Aunque el tiempo pase y su rostro se difumine en tu memoria. Aunque ya no recuerdes exactamente de qué color tenía los ojos o el tacto de sus labios, nunca olvidarás a Livia. Ella es ese amor que nunca se olvida, el que dejó huella, el que te asalta sin que lo evoques. Lunes, su sonrisa. Martes, su voz. Miércoles, su sentido del humor. Jueves, su forma de mirarte. Para el viernes ya estás para el arrastre. Lo que era una gota se ha convertido en tormenta.
Sales a pasear bajo la lluvia y descubres que la vida se ha convertido para ti en un constante viaje en el tiempo. Ves una película que a ella le habría encantado ver, vuestra canción suena en la radio, te giras de golpe al oler su perfume pero no es ella. Cada vez que suena el móvil te da un vuelco el corazón. No tienes motivos para pensarlo, no tienes excusas para alimentar la esperanza, pero hay una parte dentro de ti que espera que sea ella.
Caminas por la calle pero no estás en este mundo. A cada paso, un flashback te arrastra hacia el pasado. Sigues, confuso, el rumor lejano de los recuerdos, y sin darte cuenta te encuentras en el portal de su casa. Empapado de la cabeza a los pies. No sabes lo que esperas. Quizá cerrar los ojos y despertar diez años atrás, quizá cerrar los ojos y no abrirlos nunca más.
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