La eterna lucha de sexos en la que son las mujeres las que van de cabeza y las que no encuentran su lugar en un entorno masculino en el que los hombres destacan por su sensatez, su cordura y su equilibrio emocional. Buen planteamiento que se desmorona cuando la protagonista, ya en el segundo episodio, abre un consultorio radiofónico para aconsejar a los que en principio parecía que no necesitaban sus consejos.
En el fondo, una comedia sentimental de manual en la que la tensión sexual entre Marin y Jack, el biólogo, hace presagiar otra perfecta y conmovedora historia de amor. Y como ya sucedía en Doctor en Alaska, destacan los secundarios, personajes estrafalarios que convierten la serie en un perfecto mosaico de friquis y que hacen del esforzado equilibrio de la protagonista la mayor de las locuras.
Una serie amable, sencilla y sin pretensiones. Quizá sean estas sus mayores virtudes y, a la vez, sus peores defectos. De hecho, ya flaquea en la parrilla americana y empieza a cuestionarse su continuidad. Es difícil mantener un producto que arriesga tan poco en un panorama en el que triunfan las series arriesgadas.