La vuelta de El comisario a la parrilla de Telecinco confirma la solidez de una serie que pese al paso del tiempo (se estrenó en 1999), ha sabido conservar unos pilares básicos que la convierten en indentificable ante el espectador y que permiten un seguimiento sencillo apoyado en temas de máxima actualidad y con un aspecto cada vez más cuidado en producción.
La nueva cabecera de la serie, con los coches en plena persecución, es toda una declaración de intenciones y el primer episodio de esta nueva temporada (ya es la duodécima), no defrauda, abundando exteriores, localizaciones y manteniéndose la dinámica activa de los personajes, que se pasan la mayor parte del tiempo en movimiento. Además, jugando con los interrogatorios y las escuchas, por ejemplo, montan las secuencias de una forma complementaria que enriquece el episodio y que no supone un gasto extraordinario. En esto se nota que los guionistas le tienen bien cogido el pulso al formato.
Las tramas transversales de los episodios están centrados en temas de actualidad. En esta última temporada han empezado abordando el asunto de la corrupción inmobiliaria, el fraude fiscal y el tráfico de divisas, con miembros de la policía involucrados. Por otro lado, los conflictos, que podrían caer en la endogamia porque el plantel de personajes no varía demasiado, están tratados con mesura y con realismo, alejándose del culebrón.
Desde mi punto de vista, todos estos puntos hacen que El comisario sea una serie con una buena acogida entre la audiencia, aunque el estreno del viernes no pudo con ¿Dónde estás corazón?, pero habrá que darle tiempo a la temporada. Por lo pronto el episodio del viernes, que aún puede verse en la web de Telecinco, dejó sentado uno de los conflictos más jugosos de la serie. Se veía venir pero han sabido aguantar la historia hasta su momento justo.
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