Hubo una época, entre mediados de la segunda temporada y principios de la cuarta, en la que ‘Supernatural’ parecía en permanente estado de gracia. Su misión, entretener usando el modelo de cuento de miedo de campamento, no solo se cumplía a rajatabla, sino que creadores, guionistas, directores y actores se permitían el lujo de probar suerte, de buscar los limites… Y ganar.
Por ponerlo en forma de símil deportivo: ‘Supernatural‘ era como el tenista de nivel medio al que le llega su torneo de oro, aquel en el que todos los partidos le salen bien, en el que todas las bolas que tira a la línea caen dentro. Aquel en el que ejerce de matagigantes. La serie de la CW lo fue: superó en diversión, humor y riesgo a muchas otras más afamadas y, claro, fomentó el culto.
‘Supernatural’ y el punto de no retorno
Hoy, aquella buena estrella ha desaparecido y después de estar correteando con paso trotón por la pista los dos últimos años, este jugador ya no se sostiene: está fondón y siempre sale a la pista “con la caraja”. De vez en cuando le salen chispazos de lo que fue, pero todos sabemos que su tiempo se acabó. En el caso de ‘Supernatural’ casi todos opinan que fue al comenzar la sexta temporada, ya sin su creador, cuando el show se fue al garete. Personalmente creo que la quinta remató su encanto.
Porque, a partir de la cuarta, ‘Supernatural’ emprendió un camino megalómano y bigger than life del que ya no podría volver y que, además, tenía bastante de trampa, porque el encanto de la serie siempre fue lo pequeño: no el terror cósmico, sino el monstruo debajo de la cama, el escondido en el armario, la bruja del bosque, el fantasma del sótano.
Los Winchester sin alma
Con el drama épico de los Winchester dinamitando todo aquello, hasta la dinámica “monstruo de la semana”, la serie perdió foco, abrió a gran angular y comenzamos a dejar de ver los detalles. Y, claro, sin ellos se perdió también lo que le definía, lo que la hacía especial.
Se nota y mucho en la construcción de los Winchester, que no abandona en esta séptima temporada la seriedad impostada que tan flaco favor les hace. Parece algo compartido que fue buena idea, como caracterización, que a los hermanos se les helase la sonrisa frente al Apocalipsis.
Personalmente lo considero muy discutible (no creo que la quinta temporada hubiese funcionado peor tomándose menos en serio a sí misma); en todo caso, el paso de los episodios sigue demostrando que estos no son nuestros personajes, no del todo, y que la parte que les falta es también la que sigue arrastrando la serie hacia el fondo, lentamente pero sin escapatoria.
Realmente, si habéis llegado hasta este punto, ya os habréis planteado si merece la pena seguir viendo ‘Supernatural’. Creo que no, pero yo aun sigo. Y es que, en el fondo, ese tenista puede que no fuera ni Federer ni Nadal, pero cuánto carisma derrochaba.
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