Pocas veces me he acercado a una serie de televisión con cierta expectativa y me he encontrado algo tan diferente y a la vez tan atractivo como con ‘London Spy’. Quiero decir, este nuevo drama de BBC2 se titula Espía de Londres; cualquiera habría esperado toparse con una historia repleta de secretos, misterio y muchas mentiras. Y eso es justamente lo que ofrece, pero de una manera inesperada.
‘London spy’ comienza como un romance entre dos jóvenes muy distintos; Danny (Ben Whishaw) es un romántico hedonista que lleva una vida disoluta. Alex (Edward Holcroft) es un enigmático y meticuloso de vida solitaria. Pero conectan; son perfectos el uno para el otro. Después de unos meses de relación, Alex desaparece y Danny empieza a descubrir verdades y mentiras sobre él y su desaparición.
Lo primero que atrae de esta producción es el acercamiento que tiene a la historia. Su primer capítulo (de una hora de duración) dedica dos de sus tres actos a desarrollar la conexión y relación de Danny y Alex. Consigue que el espectador sienta la química que hay entre ellos y sea partícipe de ella; de lo que uno le ofrece al otro. Todo está impregnado del aura de misterio que desprende Alex, pero en secuencias como el polvo eso se desmorona.
Danny era el único que no imaginaba que se estaba cociendo algo chungo, y de repente Alex desaparece. El último acto del primer capítulo nos descubre a Alastair y su aparentemente vida secreta de sadomaso y cadáveres en el baúl. En todo momento vemos el romance, la sorpresa, la duda y la desesperación desde los ojos de Danny, por lo que el segundo episodio se revelaba como clave para entender con qué tipo de serie estábamos, ¿dejaría de lado ese punto intimista para entregarse más al género de espías?
Un relato consecuente en su intimismo
Un buen desarrollo de la historia de amor era esencial para luego seguir y entender la lucha y perseverancia de Danny, pero la clave estaba en cómo. El segundo capítulo confirma a ‘London Spy’ como un relato que hace suyos los elementos del género –secretos, mentiras, misterio- y los presenta con una atmósfera siniestra y confusa en la que se ve envuelto el pobre Danny.
Es fascinante ir descubriendo las historias y versiones de unos y otros (impresionantes y magnéticos Jim Broadbent y Charlotte Rampling), que exponen con monólogos sus argumentos y verdades sobre quién era Alex o sobre a qué tipo de personas está retando Danny con su búsqueda. Todo contado, además, con un estilo visual tan inquietante como sus personajes; con un uso muy elocuente de las localizaciones, la luz o la música. Nunca falta el simbolismo.
No voy a negar que la serie está muy forzada hacia ese misterio, hacia unos personajes en ocasiones extremos y difíciles de comprender, pero es algo que encaja tan bien con el tono de la historia que no chirría. También podría poner en duda lo perspicaz que ha resultado ser el personaje de Danny, pero al final todo nos lleva a aquella secuencia de sexo a la que me refería antes; un polvo significativo y que consigue transmitir ese valor al que Danny se agarra constantemente para insistir en que hay cosas que no se pueden fingir.
Al final del día, estamos atrapados en ese universo de gente hierática que miente pero cuenta historias muy elaboradas y argumentadas para adornarlo; de personajes que viven en casas frías que nunca parecen hogares (sólo en el piso compartido de Danny hay algo de humanidad); de dudas que empiezan por la más esencial, ¿qué le ha ocurrido a Alex y por qué todo el mundo miente compulsivamente? Yo no puedo esperar a saber más.
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