el mundo la encuentra tan especial que necesitan ser amigos de ella a pesar de ser una niñata inexperta?) pero resulta graciosa. Además, confirma que los responsables del cásting de la serie son ases en la materia porque Lindsey Gort es fiel a la interpretación de Kim Cattrall de la misma forma que AnnaSophia Robb era la intérprete perfecta para interpretar a Carrie.
Pero lo mejor de ‘The Carrie Diaries’ ahora mismo es que tienen mucho mejor cogido el tono a la serie. Tiene más que ver con ‘Las Chicas Gilmore’ (en cuanto a blanca) que con ‘Gossip Girl’ (en cuanto a culebrón). Más que un lugar feliz, es un lugar seguro donde hay entretenimiento ligero y punto. Ni tan siquiera el proceso de expiación de Maggie es especialmente dramático. Lo que también hace que, el día que la cancelen, nadie la vaya a echar de menos por intrascendente.
Lo que sí hay que criticarle, a pesar de lo ligera que sea (a conciencia), es que no explore mejor y de forma más explícita la introducción en el sexo de Carrie Bradshaw. No necesito las escenas de cama, no quiero intuir qué preliminares sí hace y de qué manera, pero se agradecería que lo expresara con sus amigas. Pero juegan con la idea de que Carrie no se siente cómoda hablando de sexo (mientras que Mouse sí, lo cual es absurdo) y quieren vender la idea de que, como Larissa y Samantha sí hacen alusiones a posturas, ya cumplen con su cometido. Pero no lo hacen, así que efectivamente no tiene ningún aliciente para los nostálgicos (adultos) de la original. Quienes la ven, tienen que verla porque les gusta otro toque nostálgico que hace referencia a unos tiempos mucho más blancos, la de los enredos inofensivos y la ingenuidad que daba la inexistencia de internet.
En ¡Vaya Tele! | 'Bunheads', un entretenido déjà vu a 'Las Chicas Gilmore'
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