Entre la multitud de adaptaciones literarias que ha hecho la BBC este año, la de ‘Parade’s End‘ era de las que se esperaba con mayor expectación. Es una co-producción con HBO, adapta un libro de Ford Madox Ford considerado el mejor en la literatura inglesa del siglo XX, su guionista es el reputado dramaturgo Tom Stoppard y está protagonizada por Benedict Cumberbatch y Rebecca Hall, además de contar con la participación de Rupert Everett, Janet McTeer, Stephen Graham o Rufus Sewell. Era el principal estreno de ficción de la BBC en su programación post-Juegos Olímpicos de Londres y, antes de que se viera siquiera un capítulo, ya surgieron las críticas que decían que ‘Parade’s End’ era todo lo que ‘Downton Abbey‘ no sabía ser.
Una vez vistos los cuatro capítulos de la miniserie, aún se ve como más injusto que se comparen ambos títulos porque en lo único en lo que guardan parecido es en ambientarse en las primeras tres décadas del siglo XX, y poco más, siendo bastante diferentes en su tono y en lo que quieren contar. Sobre todo, la principal diferencia entre una y otra es en lo que quieren ser. ‘Downton Abbey’ aspira a entretener y a mostrar cómo intenta adptarse la familia Grantham a los cambios traídos por las repercusiones de la Primera Guerra Mundial. ‘Parade’s End’ aspira casi a convertirse en la miniserie definitiva sobre ese período y sobre las hipocresías de la sociedad eduardiana, en dotar a todas las imágenes de significados profundos encubiertos. Esa ambición de trascender es, al final, el peor enemigo de la miniserie.
Un triángulo amoroso
‘Parade’s End’ se centra en Christopher Tietjens, un hombre de sólidas convicciones al que otros personajes definen como el último Tory decente del país (los Tories son los miembros del partido conservador en el Reino Unido, y también define todo un modo de entender la vida). Es un aristócrata rural muy flemático e intelectual, cuyo pasatiempo favorito es corregir la Enciclopedia Británica, y en cuya vida se cruza de repente Sylvia Satterwaithe, una joven de la alta sociedad a la que le gusta vivir la vida de fiesta en fiesta y de amante en amante, y con la que tiene un encuentro digamos que muy poco casto en un tren. Los dos se casan, pero desde el principio se ve que ese matrimonio está abocado al fracaso, y más después de que Christopher conozca a Valentine Wannop, una joven sufraguista con la que siempre flota la posibilidad de iniciar un affair.
Este triángulo amoroso, construido sobre asunciones erróneas, deseos sin confesar, decisiones alocadas, los efectos de los cotilleos y la dicotomía entre el sentido del deber y lo que uno quiere realmente es el pilar sobre el que se cimenta toda la miniserie. Sylvia intenta desesperadamente hacer reaccionar a su marido, que a veces parece tener horchata por las venas, y lo mismo se fuga con su amante que se va a un convento, que va a verlo al frente durante la Primera Guerra Mundial. Tietjens se debate entre dejarse llevar por su amor por Valentine y mantener las tradiciones de su familia y sus propios valores, y la señorita Wannop intenta mantener su postura más o menos contestataria en medio de sub tracción por Tietjens y del miedo al qué dirán. Los personajes que rodean a Valentine, sobre todo, son los que más exponen la hipocresía detrás del educado y aparentemente perfecto comportamiento de los miembros de la buena sociedad de la época, que escondían perversiones sexuales, estafas económicas varias y los mismos pocos escrúpulos y envidias que podemos ver actualmente.
Un gran reparto
La principal ventaja de ‘Parade’s End’ es su reparto, cion Cumberbatch muy en su papel y muy eficaz como este Tietjens al que la guerra lleva a que se replantee todo su sistema de valores y su modo de hacer frente a la vida. Él intenta mantenerse íntegro y decente en todo momento, a pesar de estar rodeado de arribistas y gente mucho menos válida que él que se aprovecha totalmente de su trabajo, y Cumberbatch logra transmitirlo bien. Sin embargo, la que realmente “roba” la serie es Rebecca Hall, sensacional como la diletante, “cabra loca” e irritante Sylvia, que no sabe lo quiere, más que fastidiar a su marido.
‘Parade’s End’ tiene hasta momentos de humor realmente conseguidos, pero a veces cuesta entender qué están haciendo sus personajes (Sylvia puede ser muy frustrante, aunque también es cierto que el personaje tiene que ser así). Se nota en exceso que sus creadores saben que tiene que ser una adaptación de prestigio, que tiene que ser importante y que tiene que decir casi la última palabra sobre este tipo de proyectos, y ahí se queda a medias. Puede resultar fría, frustrante, pedante e incluso confusa, y Valentine Wannop, sobre todo, es el personaje en el que más flojea la miniserie. Por supuesto, el trabajo de ambientación es muy bueno y la directora, Susannah White, compone algunos planos realmente brillantes, pero es inevitable seguir teniendo la sensación de que ‘Parade’s End’ es demasiado consciente de su propia ambición de trascendencia.
Por supuesto, eso no quita para que no tenga algunos momentos muy logrados, como lo absurdo de toda la toma de decisiones de los mandos británicos durante la guerra, que parecía más motivada por las ganas de fastidiar a los franceses, que eran sus aliados, que por el deseo de vencer a los alemanes. Cumberbatch y, sobre todo, Hall están muy bien, y algunos de los toques de humor son realmente divertidos, al mismo tiempo que exponen esa doble moral de la sociedad eduardiana. Pero el peso de sus propias ínfulas de grandeza acaba lastrándola e impidiendo que sea, realmente, la adapación literaria que debía convertirse en el nuevo estándar del género.
En ¡Vaya Tele! | ‘Parade’s End’, más Primera Guerra Mundial para BBC y HBO
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