Kerry Washington debe pasearse por Los Angeles moviendo el culo como si fuese la reina de la ciudad. Es la primera mujer negra en varias décadas que es la protagonista indiscutible de una serie de televisión y encima ésta ha tenido el recorrido más comentado de la temporada. El año pasado casi se cancela ‘Scandal’ y este se ha erigido como la revelación, creciendo poco a poco hasta superar ‘Anatomía de Grey’, su predecesora en la parrilla y el otro drama de su creadora, Shonda Rhimes.
Esta historia de éxito ha venido acompañada de una fascinación desmesurada por parte de algunos críticos, que admiraban que la serie se hubiese convertido en algo tan distinto de un año para otro. Al principio, su responsable había vendido una serie de casos algo particular, las tácticas de Olivia Pope para evitar escándalos en Washington, y en la segunda temporada decidió que no quería hablar tanto de casos aislados como de una trama algo más loca y adictiva.
Se puede enfocar ‘Scandal’, por lo tanto, de dos formas muy parecidas y a la vez opuestas. Hay quienes compran el delirio acelerado de Shonda y todo lo que acarrea como un esfuerzo notable, y otros que opinan que tiene muchos elementos propios de buena serie pero que en el fondo es ridícula y mala. En este segundo grupo, obviamente, me encuentro yo.
El fraude electoral
‘Scandal’ cogió carrerilla cuando el presidente Fitzgerald Grant recibió un disparo delante de los medios de comunicación. Hasta ese punto había dejado entrever que había alguna conspiración sembrándose de fondo, pero en ese momento el público americano paró atención definitivamente a la serie. Y no defraudó. En ese instante, este drama (¿político?) quemó cartuchos como si les fuera la vida en ello y la historia de la estratega Olivia Pope tomó una dirección muy inesperada.
Este, según descubrimos, era el relato de aquellos que amañaron las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. No se andaban con pequeñitas y exponían unos personajes que habían aniquilado una de las bases del país, la libertad y la democracia de sus individuos. Así, trucando unas cuantas máquinas electorales de un pueblo clave llamado Defiance, Fitzgerald Grant derrotó al candidato demócrata. Y llegaron las ramificaciones y complicaciones, pues ocultar semejante delito no es fácil ni tan siquiera para Olivia.
Los grises según Shonda
La amoralidad de Shonda Rhimes, sin embargo, también tiene truco. En cada episodio de ‘Scandal’ tuve la sensación que ella creía estar tejiendo un mural tan perverso como atractivo, complejo y ambiguo. Pero las intenciones de ella no siempre casan con la realidad y las dobleces morales de sus personajes siempre venían de la mano de argucias de guión poco nobles.
Fitzgerald Grant, por ejemplo, es un marido infiel. Su esposa le espera en la Casa Blanca y Olivia Pope en su lecho. ¿Cómo se lo montan para que queramos que esté con la abogada? Pues nos dicen que ella le quiere con locura, él a ella y su mujer Mellie, de mientras, se muestra como una mujer calculadora. ¿Que saque provecho de su sacrificada posición de Primera Dama significa que no está enamorada? No. Pero Rhimes, por si acaso, nos muestra que no le gusta ser madre ni llevar a su bebé en brazos. Un rasgo imperdonable, por supuesto.
Y donde las triquiñuelas de la creadora se notan más es en la season finale. Todo el bufete de Olivia trabaja para ocultar la verdad, que en Defiance se corrompió la base de los Estados Unidos, y está escrito como si ellos fueran los buenos. ¿Por qué? Porque son los protagonistas y Rhimes no se atreve a explicar sin tapujos que juegan en el bando equivocado. ¿Y cómo se lo monta para que parezcan los buenos? Las dos personas que intentan sacar a la luz el escándalo son el consejero de la vicepresidenta, que ya mató un periodista inocente, y el rival demócrata que perdió las elecciones, de quien también sabemos que mató con alevosía al amante de su mujer (y lo coló como una confusión doméstica). Así que, como ellos son tan y tan reprobables, se tiene que ir con Olivia. No le iría nada mal que Michelle y Robert King les dieran unas cuantas clases de grises morales.
La serie que fingía ser de Aaron Sorkin
Algunos creen que en el fondo Shonda se lo toma medio en cachondeo y que, cuando decide virar al personaje de Quinn hacia la psicopatía, es consciente de lo absurdo que es. Pero no. Quien haya visto ‘Anatomía de Grey’ y ‘Sin Cita Previa’ sabe que la mujer se toma en serio su trabajo. Ella es dramática y en ‘Scandal’ cree estar haciendo una versión mejorada y turbia de ‘El Ala Oeste’, incluyendo que copia el estilo de Aaron Sorkin.
Los personajes, bajo su batuta, hablan y hablan sin cesar. Ellos creen firmemente que hablar a toda prisa mientras sueltan alguna lección les hace más inteligentes (vamos, Sorkin en su peor estado). Menos cuando Fitz y Liv se encuentran en una habitación y entonces el tiempo se para y sus bocas sueltan las palabras en cuenta gotas. Porque esa relación es trascendente. Fitz es Kennedy y Olivia es una Marilyn de ébano.
El reparto, además, actúa en consecuencia. Ellos también creen estar en la mejor serie en emisión de la televisión. Kerry Washington hace constantemente muecas para que veamos lo duro que es tomar decisiones y Jeff Perry, ese Cyrus que encarga asesinatos como quien va al supermercado, grita a viva voz en todas sus escenas. Alguien cree que debería sonar para los Emmy cuando probablemente deberían prohibirle pisar Los Angeles para el resto de su carrera.
Bueno, y para actuaciones lamentables, nada en televisión se puede comparar con Guillermo Díaz, que interpreta a Huck. Él es un ex agente secreto que trabaja para Olivia y procura dejar atrás sus viejos vicios (o sea, matar), y posiblemente no existe peor interpretación en el panorama. Es de vergüenza ajena. Eso sí, según Díaz, Shonda le hizo el papel a medida de tanto que le gustó en las pruebas de cásting. Para que digan que esta mujer no se toma en serio su trabajo.
Los gladiadores que creían hacer TV de calidad
A ‘Scandal’, no obstante, no se le puede criticar que no haya puesto toda la carne en el asador. Prometía giros, escándalos y mucha verborrea pseudo-política y fue exactamente lo que dio. Con creces, además. Hubo asesinatos, muchos otros de frustrados o cancelados en el último momento (ay, Cyrus, tú y tus llamaditas), torturas, filtraciones y escenas eróticas. Y hay expectativas, ahora que el affaire de Olivia y el presidente ha salido a la luz y todavía debemos saber qué papel juega el padre de ella en todo esto.
Por mi parte, podría respetar a ‘Scandal’ como placer culpable si no creyera que Shonda Rhimes se toma muy en serio su misión. De esta forma, las cortinillas de flashes, la no-criticada relación de maltratos de Fitz y Olivia, Huck y Quinn, unas interpretaciones vergonzosas y unos diálogos irritantes no pueden tomarse con ironía. No ha llegado a ese punto y bien que se aseguran que sea así. Los gladiadores que la interpretan, la escriben y la ruedan creen estar haciendo alta televisión (las cuentas de twitter de Shonda y del reparto son la prueba definitiva) y muchos espectadores también la ven con estos ojos. Y ojalá fuera buena, de verdad, que no disfruto (demasiado) criticándola. Pero es mala, mala.
¿Y vosotros qué opináis? ¿Es una buena serie, un placer culpable o un despropósito?
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