Somos muchos los que pusimos al productor y guionista Charlie Brooker en el punto de mira cuando descubrimos en el ya lejano 2008 su sátira televisiva en clave zombi 'Dead Set: Muerte en directo'. Desde entonces, hemos podido disfrutar de su mirada ácida en series documentales como 'Newswipe' o su fantástica exploración acerca del efecto de la "caja tonta" sobre nuestras mentes en 'How TV Ruined Your Life'.
Fue en 2011 cuando el británico terminó de saltar a la palestra internacionalmente de la mano de 'Black Mirror': una aproximación casi distópica al mundo de la tecnología que nos cautivó gracias a su discurso veraz y a una fuerza innegable que se reflejó en una brutal carta de presentación en la que un primer ministro se veía obligado a mantener relaciones sexuales con un cerdo bajo la presión de las redes sociales.
Tres temporadas más tarde y, de nuevo, bajo el ala de la todopoderosa Netflix, 'Black Mirror' regresa a nuestras —pequeñas— pantallas —aún sin fecha de estreno concreta, prevista para antes de que termine 2017— con una legión de seguidores asentada y con una nueva antología de seis episodios en una irregular cuarta temporada dominada por los altibajos, una extensión innecesaria y un compendio de buenas —y no tan buenas— ideas, ejecutadas por grandes nombres de la industria televisiva y cinematográfica.
Esencia en pequeñas dosis
Hablar de 'Black Mirror' es, más allá de la frialdad de implantes, inteligencias artificiales y simulaciones, hacerlo de la cálida fragilidad del ser humano. De los conflictos éticos y morales derivados de una mala praxis en su estrecha relación con los nuevos avances tecnológicos y de cómo estos condicionan su existencia y sus relaciones interpersonales; todo ello envuelto de una capa de cinismo, ironía y mala leche capaz de remover conciencias y algún que otro estómago.
Esta nueva temporada adolece de una palpable falta de consistencia a la hora de ajustarse a la naturaleza intrínseca del show de Charlie Brooker, oscilando entre capítulos que cuadran perfectamente con la esencia que todos esperamos de la franquicia, pero desmarcándose por completo de ella en otros en los que el exceso de experimentación o libertad creativa no deja ni un mínimo rastro del tan adorado código genético de 'Black Mirror'.
Episodios como el insufrible e hinchado 'USS Callister', cuya aventura espacial dirigida por Toby Haynes —'Dr. Who', 'Sherlock'— dura la friolera de 75 minutos, son buena muestra de ello. Ejercicios que se alejan de los cánones de la serie a niveles artísticos, tonales y de contenido y que logran desvirtuar un conjunto que, en términos generales se muestra ampliamente satisfactorio.
En contraposición a estos fragmentos menos inspirados tenemos genialidades como 'Hang the DJ': la pieza dirigida por Tim Van Patten —'Los Soprano', 'Juego de tronos'— que, a golpe de romanticismo y de un sistema que revoluciona las Apps para ligar, consigue robarte el corazón y convertirse en lo mejor de esta nueva etapa de 'Black Mirror'. Además, el trabajo de Van Patten hace gala de esa capacidad innata de la serie para hacerte proyectar tus experiencias personales sobre las de sus personajes derrochando sensibilidad y haciendo aún más aterrador si cabe ese futuro que está a la vuelta de la esquina.
Es evidente que mantener el nivel en una producción de corte antológico compuesta por seis capítulos autoconclusivos es una tarea harto complicada, pero se antoja inevitable pensar en qué hubiese resultado de una optimización de recursos y esfuerzos para dar a luz una temporada compuesta por tres únicos episodios de calidad pareja al estilo de los inicios de 'Black Mirror'.
Granes nombres, resultados dispares
Sin lugar a dudas, uno de los principales reclamos de esta cuarta temporada de 'Black Mirror' radica en la impresionante lista de grandes nombres del medio oculta tras las cámaras en las labores de dirección, empezando por una Jodie Foster que regresa a la televisión tras su participación en 'House of Cards' y 'Orange is the New Black' con 'Arkangel': uno de los fragmentos más duros y contundentes de la nueva selección en el que las relaciones paterno-filiales nocivas y la sobreprotección se ven afectadas gracias a una nueva —y espeluznante— herramienta de vigilancia.
Junto a la buena labor de Foster cabe destacar la buena mano de John Hillcoat —autor de filmes notables como 'La carretera' o 'La propuesta'— para dar rienda suelta al thriller más seco y visceral en 'Crocodile': un violento relato articulado empleando el suspense como pieza fundamental tan gélido y sobrecogedor como los inmensos parajes islandeses en los que está ambientado.
Por desgracia, contar con grandes nombres no sólo no es sinónimo de éxito, sino que hace más proclive la aparición de indeseadas decepciones, siendo en este caso la más sonada de ellas 'Metalhead', el capítulo más breve de la temporada, dirigido por David Slade. El que es una de las mentes responsables de dos de las producciones más sugestivas y poderosas a nivel visual de la televisión actual como son 'Hannibal' y 'American Gods' tiene el orgullo de firmar el primer episodio en blanco y negro de 'Black Mirror'; una suerte de survival insulso, plano y fuera de lugar que podría formar parte de cualquier recopilación genérica de ciencia ficción al uso.
Podríamos decir que la cuarta temporada de 'Black Mirror' nos da una de cal y otra de arena, dejándonos un sabor de boca ligeramente más dulce que amargo una vez hemos digerido sus seis fragmentos. Tal vez echemos de menos al Charlie Brooker más incisivo de sus primeras etapas en más de un momento, y capítulos como 'USS Callister' y 'Metalhead' nos hagan pensar si la fórmula ya no da más de sí, pero entonces el canónico fin de fiesta del sexto y último episodio, titulado 'Black Museum', pone la guinda a un pastel que, pese a sus imperfecciones, no podemos dejar de devorar.
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