Si te pareces en algo a mí, ayer Rachel Green te dio calabazas. Bueno, no exactamente. Dijo que eras majo, simpático, agradable. Dijo que le gustaba pasar tiempo contigo, que eras encantador, que eras todo lo que cualquier mujer querría tener... Pero también te devolvió el ramo de rosas y la caja de bombones porque quiere que sólo seáis amigos. ¿Qué? ¿Qué? ¿Cómo? A ver, rebobina la cinta: ¿que le encantas pero no quiere nada contigo? ¿Me he perdido algo? Acabas de entrar en el planeta Rachel Green.
En el mundo de Rachel Green, las cosas buenas no son las que debes querer. De hecho, hay algo que te impulsa a rechazarlas sin un argumento aparente y lanzarte a hacer cosas que no te convienen y que es obvio que te harán sufrir, como salir con un egocéntrico mujeriego como Paolo. En el planeta de Rachel Green desprecias al iPod de última generación que suena de maravilla y está loco por meterse en tu bolsillo y eliges un discman enorme, de esos en los que el cd salta constantemente y que pesa en tu bolso como un ladrillo.
Pero es justamente esa lógica absurda lo que nos gusta de Rachel Green. Su carácter caprichoso e impredecible, el 'ahora no estoy y ahora sí', la caricia en el momento justo a la que le sigue una mano que se posa en tus labios para impedir el beso. Puedes desmontarte a ti mismo como si fueras un puzle y volverte a montar de nuevo. Pero si desmontas a Rachel Green, cuando la vuelvas a montar te sobrarán piezas. Esas piezas son lo que hace que te enamores de ella pero también lo que hace que ella no se enamore de ti.
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