Ocho razones por las que me gusta True Blood

Sé que a muchos el piloto que se filtró en verano os dejó un poco fríos y que decidisteis no seguir dando una oportunidad a la nueva serie de Alan Ball. Yo, sin embargo, no puedo dejar de ver True Blood, pese a ser muy diferente a como me la había imaginado. Las aventuras de Sookie Stackhouse (Anna Paquin) han ido consolidando sus virtudes y escondiendo sus defectos a medida que pasaba el tiempo.

Como sé que sigue habiendo muchos reacios a la serie y como parece que quienes estamos satisfechos del trabajo de Alan Ball somos los menos, va aquí mi decálogo de puntos muy positivos por los que estoy totalmente enganchado a ella. Los comentarios son vuestros para discrepar (que seguro que lo hacéis):

  1. Pese a ser una serie sobre vampiros, True Blood no pertenece al género fantástico. Es más bien una saga sureña en la que los colmillos son la excusa. No me entendáis mal, los vampiros son importantes, pero no tanto como las relaciones entre los personajes, viciadas por el racismo, el deseo, el sexo o el miedo a lo desconocido. Todo ello muy Alan Ball, si se piensa

  2. Como consecuencia de ello, True Blood se mueve con facilidad en registros muy distintos: tan pronto te mete elementos de terror como se apunta a lo comedia más disparatada, mientras mantiene toques policíacos o de culebrón puro y duro. Que sepa nadar en aguas tan revueltas y no se ahogue a la primera de cambio es un buen síntoma

  3. Sus personajes. Estando Ball de por medio era de esperar que éste fuese uno de los puntos fuertes de la serie y, pese a que los dos primeros episodios parecían convertirlos en algo demasiado plano, poco a poco han ido cobrando auténtica vida. Ni el romance entre Sookie y Bill Compton es tan obvio como parecía ni el resto de personajes que pululan a su alrededor parece conformarse con ser sólo secundarios de la historia. True Blood va adquiriendo la apariencia de serie coral y está ganando muchos enteros gracias a ello.

  4. Su ritmo. Es uno de los aspectos más criticados, pero el discurrir lento de True Blood es precisamente una de las cosas que más me gustan. A esta historia sureña, como a la mayoría de las que transcurren en esa zona de Estados Unidos, le viene de perlas la calma chicha, los momentos muertos en los que la historia parece no estar avanzando. Da más agobio, más sensación de cerrado. Nadie le pediría a Medianoche en el jardín del bien y del mal que se moviese a la misma velocidad que, por ejemplo, Misión Imposible, ¿no?

    1. Sus imágenes: que True Blood es una serie en la que el sexo es parte importante del asunto queda claro desde los títulos de crédito. Y en todo momento es capaz de transmitir la atracción física que provoca lo desconocido, no sólo con sus guiones sino también gracias a su aspecto visual. En True Blood, el sexo se muestra de forma explícita en pocas ocasiones, pero se palpa en cada imagen.
  5. Sus títulos de crédito: ya comentó Antonio Toca por aquí que pertenecen al mismo equipo que hizo los de A dos metros bajo tierra. Ese sello de calidad no decepciona: si alguien no sabe de qué va True Blood, sólo con ver el minuto y medio de su secuencia de títulos de crédito saldrá de dudas. Rotundos, poderosos y con una gran elección en el tema que suena para acompañarlos.

  6. Sus actores: Anna Paquin está perfecta en su papel de virgen con ganas de dejar de serlo, pero miedo a dar el paso. También triunfa en los momentos más histéricos de un personaje bipolar. Por su parte, Stephen Moyer es el perfecto gentleman del siglo XIX que, convertido en vampiro, no se acaba de revelar ni como un hombre con sentimientos ni como un monstruo. Esa ambigüedad de los personajes principales también la comparte el resto del casting, al que apenas se le pueden poner pegas.

  7. Su verosimilitud: Ojo, porque es un aspecto básico. La historia de los vampiros conviviendo con los humanos podría haber caído en saco roto si los guionistas no hubieran sabido encontrar la forma de hacer que, en todo momento, sea posible, creíble, real. Hay momentos en los que la serie entra en terreno resbaladizo (la visita al bar de copas de vampiros) y otros que, pudiendo serlo, terminan en triunfo (la historia del momento en que Bill deja de estar vivo). Enlazando con el primer punto, el hecho de que los elementos fantásticos estén colocados con cuentagotas y no sean lo principal es lo que permite que el espectador no tenga que estar plantéandose lo verosímil del guión.

En ¡Vaya Tele! | True Blood

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