La narrativa forma parte de nuestras vidas de una forma tan orgánica que somos capaces de leerla de forma inconsciente, como quien habla en su lengua materna. El espectador tiende a no acusar la decodificación de fórmulas necesaria para entender un relato; en parte porque en la mayoría de ocasiones esos esquemas son elementales y lineales. Presentación, nudo, desenlace. Protagonistas, secundarios. Trama principal, trama secundaria; trama episódica, trama de temporada. Son conceptos que nos resultan tan básicos que, tras tantos siglos de evolución narrativa, no reparamos en ellos de forma consciente al igual que no nos detenemos a identificar si estamos conjugando un verbo en pretérito imperfecto o pluscuamperfecto. Sólo hablamos. Sólo leemos. Y, con suerte, sólo nos dejamos llevar por la historia.
Es por eso que establecer una base del lenguaje a la que el espectador se amolde desde el principio es esencial. El crear unas reglas básicas -sea un drama realista o ciencia ficción de aventuras- no sólo es aplicable al fondo, al universo en el que se mueve la historia, sino también a la forma. Flashbacks, puntos de vista, voz en off o el tipo de narrador son algunos conceptos que caracterizan ese contrato inicial con el espectador; ese mira, así te voy a contar las cosas, ¿te hace? Y cuando nos topamos con algo diferente y/o estimulante, hace. Hace mucho.
El código y el aprendizaje
Estos códigos pueden ser algo aparentemente insignificante. ¿Recordáis cuando Will Graham repasaba una escena del crimen en el primer episodio de ‘Hannibal’ a modo de regresión? Caminaba hacia atrás; una luz se deslizaba en la pantalla, deconstruyendo el lugar con cada barrido. Con el avance de los episodios, esta pauta narrativa que apoyaba sonora y visualmente el proceso mental del personaje fue simplificándose hasta reducirse a la mínima expresión; el espectador ya había asimilado el código como para que el mero sonido bastase. Un detalle nimio y un ejemplo estupendo para comprender cómo funciona ese proceso de aprendizaje del espectador.
‘The Affair’ es un código en sí misma. Dado que su narrativa no es lineal ni cuenta con un narrador omnisciente, ha de ser eficiente en lo que al receptor respecta: debe encontrar el equilibrio entre dejar claras las pautas narrativas y exponer la historia, sus temas, sus personajes y su tono. Entiendo que una condiciona la otra, pero uno de los fallos habituales en primeros episodios es precisamente no encontrar un balance entre la exposición y la definición de una serie.
Noah y Allison tienen una aventura. Ambos están casados. Ambos caen en los brazos del otro por muchos motivos, pero el affair en sí mismo no es más que una excusa. Es un señuelo que facilita la llamada de atención sobre un drama cotidiano que reflexiona sobre el matrimonio, sobre el duelo, la familia, la paternidad, la ambición o el conflicto de clases. El día a día de dos mundos que colisionan (contados desde el punto de vista de uno y otro) viene marcado por el halo de misterio que otorga un aparente asesinato, una rama de la historia que sirve más a propósitos de anticipación y expectativa que a la tensión dramática de las vidas de ambos.
Pero a su vez la forma marca el fondo. Porque el affair también es un señuelo que sirve a la reflexión sobre la culpa y el recuerdo. Inicialmente la narración fragmentada juega con ese efecto Rashômon, ese recurso narrativo que nos plantea una misma historia desde diferentes puntos de vista sobre el que ya escribí unas líneas. El espectador desconoce cuál de las visiones es la correcta pero en realidad la pregunta pertinente es otra, ¿hay una correcta? Aquí es donde entra también el narrador no fiable; no tanto porque Noah o Allison modifiquen su relato para favorecer su imagen o librarse de ciertas culpas, sino porque ni siquiera ellos mismos son conscientes de esa manipulación. ‘The Affair’ juega de forma exquisita con las incongruencias de ambos, con lo imprecisos que son los recuerdos y cómo la culpa o el rencor pueden modificarlos a placer. Nosotros somos víctimas de esa confusión tanto como lo son ellos. Y el formato así lo refleja.
La evolución del formato
Una vez que la historia ha establecido estos códigos y nos ha enseñado que en esta historia todo el trabajo de análisis sobre lo que es verdad y lo que está manipulado es del espectador, la narración puede evolucionar. Y es lo más estimulante y emocionante de seguir esta historia: jamás se ha estancado. Era fácil temer que esa estructura de mostrar el mismo fragmento dos veces –con esos brillantes y sutiles contrastes de intención, de actitud, de aspecto o de reacción- llegase a resultar reiterativa y cansina. Pero no. Con ‘The Affair’ estamos en constante aprendizaje y formamos parte de la dinámica narrativa, casi como ese detective que episodio a episodio parece más cómodo (y receloso); cuanto más sabe, más entiende.
Ya no es necesario ver lo mismo dos veces. En el cuarto episodio somos testigos de una jornada expuesta a medias por cada una de sus visiones, en las que sólo algunos momentos intermedios se solapan. Es un capítulo dedicado a entender mejor a Noah y Allison como entes; el conflicto interno que les plantea la aventura y lo que está condicionando ese punto de vista que nos ofrecen de ellos mismos; y todo al margen del universo que les rodea, que toma total relevancia en el siguiente capítulo. Como espectadores ya comprendemos y formamos parte de la dinámica de visiones deformadas sin necesidad de que nos muestren dos veces lo mismo. La serie evoluciona con nosotros y nos ofrece un discurso más lineal sin abandonar el recurso del narrador no fiable.
‘The Affair’ contaba con el peligro de que la forma no compensase el fondo. De hecho, hay espectadores que se han mostrado indiferentes por no conectar más allá del mecanismo. Sin embargo, personalmente encuentro fascinante los muchos niveles de estímulo que plantea este nuevo drama de Showtime creado por los artífices de ‘En Terapia’. Todas las lecturas psicológicas de personaje, todos los juegos de recuerdo, de las mentiras que nos contamos; todas las constantes alegorías e ironías sobre el efecto que el affair tiene y tendrá sobre el resto de personajes (la cómoda rota del hotel, la historia del bullying digital…) y aún tiene tiempo de plantearnos más enigmas; de marcar posibles víctimas del asesinato, identificar a los secundarios con un móvil.
Es eso: no se estanca. Los capítulos arrancaron empleando la voz en off para apoyar los relatos de Noah y Allison. El de ella era algo más literario (no puedo resistirme a dejar caer que él es escritor, guiño guiño), el de él algo más visceral. Ambos empiezan a la defensiva y poco a poco caen en incongruencias, ni ellos ven la verdad en sus recuerdos. La voz en off va desapareciendo a medida que el espectador no la necesita, y la presentación repetida de eventos es sustituida por un relato que se adapta a las necesidades de la historia.
En conclusión, lo que parecía que iba a caracterizar a ‘The Affair’ se ha confirmado como un virtud que muta. La aventura de Noah y Allison nunca ha sido esclava de su propia fórmula sino que ésta es un reflejo más del contenido y va amoldándose a la relación y el contrato que en cada momento tiene el espectador por la historia, y por ello –y otras cosas- es una de mis ficciones televisivas más interesantes e imprescindibles del momento.
En ¡Vaya Tele! | El Efecto Rashômon y el narrador no fiable
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