Este pasado domingo hubo tres grandes triunfadoras en los Emmy, con ‘Watchmen’ dominando en las categorías de serie limitada, ‘Schitt’s Creek’ haciendo historia en las de comedia y, por último, ‘Succession’ convirtiéndose en la sucesora de ‘Juego de Tronos’ en los apartados de drama. Un premio muy merecido para una propuesta imprescindible que nunca llenara el vacío dejado en HBO por la adaptación de David Benioff y D. B. Weiss en términos de audiencia, pero en otros frentes ya está haciéndolo.
Creada por Jesse Armstrong, ‘Succession’ cuenta la historia de la Logan Roy, cabeza visible de un importante conglomerado empresarial que tiene que empezar a plantearse seriamente la búsqueda de un sucesor al ver que su salud ya no es la que era. Para ello se fija primero en sus cuatro hijos, pero nada va a ser precisamente fácil, primero porque lo de retirarse no es algo que le apetezca demasiado hacer y segundo por su despreciable actitud, algo que también aplica a sus descendientes…
Estrenada en junio de 2018, ‘Succession’ es una serie que no hizo demasiado ruido durante su primera temporada. Es cierto que tuvo muy buenas críticas y aquellos que le dieron una oportunidad quedaron encantados con ella, pero entonces parecía no darse el clima adecuado para que el interés del público hacia ella fuera mucho mayor. Simplemente era una de esas series con muy buena pinta que muchos dejábamos para ver en otro momento, asumiendo de paso que ese momento quizá nunca llegase.
Algo cambió en la segunda temporada, y no me refiero únicamente a que el nivel de ‘Succession’ aumentase aún más, porque eso da igual si no llegas a dar al play para empezar a verla. Podría ser esa incesante búsqueda alimentada por los medios para una sucesora de ‘Juego de Tronos’, la cual había llegado a su apenas unos meses antes, o el hecho de que cada vez eran más las voces que recomendaban los mezquinos tejemanejes de la familia Roy, pero lo que está claro es que su popularidad entre la comunidad seriéfila se disparó entonces con buenos motivos.
Una familia tan despreciable como fascinante
Seamos claros, a nadie le gustaría tener que lidiar a diario con ninguno de los integrantes de la familia Roy -quizá con el primo Greg, aunque él también va yendo poco a poco hacia el lado oscuro-, ya que el debate sobre cuál de ellos es más mezquino daría para una discusión tan larga que seguramente sería difícil llegar a un acuerdo. Con ese material, ‘Succession’ podría haber resultado fácilmente una propuesta cargante que incitase a no seguir viéndola, pero a la hora de la verdad es una de las claves para entender su grandeza.
No es tanto por la capacidad de Armstrong para sorprendernos a la hora de mostrarnos cuál será el siguiente movimiento de cualquiera de ellos como por el gran abanico de posibilidades que abre. Aquí la, por así llamarla, diversión no reside en ver las alegrías que van a darnos sus protagonista, sino la forma en la que ‘Succession’ explora las tensiones entre ellos sin cortarse lo más mínimo a la hora de mostrarnos de lo que son capaces para conseguir sus objetivos.
Y es que sí, los Roy pueden sufrir, pero lo que busca ‘Succession’ no es la empatía con ellos. Aquí hemos venido a ver las miserias no tanto del ser humano como de aquellos que pertenecen a una clase privilegiada. Eso lleva a que siempre haya cierto halo de patetismo en sus acciones, a veces de forma más directa -ese inolvidable rap de Kendall-, pero que nunca desaparece y que casi siempre esconde una actitud ruin por parte de alguno de ellos.
Uno de los grandes logros de Armstrong es encontrar el punto de equilibrio exacto para que todo eso llegue a resultar hasta divertido sin que la serie en ningún caso haga especial hincapié en su posible naturaleza cómica, pero también sin que la credibilidad de lo que vemos sufra. Y es cierto que no falta alguna reacción extrema por parte de sus protagonistas, pero antes se habían ido plantando tan bien las semillas de lo que estaba por llegar que casi nos parece hasta algo normal.
Un reparto maravilloso
Puede que ‘Succession’ no tenga grandes estrellas en su reparto, pero creo que nadie que la vea cambiaría absolutamente a ninguno de sus protagonistas. Este pasado domingo fue Jeremy Strong el único premiado por su portentoso trabajo como Kendall en la segunda temporada, donde comienza hundido para acabar despidiéndose por todo lo alto, pero es que todos lo bordan, y lo mejor de todo es que tienen el espacio suficiente para demostrarlo sin echar mano de grandilocuencias innecesarias.
Para ello, la serie se permite explorar temas de todo tipo, yendo desde los matrimonios abiertos hasta el acoso sexual, para que cuando uno de ellos tenga bien delimitado su espacio dentro ‘Succession’ sin que eso suponga en ningún momento desconectarlos del resto. Todos tienen sus ambiciones, pero también sus fortalezas y debilidades, algo que obviamente no se va a dejar de lado, ni siquiera cuando parezca que alguien va a acabar consiguiendo todo lo que busca.
Es cierto que hasta ahora todo ha estado muy mediatizado por el poder que el personaje interpretado por Brian Cox tenía sobre el resto, pero ni siquiera él es inmune a todo lo que le rodea y estoy deseando ver cómo se amolda a ello una vez haya quedado claro que no puede limitarse a hacer lo que le venga en gana sin esperar consecuencias por sus actos.
El apasionante mundo de los chanchullos empresariales
‘Succession’ aborda de una forma curiosa lo que afecta a sus protagonistas, no teniendo problemas en explorar ese concepto tan impopular de los “problemas del primer mundo”, potenciando así su componente de sátira sobre su universo empresarial, pero lo que realmente parece interesar a la serie es la infinidad de chanchullos necesarios para mantener su situación de poder. Porque al final todo se reduce a eso, el poder que ejerces sobre los demás.
Ahí la serie no se corta en ningún momento a la hora de plantear situaciones que en primer instancia pueden parecer difíciles de creer pero que a la hora de la verdad seguramente hasta se queden cortas en el mundo real. Y lo hace sin dar la sensación de que todo esté permitido, sino cómo una prolongación natural de la actitud de los personajes, jugando con lo incómodo sin miedo a perder el control porque sabe perfectamente lo que quiere y también cómo conseguirlo.
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